Buenos Aires. Omar Benítez vive desde hace más de 40 años en la manzana 28, casa 36 de la Villa 31, uno de los asentamientos marginales más antiguos de Buenos Aires, Argentina, y que limita con uno de sus barrios más exclusivos. Seguir a @Mundo_ECpe!function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
El hombre conoce bien el laberinto de casas de ladrillo a la vista de varios pisos, con sus ventanas y puertas protegidas con rejas, y pasillos angostos de tierra que hacen las veces de calles en las que se mezclan los aromas de comidas de las distintas colectividades que allí residen.
En Buenos Aires hay 24 villas miseria, habitadas por más de 275.000 personas, según cifras de la alcaldía.
Las casas precarias de láminas de cinc y madera levantadas sobre terrenos fiscales comenzaron a ser parte de la geografía de la capital a partir de los años 30 del siglo pasado, como refugio de familias provenientes del interior del país y de países limítrofes como Bolivia y Paraguay, que llegaron en busca de trabajo.
El término proviene de la novela “Villa miseria también es América”, de Bernardo Verbitsky, publicada en 1957.
Hoy se han convertido en “ciudades” con vida y hasta una cultura propia, que resalta el orgullo de ser villero. Su música, la “cumbia villera”, nacida en los años 90, aborda temas relacionados con el crimen, la droga y el sexo.
Al futbolista Carlos Tevez, de la Juventus italiana y la selección argentina, le gusta destacar su origen “villero”, portando una camiseta con el nombre de la suya, Fuerte Apache.
Ahora, el Congreso argentino acaba de aprobar una controvertida ley que instituye al 7 de octubre como el Día Nacional de la Identidad Villera en reconocimiento a miles de personas que viven en esos asentamientos de todo el país.
Un grupo de legisladores propuso la ley para romper con los estereotipos que caracterizan a los “villeros” como vagos, delincuentes y narcotraficantes y resaltar “los valores de solidaridad, optimismo, esperanza, generosidad, humildad y valor por lo colectivo”.
Los legisladores eligieron el 7 de octubre en homenaje al padre Carlos Mugica, considerado la figura más emblemática de los llamados “curas villeros”, sacerdotes católicos destacados por su compromiso social con los más necesitados. En plena violencia política de la década de 1970, Mugica se volvió una figura incómoda por su trabajo social en la villa 31 y fue asesinado por grupos paraestatales en 1974.
“Esa ley es una burla, porque la identidad la tenemos todos como ciudadanos argentinos”, dijo Benítez, de 55 años, apostado al borde de una cancha de fútbol en la que decenas de niños corren detrás de una pelota. “Hay que cumplir las leyes vigentes de urbanización. Lo que pasa es que los políticos no quieren que se solucione el tema de las villas. Los villeros de la capital no tendrían que tener una casa sino una mansión de cinco plantas con todo el presupuesto para urbanización de los últimos 31 años”.
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Residentes de la villa 8 de Mayo. (AP).
¿Qué define a los habitantes de las villas: la violencia y la marginalidad o la solidaridad y el compromiso colectivo?
El hacinamiento, la falta de redes sanitarias y de agua potable, la violencia de género y el flagelo de la droga son las problemáticas que deben enfrentar a diario los habitantes de las villas.
No obstante, para Benítez “en la villa se vive bien. Se puede progresar... Lo negativo es que alguno se automargina, se siente menos. Yo les digo que se sientan orgullosos, que son seres humanos como cualquiera, aunque estemos en el fin del mundo, como dice el Papa”.
Hay otros puntos de vista sobre la ley. Lorena Pastoriza, de 40 años, vive en la villa “8 de mayo”, en la localidad de José León Suárez, al norte de la capital, frente a un gigantesco basural, del que vive con una cooperativa de reciclaje.
“Me parece que (la ley) es digna, destaca los valores que se viven en la vida cotidiana de una villa y no como dicen que estamos los ”chorros“ (ladrones) y delincuentes. Hay mucha solidaridad, compromiso”, opinó la mujer. “La cultura de la villa es única. No se vive en otros barrios lo que se experimenta en una villa. Hay un compromiso con el otro, una generosidad y valor por lo colectivo que no se da en otras clases sociales”.
Fuente: AP