Algo triste y a la vez tenebroso se esconde detrás de la sonrisa de algunos payasos. Estos personajes, que fueron pensados para expresar alegría, suelen ser la pesadilla de muchos niños. Sobre todo para los que crecieron leyendo a Stephen King y su clásico, “It”. Pero el payaso maldito no es solo una ficción: existió, y se llamaba John Wayne Gacy.
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Nacido en 1942 en la ciudad de Chicago, Gacy tuvo una infancia difícil. Su padre lo golpeaba, sobre todo en sus días de borrachera, y también lo exponía cuestionando su cuerpo y su sexualidad.
Gacy pareció llevar una vida normal cuando se hizo mayor. Al menos por un tiempo. Se casó con Marlynn Myers, con quien se mudó a Iowa en 1967. Fue en esa época cuando comenzó su carrera criminal: abusó de dos varones menores de edad. Por estos casos fue sentenciado a 10 años de prisión. Pero solo estuvo en la cárcel poco tiempo, ya que a los 16 meses salió bajo palabra por buena conducta.
Gacy trabajó en una cadena de comida rápida durante un tiempo. En su barrio era querido, organizaba encuentros culturales e incluso se disfrazaba de payaso para fiestas de niños.
La cara pintada de blanco, los ojos claros y una cabeza medio calva apenas decorada por pelo rojizo. La manera en que quedó caracterizado el personaje de “It” es parecido al alter ego que usaba Gacy: Pogo, el payaso.
Pero no fue un disfraz solo para ocasiones festivas. Gacy también lo utilizó para atacar a algunas de sus víctimas, a quienes captaba con falsas ofertas de trabajo.
En diciembre de 1978, Robert Piest, un adolescente de 15 años, desapareció. Su madre dijo que la última vez que lo vio iba camino a encontrarse con Gacy para discutir sobre un probable empleo.
Diez días después la policía allanó su casa en Norwood Park Township, Illinois, y descubrió las pruebas del horror. con el tiempo se supo que Gacy había abusado y asesinado al menos a 33 jóvenes de entre 15 y 21 años. Algunos de los cuerpos habían sido enterrados debajo de su propia casa y en el garaje, mientras que otros fueron encontrados cerca del río Des Plaines.
“Sus actos hablaban de meticulosidad, planificación en la elección de víctimas, el método de engaño para abordarlas, llevar consigo un trapo y cloroformo e ir coleccionando algunos cadáveres como si fuesen trofeos en el sótano de su casa, llevar adelante un negocio próspero o mantenerse en el ámbito político”, explicó al diario La Nación Laura Quiñones Urquiza, perfiladora criminal.
El juicio comenzó en 1980. Más allá de las evidencias, Gacy había confesado los crímenes, por lo que el debate se centró en su salud mental. Él le había dicho a la policía que quien cometía los crímenes era su alter ego, Pogo el payaso. Esto no lo salvó de una condena: fue sentenciado a la pena de muerte.
En la cárcel se convirtió en pintor. Sus obras llegaron a ser exhibidas en una galería de arte. Apeló su sentencia en numerosas ocasiones. Incluso se retractó de su confesión e insistió en su inocencia. En 1994 le aplicaron la inyección letal.
“En una última entrevista mostró sus pinturas con los enanitos de Blanca Nieves reunidos y distendidos, a Jesús y autorretratos de Pogo, que le recordaban la época en que iba disfrazado de payaso a fiestas infantiles o a hospitales pediátricos”, sostuvo Quiñones Urquiza.
“Se lo notaba preocupado porque la iglesia no estaba cumpliendo su rol de mantener unida a las familias, llegando incluso a reprochar a una madre por el dolor que expresaba al perder a su hijo a manos de él, argumentó que si era tan buena madre '¿por qué su hijo se había fugado?', mostrándonos una vez más no el lado B de un ciudadano ilustre, sino la esencia del sadismo”, concluyó la especialista.
No todas las víctimas de Gacy lograron ser identifcadas. Hubo siete que permanecieron como NN. Sin embargo, en agosto de este año, a través de una prueba de ADN, se estabelció la identidad de la “víctima 24”: se trataba de James Byron Haakenson, un adolescente de 16 años que había desaparecido en 1976.
Su madre lo buscó desesperadamente e incluso contactó a las autoridades cuando se conoció el caso de Gacy. Pero no tenía los registros dentales de su hijo, que hubieran servido para identificarlo. La mujer murió en el año 2000 sin saber cuál fue el destino de Jimmie. Fueron otros familiares los que proveyeron muestras de ADN que permitieron identificarlo entre las víctimas del payaso maldito.
Fuente: La Nación, GDA