Son capaces de modificar el clima y pueden originar tormentas de fuego.
No todos los grandes incendios son iguales. El cambio climático, con fenómenos extremos como las sequías y las lluvias torrenciales, sumado al abandono de la gestión forestal y a los cambios de uso del suelo pueden llegar a producir incendios muy voraces ante los que los servicios de extinción apenas pueden actuar.
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Se les conoce como incendios de “sexta generación” y suelen ser devastadores. Los hemos visto en Australia, en Estados Unidos y ahora en el sur de Europa, donde una intensa ola de calor está alimentando auténticos monstruos de fuego.
Son fenómenos que hasta ahora eran raros pero que cada vez son más frecuentes, como el que en 2017 mató a más de 60 personas en Portugal.
Son fuegos muy peligrosos, que parece que cobraran vida propia y que quedan fuera de la capacidad de extinción. Poco importa el número de bomberos que intenten luchar contra él porque su intensidad es tal que apenas pueden acercarse y prácticamente solo se puede esperar a que cambie el tiempo y llueva.
El concepto de “generación” aplicado a los incendios tiene que ver con cómo se comporta el fuego en relación con el terreno en el que se desarrolla.
En el caso de los de “sexta generación”, la energía que liberan es tal que tienen la capacidad de cambiar la meteorología a su alrededor e incluso de generar nuevos focos.
“Es bien conocido que las condiciones climáticas pueden incrementar el riesgo de incendios y hacer que sean más difíciles de extinguir. Pero la relación entre el fuego y el clima va más lejos. Los incendios pueden crear su propia meteorología, generando nubes pirocumulonimbo y tormentas”, explica en su página web la Oficina de Meteorología del gobierno de Australia, país que ha sufrido algunos de estos devastadores fuegos.
Son, literalmente, tormentas eléctricas que se forman encima de la columna de humo de un incendio, pero que también pueden crearse sobre las nubes de ceniza de los volcanes o en los hongos de una detonación nuclear.
El intenso calor del incendio hace que el aire ascienda rápidamente con la columna de humo. Este aire caliente es muy turbulento y va enfriándose conforme asciende. Cuanto más arriba llega, menor es la presión atmosférica, lo que provoca que esta columna se extienda y siga enfriándose.
Si se enfría lo suficiente, la humedad que contiene la columna se condensa y forma un cúmulo, una nube que, al haberse formado por el incendio, se le da el nombre de “pirocúmulo”. El proceso de condensación hace que ese calor latente se libere, por lo que la nube se calienta y ascienda aún más.
Esta nube puede llegar a la baja estratosfera sin perder flotabilidad. La colisión de partículas de hielo en las partes altas de estas nubes pueden crear cargas eléctricas que liberan enormes chispas, los rayos. A este tipo de nubes que consiguen provocar tormentas eléctricas se les llama pirocumulonimbos.
Estas nubes pueden producir lluvias torrenciales muy destructivas. Los rayos, además, son capaces de provocar nuevos focos en el incendio. Son lo que se conoce como “tormentas de fuego”.
Los incendios de “sexta generación” son una de las consecuencias más claras de la emergencia climática. Tal y como hacemos con el horno, el cambio climático ha “precalentado” el ambiente y ha creado las condiciones propicias para este tipo de fuegos.
El aumento de las temperaturas ha hecho que algunas especies vegetales surjan en zonas para las que no están adaptadas. Además, cada vez más, las lluvias se concentran en episodios cortos e intensos, que provocan inundaciones, pérdida de suelo y problemas de absorción del agua.
Desde que a mediados del siglo XX se produjera un éxodo rural en muchas partes del mundo y se abandonaran los usos agrícolas, los incendios han ido evolucionando.
Primera generación: Los fuegos ganan velocidad en zonas de cultivo que ya no se estaban utilizando.
Segunda: La vegetación empieza a recolonizar esas antiguas tierras de cultivo, pero esa nueva masa forestal se abandona. Con estos incendios se observa que cada vez hay más masa de vegetación continua por la que el fuego puede propagarse rápidamente. Surgen entonces las primeras medidas contra incendios: los cortafuegos.
Tercera: Surge una dicotomía paisajística. La población se concentra en las zonas metropolitanas mientras que el campo se vacía. Esto hace que los incendios ganen intensidad y consuman toda la masa forestal en la que se inician. Los dispositivos contra el fuego también crecen.
Cuarta: En los años 90 se produce un boom de la segunda residencia en lugares de campo en países como España. Son urbanizaciones en mitad del bosque o el campo en las que viven personas que no hace uso del campo. Son incendios muy voraces y peligrosos.
Quinta: Se producen cuando hay, además, una simultaneidad. Varios incendios se desatan a la vez lo que producen el colapso de los servicios.
Y de ahí se llega a la sexta, en la que el cambio climático ha creado las condiciones propicias para desencadenar el fuego y contra el que es imposible luchar. Solo se puede llevar a cabo una estrategia defensiva, es decir, establecer prioridades y decidir qué se quiere salvar.
La única forma de combatirlo, señalan los expertos, es la prevención.
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