La mansión principal es una adaptación del estilo hispano-morisco, clásico en las villas del Mediterráneo. Tiene salas suntuosas enmarcadas por ríos de mármol, piedra tallada y detalles en oro; 126 habitaciones en unos 10.200 metros cuadrados pegados a la costa del Atlántico, adornadas con candelabros, alfombras orientales, frescos europeos y tapices flamencos del siglo XVI. Un estilo de vida que es toda una declaración. Si el republicano Donald Trump ganara las elecciones presidenciales de mañana, una de sus propiedades seguramente quedaría en la mira: Mar-a-Lago, un fastuoso club de mar que es la joya de la corona de Palm Beach, en Florida .Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Como la casa de verano de George H.W. Bush en Kennebunkport y el rancho de su hijo George W. en Crawford, Texas, Mar-a-Lago es -en una versión de lujo- la escapada predilecta de la familia Trump, aunque también convertida en negocio: se transformó en uno de los clubes privados más buscados del mundo, y que el año pasado le reportó ganancias por más de 15 millones de dólares al emporio del magnate neoyorquino.
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Opulenta, valuada en más de 200 millones de dólares y comparada con el Palacio de Versalles por el diario The New York Times, Trump aún mantiene allí una sección privada para el uso de su familia. Incluso usó la propiedad para la campaña: en marzo pasado, desde allí dio su discurso triunfal tras quedarse con la primaria republicana en el estado de Florida. “Amo Palm Beach”, dijo esa noche desde uno de los salones de la mansión, rodeado de sus hijos mayores.
“Acá él se siente como en su segunda casa”, le cuenta al diario La Nación un vecino de la propiedad, frente a su casa en King's Road. “Sería interesante poder tener a un presidente en el barrio.”
Trump compró la propiedad por unos 10 millones de dólares en 1985. Pero la historia de Mar-a-Lago empezó mucho antes, en 1923, cuando Marjorie Merriweather Post, heredera del fundador de lo que se convertiría en General Foods, comenzó a construir la finca, terminada cuatro años más tarde. Arquitectos norteamericanos y diseñadores europeos le dieron el estilo que aún hoy conserva. Suelo con bloques de mármol blanco y negro, tejas procedentes de un castillo cubano y una colección de casi 36.000 azulejos españoles, algunos del siglo XV, que recuerdan a la Alhambra. El techo de la sala principal es una copia de uno en la Academia de Venecia, y está cubierto de oro.
“Es la propiedad más fastuosa en una isla ya de por sí muy, muy cara y exclusiva”, apunta Patricia Sousa, de Linda Gary Real State, especialista en propiedades de lujo en Palm Beach. “Si Trump fuera electo, seguramente quiebre un poco la tranquilidad del lugar”, agrega.
Cuando Post murió, en 1973, dejó la mansión al gobierno federal para que fuera usada como residencia presidencial. Pero solo el mantenimiento era demasiado costoso, y por eso las autoridades la devolvieron a las tres hijas de Post. Ellas tampoco quisieron hacerse cargo, y en 1985 se la vendieron a Trump, incluido el mobiliario. Según Vanity Fair, trasladarse a Palm Beach a mediados de los '80 era una idea de la ex esposa del empresario inmobiliario, Ivana. Después de que la pareja se divorciara, en 1992, Trump se quedó con la parte mayoritaria de Mar-a-Lago.
Hasta ese entonces el magnate mantenía una buena relación con la comunidad de Palm Beach, pero todo cambió en 1995, cuando decidió transformar Mar-a-Lago en un club privado. Los patriarcas de este reducto de millonarios y artistas en Florida le pusieron piedras en el camino al ambicioso proyecto inmobiliario de Trump. El gobierno local, que lo veía como un empresario ostentoso, le impuso una serie de restricciones: membresía, tránsito, asistencia a fiestas e incluso la difusión de fotografías. Todo sería estrictamente limitado. Pero, con el tiempo, Trump se saldría con la suya y conseguiría que la mayoría de las condiciones fueran levantadas. Hoy, según el diario The Washington Post, el club tiene un canon de ingreso de 100.000 dólares y una cuota anual de 14.000.
“Es un círculo de élite el que frecuenta Mar-a-Lago. Las familias más ricas de Estados Unidos tienen propiedades imponentes, de más de 100 millones de dólares, y sin embargo ni se le acercan a esta propiedad de Trump. Es una de las más imponentes del país y la más cotizada de Florida”, señala el argentino Juan Cruz Talia, agente inmobiliario con años de experiencia en la zona.
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Ahora, los vecinos ya no ven con malos ojos la presencia de Trump, añade Talia. “Le hace bien al barrio. Votaré por él. Espero que volvamos a tener otro presidente de Estados Unidos por acá”, dice Daniel -que prefiere resguardar su apellido-, antes de entrar a “Mon Paradis”, otra vivienda de lujo a metros de Mar-a-Lago. La referencia es para John F. Kennedy. Durante su presidencia (1961-1963) solía viajar hasta esta isla de Florida, donde su padre Joseph tenía una residencia en North Ocean Boulevard. También imponente, fue vendida el año pasado por 31 millones de dólares, muy lejos del valor de Mar-a-Lago.
La relación de Trump con Palm Beach, donde pasó tres décadas luchando con funcionarios locales -y muchas veces imponiéndose-, es uno de los indicadores de la personalidad y las tácticas que ayudaron a impulsarlo como candidato presidencial republicano. Al comprar y luego ganar el derecho a transformar la histórica propiedad, Trump demostró cómo obtiene lo que quiere al exponer y explotar las debilidades de sus oponentes, y cómo muestra los resultados como una victoria de su perseverancia.
Durante la campaña, Mar-a-Lago no solo volvió al centro de la escena por los discursos triunfalistas de Trump, sino también por las denuncias de abusos sexuales contra el candidato republicano. Mindy McGillivray, una de las 11 mujeres que el mes pasado alzó su voz, le contó al Palm Beach Post que fue “manoseada” por el magnate en la mansión de Palm Beach. Y Natasha Stoynoff, una periodista de la revista People, contó que Trump la llevó a una habitación mientras le hacía un tour por Mar-a-Lago. “En segundos me empujó contra una pared y forzó su lengua en mi garganta”, contó.
A pesar del ajetreo de la campaña, Trump está buscando ahora otra victoria legal para su mansión, que está cerca del aeropuerto de Palm Beach. Desde 1995 ha presentado demandas judiciales por los ruidos y la contaminación que provocan los aviones, en un intento por evitar que vuelen sobre Mar-a-Lago, según el diario Sun-Sentinel. Las acciones ya le costaron a los contribuyentes locales 600.000 dólares en honorarios legales, mientras Trump insiste en cobrar varios millones por daños.
Fuente: La Nación, Argentina/GDATE PUEDE INTERESAR...Clinton y Trump: el frenesí a dos días de elecciones en EE.UU. LAS ÚLTIMAS NOTICIAS DEL MUNDOTweets por el @Mundo_ECpe.
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