Cuando los suburbios franceses pobres captan la atención de los medios, generalmente es porque están en llamas.
El estallido social provocado por la muerte de Nahel M, de 17 años, luego de que un policía le disparara el 27 de junio no es una excepción.
MIRA: Quién era Nahel M, el joven de 17 años cuya muerte por un disparo de la policía desató una ola de protestas en Francia
La tragedia ha vuelto a centrar la atención en las llamadas banlieues, las barriadas de las ciudades francesas, por otra ola de disturbios en toda Francia.
Para algunos, la violencia es el resultado de la pobreza y la discriminación: los males sociales arraigados en esos sombríos barrios de Francia provocan que sigan siendo polvorines.
Otros ven los disturbios principalmente como una cuestión de orden público: pandillas y delincuentes menores que usan la ira por una muerte trágica como excusa para sembrar el caos.
Pero se mire como se mire a las banlieues de Francia, sus problemas han sido reconocidos por las autoridades desde hace mucho tiempo y no se resolverán en el corto plazo.
En 1977, el entonces primer ministro Raymond Barre lanzó el primer plan para regenerar urbanizaciones, expresando su preocupación de que pudieran convertirse en “guetos”.
Con el tiempo, se ha desarrollado una “politique de la ville” (política para la ciudad), que abarca todo, desde la vivienda hasta la educación, el empleo, la salud y la cultura, y tiene como objetivo reducir la brecha con otras partes del país.
Se han creado una serie de organismos oficiales: el Consejo Nacional de las Ciudades, la Comisión Interministerial de Ciudades para el Desarrollo Social Urbano, la Agencia Nacional para la Renovación Urbana, por mencionar algunos.
Y se ha ideado una sopa de letras de siglas para varias iniciativas, desde FNRU (Programa Nacional de Renovación Urbana) hasta ZUS (Zonas Urbanas Sensibles).
Durante los últimos 20 años, se han gastado más de US$65.000 millones en una campaña colosal para renovar bloques de viviendas y construir nuevos hogares, así como para mejorar las instalaciones y la infraestructura en los barrios residenciales.
Pero los resultados de tal activismo gubernamental parecen menos que impresionantes.
Los barrios más pobres, ahora denominados “barrios prioritarios”, albergan a más de cinco millones de personas. Muchos son inmigrantes o franceses de tercera o cuarta generación.
Alrededor del 57% de los niños que viven en esas comunidades viven en la pobreza, frente al 21% de la población francesa en su conjunto.
Según el Institut Montaigne, un grupo de expertos, los residentes de estos barrios tienen tres veces más probabilidades de estar desempleados.
A pesar de los miles de millones de dólares gastados para mejorar las conexiones de transporte, el aislamiento sigue siendo una de las principales quejas expresadas por los residentes.
Se han levantado nuevos edificios públicos. Pero según el sociólogo francés Christian Mouhanna, los recortes en los servicios públicos han tenido un efecto devastador.
“Ni siquiera la escuela es vista por estas personas como una forma de mejorar sus vidas”, le dijo a la BBC.
El desempleo, las drogas y la discriminación continúan sin cesar, dice Mouhanna.
Las relaciones con la policía es otro gran problema.
Muchos hombres de origen inmigrante se quejan de la discriminación por parte de los oficiales.
La oficina de derechos humanos de la ONU dijo que los recientes disturbios eran una oportunidad para que Francia “aborde problemas profundos de racismo en la aplicación de la ley”.
Otros señalan los desafíos de vigilar áreas con un alto índice de criminalidad.
Entre 2012 y 2020, un total de 36 miembros de las fuerzas de seguridad fueron asesinados en toda Francia mientras estaban de servicio.
Al menos 5.000 resultan heridos cada año. Con cientos de oficiales heridos en los disturbios recientes, el total del año será mucho mayor.
La muerte de Nahel M estuvo lejos de ser un incidente aislado.
Según datos policiales, el año pasado 13 personas fueron asesinadas por agentes por incumplir una orden de alto mientras conducían.
Las tensiones de larga data alimentan un ciclo desalentador: cada muerte desencadena una explosión de violencia y una respuesta policial que, aunque necesaria, siembra las semillas de más desconfianza.
Los primeros disturbios de banlieue ocurrieron en 1979 en Vaulx-en-Velin, un suburbio pobre de Lyon, cuando un adolescente se cortó las venas después de ser arrestado por robar un automóvil.
Dos años más tarde, otro intento de lidiar con el robo de un automóvil provocó días de disturbios en la cercana Vénissieux.
La muerte de dos jóvenes en la misma zona resultó en problemas similares en 1990 y 1993.
Con mucho, los peores disturbios ocurrieron en 2005.
Dos adolescentes murieron en una subestación eléctrica cerca de París mientras se escondían de la policía.
Los suburbios estallaron por todo el país. Se quemaron autos, se saquearon tiendas y la policía reprimió, lo que provocó un estado de emergencia de tres semanas.
Desde entonces, ha habido brotes esporádicos en las banlieues y, como ha sido el caso en los últimos días, los principales objetivos suelen incluir ayuntamientos, comisarías y escuelas, cualquier edificio asociado con el estado francés.
Puede ser tentador concluir que los esfuerzos para incorporar a los suburbios a la vida social y económica del país han sido un costoso fracaso durante décadas.
Una búsqueda de noticias sobre “politique de la ville” arroja una letanía de quejas sobre objetivos perdidos e inconsistencias.
El organismo de auditoría oficial de Francia señaló en 2020 que, a pesar de que el gobierno gasta aproximadamente US$10.000 millones en las banlieues cada año, siguen sumidos en la pobreza, la inseguridad y la falta de servicios.
Pero esto no significa que el gasto haya sido en vano, o que las políticas hayan fracasado.
Si miras las banlieues como lugares, el panorama sigue siendo sombrío. Pero si te enfocas en las personas, puede haber motivos para la esperanza.
Los “quartiers prioritaires” son lugares de gran movimiento residencial.
Según un informe oficial de 2017, en un año determinado, entre el 10 y el 12% de los residentes se mudan fuera del área, generalmente a un suburbio más agradable.
Esto significa que, en un momento dado, alrededor de dos tercios de los residentes de una banlieue han vivido allí menos de 10 años.
En conjunto, las poblaciones siguen siendo alarmantemente pobres, pero los pobres de hoy no son necesariamente los pobres de ayer y pueden no ser los pobres de mañana.
Estrellas como el futbolista Kylian Mpappé o el actor Omar Sy son la cara mediática del éxito banlieue.
Pero mucho más significativo es el hecho de que muchos de sus amigos de la infancia probablemente ahora sean ingenieros de software o gerentes de tiendas.
El organismo estadístico de Francia (Insee) ha destacado recientemente la movilidad social de los descendientes de inmigrantes.
La proporción de graduados universitarios entre ellos es cercana a la de la población general, muestra su informe.
Un tercio de los franceses de origen extranjero con un padre no calificado alcanza puestos directivos, frente al 27% de sus homólogos nativos.
Por supuesto, los inmigrantes y sus descendientes siguen sufriendo la falta de oportunidades, la discriminación y otras barreras.
Y el hecho de que muchos escapen de las banlieues no es un consuelo para los que están atrapados allí durante años.
Estos últimos seguirán soportando niveles desproporcionados de pobreza, desempleo y violencia.
Y tendrán entre dos y tres veces más probabilidades que otros franceses de tener roces con las fuerzas del orden.
La única esperanza es lograr salir antes de que llegue la próxima ola de disturbios.
Henri Astier
BBC News
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