Washington. El Pentágono acaba de completar el rediseño de sus bombas atómicas B61, llamadas a reemplazar su actual arsenal, que cuenta con artefactos de medio siglo de antigüedad, con el objetivo de asegurarse veinte años más de paz nuclear mediante su emblemática política de disuasión.
“El Programa de Extensión de la Vida Útil B61-12 servirá para restaurar, renovar o reemplazar todos los componentes nucleares y no nucleares de la bomba para extender su funcionalidad durante al menos veinte años”, ha anunciado recientemente la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA, en inglés) en un comunicado.
El Pentágono garantiza de esta manera dos décadas más de vigencia de una de las tres patas de la llamada “Triada Nuclear”, el músculo con el que Estados Unidos aspira a disuadir cualquier agresión mediante la no muy velada amenaza de que será respondida con un ataque atómico capaz de barrer del mapa cualquier nación enemiga.
La Triada hace referencia a los tres elementos de disuasión de los que disponen las Fuerzas Armadas estadounidenses: los misiles balísticos intercontinentales, los submarinos nucleares y los cazabombarderos estratégicos.
El Departamento de Defensa considera que los misiles son la parte más visible de su estrategia, mientras que sus 14 submarinos de ese tipo suponen una amenaza sigilosa con gran capacidad de supervivencia.
Sin embargo, la flexibilidad la aportan los cazas estratégicos, principalmente los B-2 y los emblemáticos B-52, que serán los grandes beneficiarios de las nuevas bombas atómicas.
El nuevo modelo de proyectil mide unos 3.65 metros de largo, pesa cerca de 375 kilogramos y tendrá una potencia estimada de 50 kilotones.
En cuanto a su modo de empleo, la B61-12 continuará siendo un artefacto gravitacional o de caída guiada que, por lo tanto, podrá seguir siendo empleada por los cazabombarderos nucleares B-2 y por otros aviones multiservicio de la flota de las Fuerzas Aéreas de EE.UU.
Si bien los B-52 quedan fuera de esta nueva partida armamentística, su ausencia quedará compensada por el hecho de que en un futuro las nuevas bombas podrán ser empleadas por los aviones F-35 y B-21, aún en desarrollo.
Más allá de sus características físicas, las autoridades destacan que una de las principales mejoras incluidas en el nuevo modelo de bomba es que “omite tecnologías de alto riesgo”, es decir, que están menos expuestas a injerencias por parte del enemigo, al tiempo que se reducen los costes de producción.
Esta nueva arma es fruto de un largo trabajo de investigación que dio sus primeros pasos firmes en julio de 2015, cuando se llevaron a cabo las primeras pruebas en vuelo, y que oficialmente concluyó el pasado mes de septiembre, cuando se selló la aprobación final del nuevo diseño.
“El resultado es el testimonio de la extraordinaria dedicación y competencia de los miembros de la comunidad de seguridad nuclear que han trabajado en equipo para cumplir la misión”, señaló el director adjunto de la Administración para Aplicaciones Militares de la NNSA, el general de brigada de las Fuerzas Aéreas Ronald Allen, al dar a conocer el nuevo diseño.
El Pentágono no oculta, además, haber contado con respaldo civil para el desarrollo de su nuevo armamento.
El Laboratorio Nacional de Los Álamos y los Laboratorios Nacionales de Sandia son los responsables de sus detonadores, así como de algunos dispositivos electrónicos creados específicamente para esta bomba.
Aunque el Gobierno estadounidense no ha divulgado el coste final del Programa de Extensión de la Vida Útil B61-12, un informe elaborado por la NNSA en el 2016 contemplaba una inversión de aproximadamente US$9.500 millones.
Si se cumplen los plazos establecidos, el Departamento de Defensa recibirá la primera partida de sus nuevas bombas a lo largo del 2020 y apenas cinco años más tarde habrá conseguido sustituir todo su arsenal obsoleto.Fuente: EFE