En 1986 Clelia Marchi salió de su hogar con la historia de su vida bajo el brazo.
Una vida que pasó en el bajo valle del Po en el norte de Italia, donde había nacido 74 años antes, conocido a su esposo Anteo cuando tenía 14 años, tenido 8 hijos y perdido 4 de ellos.
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Asistió sólo a los dos primeros años de la escuela primaria y únicamente en invierno, porque en verano trabajaba en el campo, como lo seguiría haciendo con Anteo en una granja de maíz.
Tras dos guerras mundiales y una vida de miseria, trabajo duro y dolor, cuando la pobreza ya no acechaba con tanto ahínco, los niños ya no lo eran y la edad prometía cierta serenidad, ocurrió una tragedia: su amado esposo murió atropellado por un auto.
Su ausencia la dejó sintiéndose “como una vid sin árbol”, escribiría después, pues escribir fue lo único que le alivió el alma cuando se quedó sola, en su cama matrimonial, sin poder cerrar los ojos.
“Me siento vacía, terminada, inútil. Me paso los días llorando.Nunca hubiera pensado que después de 50 años de vida matrimonial nos separaríamos así; toda mi tristeza la escribo en la noche, porque duermo poco, como un ser humano adolorido”.
Y escribió como a veces se llora, desenfrenadamente.
Todos los papeles, folletos, cartulinas que encontró en su casa se fueron llenando de palabras y fotos, y tejidos con lanas coloridas para armar libretas.
15 kilos de papel más tarde, se quedó sin nada en qué escribir.
Pero recordó que su profesora de la escuela le había contado de una momia vendada con un trapo de lino con un texto en lengua etrusca.
“Pensé que si ellos hicieron eso, yo también puedo hacerlo”, contaría.
Inspirada, supo que tenía un trozo de tela ideal para salvaguardar el recuerdo de su vida con su Anteo, uno que los había acompañado en sus despertares: su sábana nupcial.
Si ya no podía compartirla con él, la usaría para recoger el pasado, explicaría.
La sacó del armario donde la había guardado desde la muerte de su esposo, y en los más de dos metros de esa peculiar página blanca empezó a hilar todos sus recuerdos diciendo:
“Querida persona, atesore esta sábana en la que está un pedacito de mi vida; y mi esposo;
“Clelia Marchi (72) escribió la historia de la gente de su tierra, llenando una sábana con escritos, desde el trabajo agrícola, hasta los afectos”.
Noche tras noche, durante dos años, Clelia fue tejiendo una historia de miserias, dignidad y amor, línea tras larga línea.
“Las cosas se terminan, pero no se olvidan...
“Esa semana nuestra familia perdió a dos hijos...
“Para sobrevivir cuando tienes cuatro hijos, debes hacer bien tus sumas. Con 10 liras para comestibles, compramos 7 onzas de manteca de cerdo, 7 onzas de aceite, un limón, 7 onzas de azúcar, algunas verduras...
“Entonces estalló la última guerra, y de nuevo estaba embarazada...
“El valor no es algo que puedas comprar. Lo tienes o no lo tienes...”.
Cuando la sábana estuvo toda cubierta de recuerdos y reflexiones, escritos un poco en prosa, un poco en poesía y un poco en dialecto, la adornó.
Cosió lazos rosa, una imagen sagrada, una de su esposo y una de ella; y le puso un título: Gnanca na busia (“Ni siquiera una mentira”).
Si ya no podía compartirla en la cama con Anteo, compartiría con el mundo la íntima verdad del amor que se tuvieron.
Se la llevó al alcalde local, quien, maravillado con la obra, pensó que su mejor destino para atesorarla era un lugar que tenía más memorias que habitantes, a pesar de que en un momento del siglo XX se las habían borrado: Pieve Santo Stefano, en Toscana.
Pieve Santo Stefano perdió su memoria en la Segunda Guerra Mundial.
Estuvo ocupada por el ejército alemán hasta que en agosto de 1944 las fuerzas aliadas comenzaron a acercarse.
Los nazis reunieron a los habitantes en la plaza principal, los cargaron en camiones y los llevaron al norte.
Luego volaron el pueblo, para convertir la que había sido una hermosa localidad llena de edificaciones centenarias en una barricada que frenara el avance de las fuerzas aliadas.
Durante muchos meses, el lugar estuvo habitado sólo por sus fantasmas. Hasta que, poco a poco, sus desalojados fueron retornando.
A medida que se acercaban, veían que lo único que quedaba eran ruinas... y recuerdos.
Más del 90% de Pieve tuvo que ser reconstruido, convirtiéndose en una municipalidad moderna hecha de hormigón, con poco más de 3.000 habitantes.
Décadas después, el respetado periodista italiano Saverio Tutino, un antiguo miembro de la Resistencia Italiana, andaba por ahí cargando un sueño y buscando un lugar en el cual realizarlo.
Creía que era importante recoger historias de la gente común, esas que usualmente no pasan a la Historia sino que se evaporan como agua de lluvia cuando sale el sol.
Y escogió aquel que para entonces se distinguía entre los pueblos de la región por ser el menos atractivo.
Le dijo al alcalde que Pieve era el lugar ideal pues podían crear algo que le devolviera lo perdido.
Fue así como, 40 años después del final de la guerra, en la ciudad sin memoria, sin historia, se creó un lugar para guardar la memoria y la historia de todos.
Desde 1984, la que hoy es la Fondazione Archivio Diaristico Nazionale (Archivo del Diario Nacional) ha estado recopilando y catalogando diarios, memorias y cartas de gente de todo el país y de todas las épocas.
El diario más antiguo data de 1591, 25 frágiles páginas de testimonio de la esposa de un zapatero veneciano, con todo y chismes de la ciudad, desde el adulterio hasta el asesinato.
Uno de miles y miles más: diarios de fascistas archivados junto a los de partisanos; de condesas, junto a los de campesinos; la bitácora de viaje de un adolescente, junto a las cartas de un joven desde las trincheras... murmullos de voces en papel que para Tutino eran parte de su ideal de democracia.
Vidas que a veces llegan en diarios encuadernados en cuero, en hojas macanografiadas o en trozos de papel garabateados apresuradamente, traídas por sus protagonistas, sus herederos o quienes las encontraron en mercados de pulgas u olvidadas en áticos.
Todas a disposición del público, con unas pocas salvedades. Una mujer de Foligno insistió en que su diario fuera accesible a todos, excepto dos parientes despreciados; otro cronista solicitó que el suyo permaneciera sellado hasta 2072.
Esos secretos íntimos y verdades sin filtro que normalmente nos guardamos son leídos por los 15 “comedores de historias”, como se les llama cariñosamente a los miembros del Comité de Lectura, por todos los recuerdos que han consumido.
Desde abuelas y científicas hasta historiadores e ingenieros, los comedores que se reúnen tras leer los escritos para escoger los nominados al Premio Pieve, textos que sólo son seleccionados si tienen una voz inconfundible de autenticidad.
Fue ese premio el que hizo de Claudio Foschini uno de los habitantes de los archivos más conocidos de Italia, a pesar de los pesares.
“Nací al mediodía del 30 de julio de 1949 (...) Era el 4º hijo de una familia maravillosa. Literalmente podías tocar el amor que prevalecía”.
Cuando sus memorias ganaron, no pudo recibir el premio en persona pues estaba en la cárcel: era un ladrón de bancos.
“Mi amigo sacó una bolsa grande para comprobar si todo estaba listo. Cuatro pares de guantes, 3 pasamontañas, 4 pistolas y una metralleta. Cojí un pasamontañas. Me lo probé y fue perfecto. Ante el espejo, con una pistola en la mano,incluso a mí me daba miedo mi reflejo”.
Creyó haber encontrado la redención a través del acto de escribir mientras estaba en prisión. Pero tras su liberación, planeó un último robo para tener con qué empezar su nueva vida. Murió por los tiros de un guardia de seguridad frente a un estanco en las afueras de Roma.
Su vida fue resumida en unas pocas líneas en los periódicos locales al día siguiente; un delincuente más que tuvo un mal final. Su historia, en cambio, está en el archivo, escrita a mano en 11 libretas cuadradas.
“Miro a mi alrededor y veo habitaciones y pasillos llenos de kilos y kilos de recuerdos, recogidos en millones de páginas, ensamblados en miles de diarios, cartas y memorias, en fin, una fiesta del recuerdo, un himno perenne a la memoria […] .
“Son el intento tenaz de resistir el olvido, en una batalla desigual entre unos pocos miles de sobrevivientes contra millones de existencias de las que nunca sabremos nada”.
Eso escribió Mario Perrotta en su libro “El país de los diarios” que a su vez inspiró la creación en 2013 del Pequeño Museo del Diario, donde el Archivo muestra algunos de sus más preciadas obras.
Están, por ejemplo, los pensamientos de Orlando Orlandi Posti, de 18 años, sobre su experiencia y el amor por su novia garabateados en 39 trozos de papel durante las últimas seis semanas de su vida, cuando estuvo apresado por los nazis.
Fue uno de los 335 italianos que murieron en marzo de 1944 en la Masacre de las fosas Ardeatinas en represalia por el asesinato de 33 policías alemanes a manos de partisanos italianos.
Pero antes logró sacar de contrabando sus escritos enrollados en el cuello de las camisas que iban al lavadero.
Así como otro acto de valentía, registrado en el diario íntimo de una italiana llamada Luisa, al que le han puesto un rótulo: “Diario de resistencia de ama de casa”.
“21 de julio de 1994.
“Comienza de nuevo, a las 11 de la noche después de una cena tranquila y una película. De repente, las mismas acusaciones. Se acerca a mí con un sentido hacia mi garganta, diciéndome que me calle, agarra una silla y apunta las patas hacia mí.
“Agarré un cuchillo de fruta de la mesa para mostrarle que estaba preparada para defenderme, esperando que la baje. En cambio, sigue insultándome y se mueve hacia el pasillo.
“Cerré la puerta pensando que pasaría la noche en la cocina, pero él trató de romperla. Estaba aterrorizada. Y luego una especie de ángel señaló la ventana y salté con el mantel. Intenté desesperadamente correr hacia el campo, pero él estaba corriendo rápido detrás de mí, yo en mis zapatillas.
“Puedo verme a mí misma, perdida y sin poder alejarme de ese monstruo. Grité con toda mi voz. Entonces un milagro. Desapareció tan rápido como pudo.
“Es una experiencia muy peculiar esperar la luz del día en la nieve. Miré hacia mi casa y me sentí afortunada de estar afuera, con los pies mojados, sabiendo que podía morirme del frío. Pero eso sería más digno que morir en un momento de locura con mi marido”.
Es en ese museo donde está la sábana de Clelia.
Cuando el Archivo la recibió la reconoció no sólo como una obra única y hermosa sino como un documento valioso como retrato de la Italia rural durante un siglo como ningún otro y le otorgó un premio especial.
Cinco años después, su testamento vital de penurias, abnegación y amor se publicó como libro con el título Ghanca Una Busia y fue un éxito.
Clelia murió en su casa en 2006, a los 93 años.
Pero gracias a que la escritura fue su bálsamo para la soledad, queda su historia, que tan fácilmente podría haberse perdido para siempre, como tantas otras.
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