Manila. A pesar de la muerte de Abu Bakr Al Baghdadi y la incertidumbre sobre el liderazgo del grupo terrorista Estado Islámico, Mindanao, región del sur de Filipinas, es una nueva guarida del yihadismo más radical, donde milicias locales leales cobijan y entrenan con terroristas extranjeros huidos del extinto califato.
Abu Sayyaf, los Luchadores Islámicos para la Liberación del Bangsamoro, Ansar Khalifa Philippines o Maute -el más debilitado- son los principales grupos afines al Estado Islámico en Filipinas, formaciones que aunque no tienen capacidad para implantar un nuevo califato, sí han abrazado nuevas formas de violencia como los ataques suicidas, un fenómeno nuevo en el país asiático.
“Mindanao es visto como el nuevo territorio para la yihad, un refugio seguro y hogar alternativo para terroristas extranjeros”, aseveró a EFE el presidente del Instituto Filipino para la Paz, la Violencia y el Terrorismo, Rommel Banlaoi.
Este analista asegura que el sur de Filipinas alberga en estos momentos a más de un centenar de terroristas foráneos, provenientes de Malasia, Indonesia y Oriente Medio, que están importando métodos más violentos de acometer su lucha.
La caída definitiva, el pasado marzo, del despiadado califato proclamado en 2014 por Al Baghdadi en la frontera entre Siria e Irak, impulsó un éxodo de terroristas a Filipinas, que se aprovechan de “los débiles controles en los aeropuertos y de los porosos puertos que salpican la costa de Mindanao”, apunta.
Según Banlaoi, la naturaleza de la muerte de Al Baghdadi -que se inmoló el domingo en Siria asediado por tropas estadounidenses- “puede intensificar la violencia terrorista en Mindanao, ya que el suicidio es visto como un martirio para los seguidores del Estado Islámico”.
“Los ataques suicidas son la cara actual del terror en Filipinas. Las tendencias futuras pueden incluir niños y jóvenes”, advirtió sobre las nuevas tácticas del yihadismo, que capta jóvenes en el empobrecido y convulso Mindanao musulmán gracias a una potente maquinaria de propaganda online.
Aunque el terrorismo islamista no es nuevo en Filipinas, los ataques suicidas no corresponden al “modus operandi” clásico de los grupos locales, una nueva amenaza en el país que en el último año ha registrado cuatro atentados de este tipo, los primeros de su historia y todos reivindicados por el Estado Islámico.
El primero tuvo lugar el 31 de julio de 2018 en la isla de Basilan -tradicional feudo de Abu Sayyaf-, donde murió una decena de personas; seguido del atentado con dos bombas gemelas en enero en la catedral de Joló, capital de Sulu, uno de los mas letales al ocasionar una veintena de muertos y un centenar de heridos.
Los otros dos atentados, en junio y septiembre, atacaron campamentos militares en Sulu, un archipiélago de difícil acceso convertido en el nuevo bastión de Abu Sayyaf, el grupo yihadista más fuerte en estos momentos con más de 300 efectivos solo en esa zona.
Allí se esconde Hatib Hajan Sawadjaan, cabecilla de Abu Sayyaf y nuevo emir del Estado Islámico en el Sudeste Asiático, tras la muerte de Isnilon Hapilon en la batalla de Marawi en octubre de 2017.
El ataque de junio fue perpetrado por Norman Lasuca, de 20 años, militante de Abu Sayyaf y el primer filipino responsable de un atentado suicida, un síntoma más de la radicalización del yihadismo de factura local.
Sobre la muerte de Al Baghdadi, el secretario de Defensa filipino, Delfin Lorenzana, indicó que es “un revés momentáneo para el movimiento yihadista, considerando la profundidad y alcance de la organización en todo el mundo, en particular Filipinas”.
Sin embargo, el director del Observatorio Internacional sobre Estudios de Terrorismo (OIET), Carlos Igualada, apunta que los grupos yihadistas filipinos quedaron muy debilitados tras su derrota en la batalla de Marawi en octubre de 2017, después de que ocuparan en mayo el centro de esa ciudad musulmana del sur filipino.
“No creo que la muerte de Al Baghdadi afecte mucho al devenir del movimiento yihadista en el Sudeste Asiático, ya que los grupos de la región están centrados en recuperar la capacidad que tenían antes de Marawi, inmersos en un proceso de reorganización, especialmente en los puestos de liderazgo”, explicó a Efe.
Igualada señaló que el yihadismo filipino, aunque juró lealtad al Estado Islámico en 2014, ha conservado su independencia y la influencia del califato se limitó al plano ideológico, con un liderazgo autónomo de Al Baghdadi.
No obstante, se estima que unos 800 yihadistas del Sudeste Asiático llegaron a Siria a luchar en el califato, muchos de los cuales han logrado escapar de los campos de prisioneros en los que fueron confinados.
“Eso supone un riesgo para el Sudeste Asiático, que puede sufrir atentados cometidos por estos combatientes retornados, siendo ésta la mayor preocupación en materia antiterrorista”, admitió Igualada.
Para Luke Lischin, investigador del National War College de Estados Unidos, los nexos entre el Estado Islámico y el yihadismo filipino, en particular Abu Sayaff, se restringen a la ideología, pero también advierte del peligro de la llegada a Filipinas de luchadores de Siria e Irak “en busca de un nuevo campo de batalla para la guerra santa”.
Fuente: EFE