Por Mateusz Morawiecki, primer ministro de Polonia
En la historia existen momentos cruciales que definen el curso de los acontecimientos. Para Polonia y Europa, uno de esos momentos en el Siglo XX es el 15 de agosto de 1920. Renacida en 1918, Polonia libró una batalla decisiva y victoriosa contra las tropas bolcheviques, que tenían que llevar el fuego de la revolución comunista hacia toda Europa Occidental, devastada por las pérdidas humanas y materiales de la Gran Guerra. Según el diplomático británico D’Abernon, ésta fue la décimo octava batalla más importante en la historia del mundo. La Batalla de Varsovia merece ser mencionada a la par con el desembarco de los aliados en Normandía en 1944, como un momento decisivo en la lucha contra el totalitarismo en Europa. La cortina de hierro que dividió a Europa en Yalta ocasionó que el significado de este concreto evento en la historia de Europa no se escribiera en la memoria del mundo de la forma que se merece. Esto se aplica tanto a la cultura de masas como a los libros de historia. Es el tiempo por fin de llenar estos vacíos en la memoria europea. La celebración del aniversario de la Batalla de Varsovia debe tener lugar no solamente en Varsovia, no solamente en Polonia, sino en toda Europa. Polonia ganó en el río Vístula, pero ésa victoria se refirió en gran medida a la libertad de las naciones de Europa – libertad de la oscuridad totalitaria del comunismo.
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En el marco de la historia, el año 1920 cierra una serie de acontecimientos que se iniciaron a fines del siglo XVIII con la repartición de Polonia entre Prusia, Rusia y Austria. La Batalla de Varsovia es la coronación de uno de los más extraordinarios episodios europeos y de la construcción de una global historia de una nación moderna. Nación creada sin estado, sobre los escombros de la derrota militar y política (numerosas sublevaciones polacas, caída de sucesivos gobiernillos entre otros) en el periodo cuando Polonia fue borrada del mapa europeo, que se extendió desde fines del siglo XVIII hasta el final de la Primera Guerra Mundial.
El primer fenómeno polaco que vale recordar es justamente la escala de transformación de la sociedad polaca, de feudal a una de las más modernas sociedades civiles de Europa, sin tener ninguna institución estatal propia. Una enorme red de instituciones sociales, culturales y deportivas, como la Asociación de los Halcones, las cajas financieras, las sociedades científicas, círculos escolares de autoeducación, puede ser comparada únicamente con las reformas en la época de Meiji en Japón realizadas por un fuerte gobierno central. Esta gran revolución democrática de base polaca de la segunda mitad del siglo XIX se llevó a cabo en contra de las potencias que ocupaban Polonia. Es la muestra que los polacos fueron capaces de sacar conclusiones de su propia historia y consolidarse en torno a los conceptos más modernos, como son el positivismo, las reformas democráticas, el empoderamiento de las mujeres y masas sociales. Sin la victoria en el frente del conocimiento de la educación, la ciencia y el pensamiento social, no habría una victoria en el frente de la lucha militar.
Esta excepcional historia de la primera revolución democrática polaca es mayormente desconocida en Europa. Y es sin embargo, una historia comparable con las perlas de la literatura como la Democracia en América de Tocqueville. Luego de la recuperación de la independencia en 1918, Polonia implementó una de la más moderna legislación social y electoral del mundo occidental. El sentimiento de comunidad recuperado de la libertad triunfó frente a los prejuicios y la tentación de discriminación de amplios grupos sociales. Polonia tenía que construir la unidad y la cohesión de toda la nación. El trabajo intelectual realizado a fines del siglo XIX tenía que encontrar su resultado en el trabajo estatal junto con la recuperación de las instituciones públicas después de 1918.
El fenómeno de Polonia es por tanto, una historia de democratización diferente a la Europa Occidental. Es una historia de democratización a la par de la recuperación de la independencia y las capacidades social-políticas. Es la historia de la modernidad en contra del imperialismo, el absolutismo y el despotismo que dominaron Europa en el siglo XIX. Es la historia coronada con un exigente examen de la madurez del Estado. A menos de dos años de la recuperación de la independencia, Polonia se enfrentó a una amenaza totalitaria de los bolcheviques.
La guerra contra los bolcheviques fue la demostración de la extraordinaria unidad política de la nación polaca. En julio de 1920 se organizó el Gobierno de Defensa Nacional con Wincent Witos, líder del movimiento popular como Primer Ministro y a Ignacy Daszynski – uno de los líderes de la izquierda polaca – como Vice Primer Ministro. Las diferencias políticas de todas las tendencias de los padres de la independencia polaca fueron dejadas totalmente de lado ante la defensa de la existencia de la patria recién recuperada. Las élites políticas polacas aprobaron el reto de madurez en el momento más crítico para el país. La sociedad polaca masivamente apoyó el esfuerzo de la guerra con la gran participación de la Iglesia Católica. El ejército bolchevique luchó con una nación que no tenía intención de entregar su tan duramente ganada independencia.
El punto central de la guerra polaco-bolchevique fue la Batalla e Varsovia, una audaz confrontación con las fuerzas bolcheviques que se adentraban en Polonia, realizada por el Mariscal Pilsudski, el jefe de Estado Mayor Tadeusz Rozwadowski y los comandantes operativos como el General Wladyslaw Sikorski y Edward Smigly-Rydz.
El eminente historiador militar francés Hubert Camon consideró la maniobra de cerco que dio la victoria a los polacos en la Batalla de Varsovia como una emanación de la maniobra napoleónica. Con mínimas pérdidas propias, fue aplastado un poderoso ejército bolchevique se dirigía con gran ímpetu hacia Europa Occidental. La movilización bélica de la sociedad polaca fue extraordinario, teniendo en consideración que Polonia fue uno de los países más destruidos por la Primera Guerra Mundial. La respuesta de los polacos fue fabulosa, demostrado por el ritmo vertiginoso en la conformación del Ejército de Voluntarios al mando del General Haller, que rápidamente superó los 100,000 soldados.
La prensa llamó a la victoria de los polacos “el milagro sobre el Vístula”, relacionándolo con el “milagro sobre le Marna” de la Primera Guerra Mundial, cuando el ejército franco-británico detuvo a los ejércitos alemanes.
La guerra polaco-bolchevique no es solamente un choque de grandes ejércitos, de un esfuerzo espectacular de toda la sociedad o una estrategia genial de los comandantes. También es el esfuerzo de espionaje, claves, mentes e intelecto. El gran héroe del frente secreto de la Batalla de Varsovia es Jan Kowalewski, oficial de la inteligencia militar polaca, que rompió las claves soviéticas. Su trabajo permitió obtener información clave para la formación de una estrategia operacional polaca. Héroe silencioso que desempeñó un papel crucial en la detención de la agresión soviética sobre Europa en 1920. Además, durante la Segunda Guerra Mundial fue una figura importante en la Operación Trípode del gobierno polaco en el exilio en Londres, que tenía que preparar las invasión de los aliados sobre los Balcanes, cambiando las alianzas de Italia, Rumanía y Hungría. Lamentablemente bajo la presión de Stalin, Roosevelt abandonó el plan de desembarco en los Balcanes, forzado por Winston Churchill. Si la historia hubiera sido diferente, Jan Kowalewski podría haber salvado por segunda vez a Europa Centro-Oriental del mundo totalitario de la dominación soviética.
El aniversario del centenario de la Batalla de Varsovia es uno de los más importantes de la Europa libre contemporánea. Los polacos salvaron a occidente de la experiencia de un genocidio totalitario, descrito por destacados historiadores franceses en el famoso Libro Negro del Comunismo. La experiencia polaca del comunismo con sus trágicas y duraderas consecuencias para nuestro país y la sociedad polaca, no es a menudo entendida. La herencia del pos comunismo es un real problema que deforma la realidad social e institucional de los países que han experimentado una transformación democrática. Wladyslaw Reymont, gran escritor polaco y ganador del Premio Nobel escribió Rebelión después de la Batalla de Varsovia – un libro que presenta en forma alegórica la rebelión de los animales contra la persona – retratando en esto los mecanismos totalitarios. Lo hizo veinte años antes que George Orwell y su famosa Granja Animal. Pudo escribir este libro porque los polacos experimentaron la confrontación con el comunismo mucho antes que Occidente. La Batalla de Varsovia fue también la coronación de más de cincuenta años de revolución democrática de base polaca, una de las historias de Europa más extraordinarias e indenoscriptibles de la segunda mitad del siglo XIX y de inicios del siglo XX. Es una historia de gran patriotismo, devoción religiosa, genio militar y significado del espionaje.
La guerra polaco-bolchevique es el momento de la fundación de la Polonia contemporánea y un punto crucial en toda Europa, aunque tal vez inconsciente. El punto real de choque de dos civilizaciones diferentes. Nadie lo sabía mejor que Karol Wojtyla, nacido en el año 1920, quien más tarde se convertiría en Juan Pablo II: “llevo en mí desde el nacimiento una gran deuda con aquellos que entonces emprendieron una lucha contra el invasor y ganaron, pagándola con sus vidas”. La obligación de pagar esa deuda nos concierne a todos. Los 100 años que han transcurrido desde la victoria de la Batalla de Varsovia es una gran ocasión para recordarla nosotros y a toda Europa.
* Mateusz Morawiecki es el primer ministro de Polonia
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