En las profundidades del Círculo Polar Ártico, el archipiélago noruego de Svalbard alberga el asentamiento permanente más septentrional del mundo, Longyearbyen, el cual se está calentando 6 veces más que la media mundial. ¿Qué se está haciendo para salvarlo?
La iglesia del poblado es un edificio de madera de color rojo sangre con adornos blancos brillantes, el lugar de culto más al norte del mundo.
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Su párroca, Siv Limstrand, lleva aquí sólo tres años, pero está impresionada por el impacto del cambio climático ha presenciado en ese tiempo.
“Cada domingo, cuando nos reunimos para el culto, una parte de nuestras plegarias tratan siempre del cambio climático y sus amenazas”, explicó Limstrand. “Sabemos que el tiempo corre”.
La vida en Svalbard es lo más precario que puede haber en un lugar que no está en guerra o asolado por el hambre.
Los lugareños necesitan portar un arma siempre que salgan de la carretera principal de Longyearbyen por el riesgo de encontrarse con osos polares.
La disminución del hielo ha reducido terreno de caza de los animales, lo que significa que les resulta más difícil encontrar focas. Por ello, cada vez más osos exploran las zonas urbanizadas en busca de alimento e incluso han comenzado a comer renos, que no son su presa habitual.
Además, el aumento de las temperaturas está provocando un deshielo sin precedentes, por lo que el riesgo de avalanchas se cierne cada vez más sobre esta comunidad ártica en invierno.
En verano, las avalanchas de lodo tienen más probabilidades que nunca de arrasar con todo a su paso.
Sucesivos estudios científicos han revelado que Svalbard es el lugar que más rápido se calienta de la Tierra. Uno de ellos fue realizado por expertos del Instituto Polar Noruego.
El consenso es que la temperatura en Svalbard ha subido 4 grados centígrados en los últimos 50 años.
La fauna y la flora, así como la vida humana, luchan ahora por sobrevivir. Por eso la congregación de Limstrand pide ayuda.
Para mostrar el impacto del cambio climático provocado por el hombre, la religiosa mostró a la BBC el cementerio de la iglesia.
Las hileras de cruces de madera blanca parecen aferrarse a la ladera de una montaña, rodeadas únicamente por unos pocos renos y los colores apagados de las plantas de la tundra de verano.
A la izquierda y a la derecha del campo santo hay zanjas en forma de túnel en el suelo, que se curvan hacia la escarpada montaña que hay detrás. Estas cunetas son los restos de un desprendimiento de tierra que podría haber arrastrado todo el cementerio al río.
“Cuando lo miro, es como una herida”, suspiró Limstrand, “Me recuerda de alguna manera a nuestro planeta herido”, agregó.
Ahora el riesgo de desprendimientos o avalanchas ha aumentado enormemente, y el cementerio va a ser reubicado.
“Este ya no es un lugar seguro ni para los vivos ni para los muertos”, sentenció.
La exploradora Hilde Fålun Strøm, con sus prismáticos, grita de emoción. Ha visto tres osos polares dormitando juntos en el borde de un glaciar en forma de pabellón.
Fålun Strøm llevó al equipo de la BBC a una expedición nocturna a bordo de su barco para mostrar otras áreas donde el impacto del cambio climático se ha hecho sentir en Svalbard.
“Para sobrevivir como oso polar ahora, creo que tienes que ser súper bueno en la caza porque la principal fuente de alimento, las focas, están disminuyendo”, explicó. “Y el hielo del que dependen tanto las focas como los osos también está disminuyendo”.
Desde la década de 1980, la cantidad de hielo marino de verano se ha reducido a la mitad y algunos científicos temen que desaparezca por completo en 2035.
El deshielo combinado con una avalancha que afectó a Longyearbyen en 2015 centró la conversación con la exploradora.
“La avalancha se cobró la vida de 2 personas. Fueron las primeras muertes en Svalbard a causa del cambio climático”, dijo.
“Ya no nos sentimos seguros en nuestras propias casas”, agregó. “El poder de la naturaleza que siempre había amado parece estar ahora totalmente fuera de control”.
Lo ocurrido en 2015 fue un punto de inflexión en la vida de Fålun Strøm, quien dejó su trabajo en el sector turístico y puso en marcha un proyecto llamado Hearts in the Ice (Corazones en el hielo), junto con su compañera exploradora, la canadiense Sunniva Sorby.
Durante dos años las mujeres vivieron solas y sin conexión a la red en los parajes más remotos del Ártico, dedicando su tiempo a trabajar como “científicas ciudadanas”.
“Tenía esta ansiedad climática y quería participar activamente en las soluciones”, afirmó Fålun Strøm.
“Creo que todavía estamos a tiempo de salvar algo”, agregó.
Pocos entienden mejor el archipiélago que Kim Holmén, un asesor especial del Instituto Polar Noruego que lleva más de 40 años estudiando Svalbard.
Increíblemente alto, con una larga barba blanca, luciendo un abrigo rojo brillante y su característico gorro rosa, Holmén guía al equipo de la BBC a través de un lío de rocas y barro marrón de camino a lo que es el pie del glaciar de Longyear.
El investigador porta una pistola para enfrentar los osos polares y señaló la cima de la ladera que, según él, marcó el nivel del glaciar hace 100 años.
Se calcula que el glaciar ha perdido 100 metros de elevación. El hielo derretido ha elevado el nivel del mar en todo el mundo.
“Ya hemos comprometido al planeta a un mayor calentamiento”, dijo Holmén. “Así que esperamos 20 años más de calentamiento incluso si, por arte de magia, detuviéramos hoy todas las emisiones”.
El destino de este lugar está inextricablemente ligado al del mundo en su conjunto.
A pesar de su extremidad, Svalbard es un punto caliente geopolítico. E incluso aquí, la guerra de Ucrania está teniendo efectos. El conflicto ha detenido la cooperación entre los científicos del clima de Rusia y Occidente, recordó Holmén.
“Una de las consecuencias es que el intercambio oficial con las instituciones rusas no es posible en este momento. Y por supuesto, la mitad del Ártico es costa rusa”, apuntó.
Holmén advirtió que esta interrupción de los contactos está debilitando la lucha contra el cambio climático.
“Si no somos capaces de compartir conocimientos y datos en ambas direcciones, se dificultará nuestra capacidad de entender lo que está ocurriendo”, afirmó.
“Nos necesitamos mutuamente para hacer buena ciencia”, admitió.
A 8 kilómetros de la ladera de Svalbard, una gota de sudor que resbala por el rostro ennegrecido de Bent Jakobsen es iluminada por la luz de un casco. Él trabaja en la última mina de carbón que queda en Noruega.
“Imagina un gran pastel con mucha crema en el centro”, explica Jakobsen, capataz de producción. “Quieres sacar toda la crema que puedas sin que el pastel se derrumbe, así que eso es básicamente lo que hacemos. Nos encanta la nata. Y el carbón”.
El minero mostró a la BBC este mundo subterráneo antes de que cierre definitivamente.
La empresa estatal noruega Stoke Norske ha anunciado que clausurará la mina como parte de su cambio a formas de energía renovables.
“Me entristece”, reconoció Jakobsen. “He estado aquí toda mi vida. Sabiendo que era un pueblo minero y ahora está llegando a su fin. Cada vez es más un pueblo turístico, un La La Land”.
Hace tiempo que el turismo superó a la minería del carbón como principal fuente de ingresos en Svalbard.
Pero las decenas de miles de visitantes que llegan cada año en avión y en barco están ejerciendo una mayor presión sobre este frágil medio ambiente.
Abandonar el carbón, al menos, reducirá la vertiginosa huella de carbono de Svalbard.
Pero Jakobson no está convencido.
“Si no se puede sacar de aquí, se sacará de otro sitio”, replicó. “Todavía no han encontrado los sustitutos perfectos. Así que el carbón sigue aquí para quedarse”.
Sin embargo, hace solo unos días Store Norske dio un giro de 180 grados y anunció que retrasará el cierre de la mina.
La empresa justificó la decisión diciendo que la crisis energética de Europa, alimentada por la invasión rusa a Ucrania, hace que la operación sea más rentable.
Esto hace inevitable la siguiente pregunta: si el lugar que más se calienta de la Tierra no puede renunciar a los combustibles fósiles, ¿qué esperanza hay para el resto?
El vicealcalde de Longyearbyen, Stein-Ove Johannessen, está de acuerdo en que hace años que debería haberse desarrollado una nueva estrategia ecológica. “La dura respuesta a eso es que probablemente no hemos prestado suficiente atención”, confesó.
“Pero en estos últimos años hemos despertado de verdad y hemos visto que realmente tenemos que hacer cosas”, matizó el funcionario.
Pero Johannessen sostuvo que, al ser tan remoto, el carbón era una forma vital de proporcionar seguridad energética al archipiélago.
“Tener nuestra propia producción local de carbón para dar energía segura a la comunidad local ha sido muy importante para nosotros. Pero estoy de acuerdo en que deberíamos haber empezado hace mucho tiempo”, agregó.
Como otras comunidades de todo el planeta, en lo que respecta al cambio climático, Svalbard simplemente no está haciendo lo suficiente, ni lo suficientemente rápido.
La Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático que se celebrará este año en Egipto será difícil, ya que estará dominada por el impacto de la guerra en Ucrania. A los gobiernos de todo el mundo se les preguntará una vez más qué sacrificios están dispuestos a hacer hoy para salvar el mañana.
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