El mundo conmemora por estos días los 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la conflagración que marcó a fuego el devenir de Europa, y del planeta entero, en el siglo XX.Seguir a @Mundo_ECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
El Perú estuvo lejos de los campos de batalla, pero no todos los peruanos fueron ajenos a esta calamidad. Investigadores e historiadores han rastreado en los últimos tiempos las historias de varios compatriotas involucrados, en mayor o menor grado, con la guerra.
Rescatamos tres de ellas y las alimentamos con los recuerdos de sus familiares y estudiosos más cercanos.
- EL DOCTOR: ERNESTO PINTO-BAZURCO
Laufen es una pequeña ciudad alemana enclavada cerca de la frontera con Austria y a tiro de vista de Braunau am Inn, donde nació el mismísimo Adolfo Hitler.
En esa localidad bávara se habló esta semana del Perú. Fue cuando se develó una placa en honor de Ernesto Pinto-Bazurco, el médico que estuvo encerrado en 1942 en el castillo de Laufen, convertido entonces en un campo de concentración.
Pinto-Bazurco, nacido en el Callao en 1913, viajó a Alemania en 1932 para estudiar Medicina. El inicio de las escaramuzas lo sorprendió en Múnich, pero sus penurias empezaron en 1942, cuando el Perú rompe relaciones con los países del Eje (Alemania, Italia y Japón).
“Nunca se supieron con exactitud los motivos de su detención y traslado a Laufen, donde estuvo unos seis meses”, nos cuenta desde Alemania su hijo Ernesto. Lo cierto es que la Gestapo lo persiguió junto a otros que, desde el ejercicio de su profesión, ayudaban a judíos y eran naturales de países no alineados con el Tercer Reich.
En medio de la fatalidad se libró de una suerte peor al ser recluido en un campo para americanos (de EE.UU., se entiende), donde el trato era menos bestial.
“Mi padre me dijo que nunca lo maltrataron físicamente, pero que pasó mucha hambre, al salir de allí pesaba solo 49 kilos. Tan desnutrido lo vieron los nazis que en la boleta de liberación –que aún conservo– le dieron un vale por tres días de comida”, rememora Ernesto, diplomático de profesión.
La intervención de la Cruz Roja y la llegada de un gran contingente de presos estadounidenses –había que buscarles espacio– facilitaron su liberación. “Tras ser liberado, atendió a varios judíos que eran perseguidos, en cadena con el consulado suizo, que ejercía la representación en Alemania luego de que nuestros diplomáticos fueran retirados por el Gobierno Peruano”, nos relata su vástago.
Tras perder a un hijo nacido en 1944 en los bombardeos sobre Múnich, el médico y su familia pudieron salir de territorio germano en 1948.
En mayo del año pasado, con 101 años a cuestas, expiró. La lejana Laufen lo tiene desde el lunes en sus muros como uno de los presos que sufrió la ignominia nazi.
- EL DIPLOMÁTICO: JOSÉ MARÍA BARRETO
El museo Yad Vashem, en Jerusalén, tiene una sobrecogedora Sala de los Nombres, en la cual se rinde homenaje no solo a los millones de víctimas del Holocausto, sino también a todos aquellos que contribuyeron a salvar judíos durante la guerra.
Desde junio del año pasado, el nombre y la foto del peruano José María Barreto se exhiben entre los casi seis mil ciudadanos extranjeros reconocidos bajo el título de justo entre las naciones.
Nacido en Tacna en 1875, Barreto trabajó en la Embajada del Perú en Alemania entre 1925 y 1931. Luego, fue nuestro representante ante la Sociedad de Naciones (predecesor de la ONU), organización que deja de existir en la práctica cuando estalla el conflicto.
Su figura como cónsul del Perú en Ginebra (Suiza) es rescatada por Juan del Campo en su obra “El Tercer Reich visto por Torre Tagle”. Al descubrirse, en julio de 1943, que desde esa ciudad suiza se habían expedido pasaportes a 58 judíos en campos de concentración, la cancillería peruana pidió explicaciones a Barreto.
En su nota de respuesta, el cónsul dijo haber obrado así por motivos humanitarios.
En línea con la dura postura asumida por el Gobierno Peruano frente al tema judío en 1938, la cancillería desautorizó al cónsul y lo destituyó.
Desde Estados Unidos, su nieto, el también diplomático Oswaldo de Rivero, nos transmite con emoción la gesta de su abuelo.
“Él escuchó a su conciencia y pudo salvar a unas pocas familias, antes de que el canciller Solf y Muro lo expulsara y dejara sin protección en Suiza”, cuenta.
De Rivero tenía apenas 10 años cuando Barreto expiró en 1948, pero recuerda nítidamente los relatos de su abuelo. “Su actitud piadosa hacia los judíos fue porque vio cómo los peruanos eran tratados como ciudadanos de segunda clase en Tacna durante la ocupación chilena, lo mismo observó en Europa con los judíos”.
Una vez destituido, Barreto quedó prácticamente aislado en Suiza. “Los nazis sabían que mi abuelo había salvado a algunos judíos, así que estaba en peligro. Él nos contaba que no ponía un pie fuera de Ginebra y que debía cuidar sus pasos, pues como ciudad de un país neutral estaba llena de espías nazis”.
- LA CALIGRAFISTA: MAGDALENA TRUEL
En el cementerio de Stolpe, una localidad alemana muy próxima a Berlín, están todavía los huesos –o lo que de ellos queda– de Magdalena Truel, una peruana hija de franceses que nació en Lima en 1904.
Lejos estaría de imaginar a los 20 años, cuando tras perder a sus padres partió a Europa, que terminaría siendo una heroína de la resistencia francesa y la única latinoamericana en la lista del Memorial de los Deportados, ubicado frente a la catedral parisina de Notre Dame.
El periodista Hugo Coya le dedicó un capítulo de su obra “Estación final” y hoy está empeñado en publicar un libro entero sobre Magdalena, que de niña estudió en el colegio San José de Cluny y cuyo padre fue uno de los fundadores de la Bomba Francia N° 3 de los bomberos voluntarios.
Ya en la tierra de sus ancestros, fue testigo de las detenciones arbitrarias, golpizas y violaciones perpetradas por los nazis contra los judíos galos, y entonces decidió sumarse a la causa contra el invasor.
“Ella se convirtió en la mayor y mejor falsificadora de documentos de la resistencia. No solo pasaportes, sino también cédulas de identidad y partidas de bautizo, que permitieron que niños judíos –al ser declarados católicos– salvaran de morir”, nos relata Coya.
“Magdalena era una gran caricaturista y caligrafista, copiaba magistralmente las letras y reproducía idénticamente documentos, los nazis sabían de esta red de falsificadores, pero mucho tiempo no pudieron dar con ella”, agrega Coya.
Su buena estrella se apagó en junio de 1944, cuando es capturada y enviada al campo de concentración de Sachsenhausen.
“Ya con la guerra prácticamente perdida, los nazis obligaban a los sobrevivientes que aún tenían cautivos a emprender la denominada marcha de los muertos (20 km diarios). Ella, que ya había sido sometida a castigos, muere el 3 de mayo de 1945”, remarca Coya. Dos días después, llegaron los soldados soviéticos y sus compañeros de penurias fueron liberados.
EL PERÚ EN LA REFRIEGA
Tibieza y neutralidad
Entre 1933 y 1939 gobernaron el Perú regímenes que no fueron hostiles a Adolfo Hitler. Cuando estalla la guerra con la invasión a Polonia, en setiembre de 1939, nuestro país se declara neutral.
Postura ante judíos
Frente a dos gobiernos peruanos que prohibieron otorgar visados a las víctimas de la persecución nazi, no pocos agentes diplomáticos y consulares peruanos tuvieron que optar entre ceñirse a las instrucciones o incumplirlas para salvar a judíos (Juan del Campo, “El Tercer Reich visto por Torre Tagle”).
Ruptura de relaciones
Seis semanas después del ataque japonés a Pearl Harbor (7/12/1941), que propició el ingreso de Estados Unidos a la guerra, el Perú rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje.
Guerra declarada
Nuestro país declara la guerra a Alemania y Japón el 12 de febrero de 1945, a pocos meses del fin de la conflagración. Ello sirvió para ser admitido como miembro fundador de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).