Tuvo que convencer a la policía de que el asesino era él. Nadie le creía. “Big Ed”, como lo habían bautizado, solo era para ellos ese grandulón que tomaba cervezas con ellos y se entretenía averiguando detalles de los últimos crímenes ocurridos en los Estados Unidos. Finalmente, las pruebas lo corroboraron: Edmund Kemper III era el autor de una serie de crueles homicidios, incluyendo el de su propia madre.
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Su historia volvió a la agenda de los medios en octubre del año pasado,cuando Netflix lanzó la serie Mindhunter. Ambientada en los años 70, tiene como protagonistas a dos agentes del FBI que se proponen definir “perfiles psicológicos criminales” a partir de entrevistas con asesinos y violadores.
El primer personaje que van a visitar a la cárcel es un hombre de gran porte -casi dos metros de altura y de un peso de más de 100 kilos-. A pesar de su tamaño, tiene cierto carisma y trata a los detectives como si fueran dos amigos que vienen a visitarlo a su casa.Así es la caracterización que la serie hace de Edmund Kemper, que se parece bastante a cómo lo describieron los policías que solían tomar unas cervezas con él en un bar llamado “The Jury Room”, en el condado de Santa Cruz.
Kemper nació en 1948 en Burbank, California. Los investigadores que reconstruyeron su historia sostuvieron que era un niño extremadamente inteligente, aunque ya de pequeño tenía comportamiento de rasgos psicopáticos. Entre otras cosas, solía torturar y matar animales por placer.Sus padres estaban divorciados y su madre abusaba física y psicológicamente de él: lo golpeaba y solía dejarlo encerrado en el sótano toda la noche.
A los 14 años, Edmund Kemper huyó de su casa en busca de su padre. Pero éste también lo rechazó, por lo que terminó con sus abuelos paternos en North Fork, California. Un año después, mató a ambos. Cuando le preguntaron los motivos, dijo que a su abuela la asesinó “para saber qué se sentía” y a su abuelo porque “iba a enojarse” con él por haber matado a su mujer. Esta masacre lo llevó a un Hospital Psiquiátrico, del que fue liberado 5 años después.Allí volvió a estar bajo el cuidado de su madre, lo que sólo aceleró su sed de sangre.
Lejos de prosperar, la personalidad de Edmund ya como joven adulto se volvía más cruel. Entre 1972 y 1973 cometió seis homicidios más. Las víctimas eran mujeres estudiantes que hacían dedo en la ruta. Les ofrecía traslado y las llevaba a un descampado donde las mataba y las mutilaba.Los detalles son aún más escabrosos: Kemper tenía sexo con los cadáveres de sus víctimas, incluso con las cabezas que se llevaba a su casa.
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La fantasía inicial de Kemper sería su último acto criminal. El objetivo: su madre. Su odio hacia esa mujer se había acumulado durante años. Los homicidios anteriores parecían ser “ejercicios” para llevar adelante su verdadero plan.La noche del 20 de abril de 1973 fue la fecha elegida. Mientras su madre leía un libro sentada en su cama, Edmund Kemper entró y la asesinó a cuchillazos y martillazos. Le cortó la cabeza, la puso en un estante y pasó una hora gritándole. También cortó su lengua y laringe y las metió en el triturador de basura. Mantuvo sexo con la cabeza de su madre y luego salió a tomar unos tragos.A su regreso, llamó a una amiga de su madre y la invitó a la casa. También la mató y la mutiló. Permaneció un rato “examinando su cadáver”. Escondió el cuerpo en un armario y dejó una nota para la policía:“Aproximadante las 5:15 AM. Sábado. No hay necesidad de que ella siga sufriendo en manos de este carnicero asesino. Fue rápido -dormida- la manera en que yo lo quería. No es descuido ni incompetencia, caballeros, sólo falta de tiempo. Tengo cosas que hacer”.
Kemper huyó hacia Pueblo, Colorado. Aunque en el fondo quería ser atrapado. Grande fue su desilusión cuando nadie fue tras él. Por eso decidió llamar a la policía y confesar.Al principio no le creyeron. Muchos lo conocían del Jury Room, como “Big Ed”, ese gigante simpático. Pero toda su declaración se comprobó. Cuando le preguntaron por qué se entregó, sus palabras fueron:“El propósito original había desaparecido ... No estaba cumpliendo ningún propósito físico, real o emocional. Era solo una pura pérdida de tiempo ... Emocionalmente, no podía manejarlo mucho más. Hacia el final, empecé a sentir la locura de todo el maldito asunto, y en el punto de casi agotamiento, cerca del colapso, simplemente dije que diablos con eso y lo apagué todo ”.Finalmente fue condenado a cadena perpetua. Hoy, a sus 69 años, permanece detenido en el California Medical Facility en Vacaville, California.Fuente: La Nación, GDA