En el mundo moderno, pocas mercancías valen más que el arte. Si el nombre del artista es el indicado, las obras llegan a valer sumas que te dejan estupefacto.
Pero si quieres comprender la extraña relación entre el arte y el dinero, hay que remontarse 600 años.
En el Renacimiento hubo una colisión aún más impactante de las fuerzas del mercado y las obras maestras.
Y el arte más bello del mundo se creó al servicio de una familia rica y despiadada: los Médici.
Con su dinero, convirtieron a Florencia en una de las ciudades más hermosas del mundo.
Fueron los primeros grandes coleccionistas de arte moderno.
Pero su relación con el arte involucró todo tipo de pasiones.
Las bolas de los Médici
En Florencia, es imposible escapar de los Médici.
Doquiera que mires puedes ver su escudo de armas, con sus bolas.
Es como si hubieran marcado la ciudad por toda la eternidad.
Hay muchos mitos sobre las famosas bolas Médici.
La verdad es que siempre fueron besantes, las antiguas monedas bizantinas, símbolos tangibles del hecho de que la familia comerciaba dinero.
No prestarle a la realeza
La extraordinaria aventura de la familia comenzó con Giovanni di Bicci de Médici.
Nacido en la pobreza, fue quien creó el primer banco Médici en Florencia en 1397.
La banca renacentista se realizaba en público.
Los comerciantes de dinero iban al mercado y vociferaban sus mejores ofertas: “¡Tengo 50 florines para prestarte y me los pagas en Navidad!”.
Cada banquero trabajaba desde su propia mesa, instalada en el pasillo del mercado. “Banko” es italiano para 'mesa', de ahí nuestra palabra “banco”.
Como era un negocio de alto riesgo, no era raro que muchos quebraran, y cuando eso sucedía tenían que romper ceremonialmente su mesa. De ahí “banco rotto” o bancarrota.
El banco Médici tuvo éxito gracias a sus reglas, como no prestarle a la realeza, pues nunca devolvía el dinero.
Fue el nacimiento del capitalismo, y ninguna familia prosperó más que la Médici.
Pero sus miembros eran cristianos devotos sujetos a las leyes de la Iglesia, y eso presentaba un profundo dilema.
El 7º círculo
El mundo del más allá, repleto de ángeles y demonios, era tan real para los Médici como el mundo en el que comerciaban.
Según la Biblia, la usura -el préstamo de dinero- era un pecado mortal.
A medida que las riquezas se acumulaban en el lado de crédito de su libro mayor, se aterrorizaban de lo que estaba en el lado del débito: la amenaza de la condenación eterna.
El espectro del infierno se cernía sobre los florentinos y su célebre poeta Dante Alighieri lo había descrito con lujo de detalle en su “Divina Comedia”.
En el 7º círculo del averno, junto con los blasfemos y los sodomitas, estaban los prestamistas.
No obstante, había una cláusula de rescisión para los usureros del Renacimiento.
De acuerdo con la doctrina de la Iglesia, podías salvarte del infierno patrocinando una gran obra de arte o arquitectura.
Las puertas al cielo
Los banqueros no sólo eran mal vistos en el cielo, también los acusaban de dividir la sociedad, porque creaban deuda, codicia y división.
Donar algo para el baptisterio, el edificio más comunal de Florencia, donde ricos y pobres eran bautizados, era ideal: resolvía los problemas divinos y terrenales.
En 1401, un gran par de puertas de bronce fueron comisionadas para la gloria de Dios. Y Giovanni di Bicci, el jefe de la familia Médici, estaba en el comité que eligió al artista: Lorenzo Ghiberti.
A Ghiberti le llevó 20 años completar estas grandes puertas.
Terminó en 1424, apenas 5 años antes de que Giovanni di Bicci muriera.
El resultado, sin embargo, es indiscutiblemente una de las grandes obras maestras del arte renacentista.
Y una revelación para familia Médici sobre el potencial del arte.
Tu alma por un monasterio
El hijo de Giovanni, Cosme el Viejo, expandió el banco Médici en toda Europa. Y con nuevas riquezas llegaron nuevas oportunidades.
Cosme fue un genio político que convirtió a los Médici en la familia más poderosa de Florencia.
Pero también sabía que la ciudad era una República -al menos de nombre-, en la que se suponía que todos eran iguales. Así que vestía ropa sencilla e incluso montaba en burro en lugar de caballo.
Estaba decidido a hacer todo lo posible para borrar la mancha de la usura de la reputación de su familia.
En la década de 1430, el Papa le prometió a Cosme la redención si financiaba la construcción del Monasterio de San Marco, una oportunidad caída del cielo para lavar sus montones de dinero sucio.
Era habitual que los extremadamente ricos donaran una capilla o unos frescos, pero en este caso, los Médici pagaron por la construcción de todo un monasterio.
Fue un acto de patrocinio privado sin precedentes.
Y una prueba de que para Cosme el Viejo el dinero realmente no era un impedimento, si se trataba de salvar su alma eterna.
En San Marco, hogar de la austera orden dominicana, se construyó una celda, un poco más grande que la de los monjes, y, como buen banquero, hizo tallar justo sobre a la entrada una inscripción que oficializaba la naturaleza del intercambio que tuvo lugar:
Adentro de la celda, el poderoso jefe de los Médici ayunaba, hacía penitencia y rogaba por la salvación de su alma eterna.
El prestamista pecador había conseguido la redención, había logrado incluso entrar al templo.
Ahora, tenía que limpiar la imagen de la familia y una obra de arte que había comisionado para su celda le sirvió de inspiración para su campaña de márketing.
La pintura creada por Benozzo Gozzoli mostraba a los Reyes Magos llevándole regalos a Jesús.
¿Qué era el Monasterio de San Marco si no un espléndido regalo a Cristo?
Cosme había notado que Melchor, Gaspar y Baltasar eran unos de los pocos hombres ricos y buenos en la Biblia.
¿Qué mejor metáfora visual o alter ego para su familia?
En privado
Los Médici se obsesionaron tanto con sus nuevos héroes, que se unieron a una fraternidad que celebraba a los Tres Reyes Magos.
Querían que toda Florencia compartiera su devoción.
Cada el 6 de enero, una gran procesión tomaba las calles de Florencia. Cientos de personas vestidas con colores brillantes y llevando animales -monos, babuinos, tigres, guepardos- recreaban el viaje de los Reyes Magos a Belén.
Pero en el Palazzo Médici, en la capilla privada, lejos de las miradas indiscretas, era evidente que la sombra de la culpa se estaba despejando.
El espectacular fresco que la adorna la capilla fue obra del mismo artista -Benozzo Gozzoli- y tema era el mismo que en San Marco -el viaje de los Reyes Magos-, pero en este caso no había ningún rastro de austeridad.
Es un resplandor de color, llena de oro, con un elenco de cientos.
Una celebración pura y desnuda del capitalismo.
Cosme el Viejo y su hijo murieron de gota en la década de 1460.
Su nieto, el próximo gran patrón de la línea familiar, desterraría para siempre cualquier rastro de culpa de los Médici.
El Magnífico
Lorenzo el Magnífico recibió la mejor educación clásica que el dinero podía comprar.
Pero Lorenzo, más rico de lo imaginable, no usó esa educación para la banca, que francamente le aburría, sino para el placer.
No tenía reparos en ser y parecer el hombre más poderoso de Florencia.
Y lo único que le importaba era el arte.
Lorenzo Medici sosteniendo el tintero mientras su hermano Giuliano sostiene el libro, para la Virgen María, coronada por dos ángeles, y el Niño Jesús con una granada en la mano, símbolo de la resurrección, en “Virgen del Magnificant” de Sandro Botticelli.
Su gran sueño era revivir la belleza y los mitos del antiguo pasado clásico, así que tomó medidas prácticas realizarlo.
Preocupado por la caída de los estándares del arte florentino del Renacimiento, se le ocurrió de fundar una academia.
Seleccionó varias obras de las colecciones de los Médici, contrató un tutor y ¡listo!: nació la escuela de arte moderno.
Ya tenían el cielo
Lorenzo estableció la academia en su propio jardín y su devoción por el arte pagano en lugar del religioso moldeó las mentes de sus estudiantes.
Una de esas mentes fue la de Miguel Ángel, a quien Lorenzo lo tomó bajo su ala cuando el genio tenía 15 años.
Una prueba visual del gran impacto que Lorenzo el Magnífico tuvo en el joven Miguel Ángel es una de las únicas dos esculturas que hizo en la academia.
“La Batalla de los Centauros” no tiene ninguna referencia religiosa, ni un rastro de iconografía santa.
Es una obra de arte puramente clásica.
Su tema es la lucha, y, en cierto sentido, lo que vemos es a Miguel Ángel luchando contra las normas establecidas para esculpir una nueva forma.
Este es realmente el nacimiento del arte secular de Europa occidental.
Lorenzo siguió promoviendo los estilos de arte clásicos, auspiciando artistas y comisionando obras que se alejaban cada vez más del arte religioso.
Varios crearon expresiones pictóricas de la idea que Lorenzo aportó a los Médici: ya no necesitaban a Dios, tenían sus propios dioses y esos eran los dioses del arte.
En la villa Poggio a Caiano, bajo el pretexto de evocar el mito clásico de Vertumno y Pomona -dios y diosa de la naturaleza-, lo que realmente creó el pintor Pontormo fue una oración pagana, una obra cuyo espíritu fue heredado de Lorenzo el Magnífico.
Crimen y castigo
Los Médici habían llegado lejos en menos de 100 años.
Pero el patrón de su ascenso meteórico es comparable con las fluctuaciones de cualquier mercado.
Para cada auge, hay una caída.
Lorenzo quiso revivir la antigua Roma en una Florencia cristiana.
Con su muerte, en 1492, los espectros del infierno regresaron a vengarse, en la forma de un monje fanático llamado Girolamo Savonarola.
Savonarola hizo todo lo posible para derribar y destruir todo lo que los Médici habían creado.
Ordenó una purga del arte pagano que los Médici habían revivido. Ninfas, dioses desnudos y diosas... todo tenía que desaparecer.
Organizó inmensas y casi frenéticas fiestas religiosas, conocidas como las hogueras de las vanidades, donde alentaba a todos los habitantes de Florencia a traer sus posesiones más valiosas, incluidas las obras de arte, y quemarlas para la gloria de Dios.
David contra Goliat
Savonarola predicó que el fin del mundo estaba cerca.
Un sentimiento de terror apocalíptico se apoderó de Florencia, y la gente se volvió contra los Médici.
En 1494, dos años después de la muerte de Lorenzo, su hijo mayor, Piero, se dio cuenta de que la familia estaba en peligro de muerte.
Los Médici se vieron obligados a huir de la ciudad.
Las posesiones y palacios de la familia fueron saqueados, sus obras de arte fueron incautadas o destruidas.
Reyes de Florencia
La familia permaneció en el exilio de Florencia durante casi dos décadas, durante las que redirigieron sus energías y fortuna para urdir su poder dentro de la Iglesia.
Giovanni se convirtió en el primer Papa Médici -León X- y, en 1512, la familia pudo recurrir al músculo militar papal para volver al poder en Florencia.
Los años de exilio habían engendrado una nueva y brutal generación de Médici, decidida a destruir el viejo sueño de la república florentina.
No solo querían ser gobernantes; querían ser dictadores absolutos.
En la década de 1530, el brutal Alejandro llegó al poder.
Alejandro ordenó la construcción de la impresionante e intimidatoria Fortezza da Basso, diseñada no para proteger a la gente sino para someterla. En una siniestra metamorfosis, las bolas de los Médici se multiplican hasta tachonar los muros como balas de cañón que apuntan a Florencia.
Alejandro Era un inculto y un matón, y ciertamente no era un gran mecenas de las artes, pero sí usó a uno de los más grandes artistas del Renacimiento, Benvenuto Cellini, para crear una moneda estampada con su imagen imperial.
Para un florentino del siglo XVI con simpatías republicanas, era un objeto de indignación, pues rompía con la larga tradición florentina de que las monedas nunca debían tener el retrato de un individuo en ellas.
Era un símbolo increíblemente fuerte, decía que los Médici eran el equivalente de reyes.
Esos hombres que utilizaban su fortuna para alcanzar el poder y el estatus ahora estaban en el dinero de Florencia.
En 1532, Alejandro se convirtió en el primer duque de Florencia.
La república estaba muerta.
Los Médici tuvieron hasta el descaro de apoderarse del ayuntamiento de la ciudad, el Palazzo Signoria, el corazón de la Florencia republicana.
Lo transformaron en un palacio principesco y cubrieron sus paredes con celebraciones de la familia como una la dinastía aristocrática.
Por fin lo habían logrado: habían dejado de ser unos usureros innobles que vivían bajo la amenaza de la condenación eterna.
Pero aún le darían un giro final a la historia del arte.
La liberación
El solitario y anémico Francisco I de Médici, gobernante de Florencia en la década de 1570, no era un guerrero.
Pasó su vida acumulando objetos extraños y exóticos, para demostrar su dominio del arte y la naturaleza.
Incluso creó un museo en miniatura con una serie de pinturas fantásticas, el Studiolo, donde está encapsulado un nuevo sentido del arte.
Cada lado del Studiolo está gobernado por uno de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua, y las pinturas y objetos (guardados detrás de las pinturas que están a nivel de piso, que sirven de puertas de armarios) siguen cada tema.
Las obras que alberga muestran un arte desatado totalmente de cualquier noción de valor compartido. Desvinculado de las nociones de religión y de política, se había tornado en una experiencia en y por sí misma.
Era un arte libre.
Ya no era lo que fue cuando Ghiberti hizo esas puertas para Giovanni di Bicci; ya no era un obra de importancia religiosa.
Ahora podía ser cualquier cosa...
La moneda suprema
Florencia fue el laboratorio de un gran experimento en el que el arte se hizo más precioso que el oro.
El poder y las pasiones de los Médici fueron los catalizadores de nuevas formas de expresión artística.
E hicieron el capitalismo respetable. La codicia es buena, decían. Pero la codicia por el arte es lo mejor de todo.
Por eso se siguen pagando fortunas por el arte hoy.
Los Médici revolucionaron el arte y cambiaron el curso de la civilización.
La mayor ironía es que lo hicieron para alejarse de sus sucias raíces en el dinero. Pero al final crearon una moneda suprema: la moneda del arte.