Asunción, Paraguay (EFE). El barrio más humilde del centro de Asunción, la Chacarita, ha quedado sumergido por la crecida del río Paraguay. “Es como Venecia”, grita Silas Palma, chacariteño de 15 años, mientras recorre en bote una de las principales calles del populoso barrio.
Silas, que ahora vive en una caseta improvisada frente al Congreso, se aventura cada día para rescatar los enseres y animales que los vecinos no pudieron llevarse cuando abandonaron sus hogares.
Las coloridas fachadas de la barriada se reflejan en el agua, no se oyen motores, ni voces, solo el martillo de alguien que intenta salvar a golpes algunos tablones secos.
Con su amigo Matías, Silas va remando a la altura de los tejados de las casas, entre la porquería que flota en el agua de color verduzco. Ambos van muy atentos y preocupados por las culebras y sanguijuelas.
“Aquí nunca hubo desagüe de residuos ni recolección de basura, por eso está así”, dice el joven.
Como la mayoría de su familia, ha vivido toda su vida en la Chacarita, uno de los primeros barrios de Asunción por su cercanía al puerto y a los principales edificios institucionales, como la catedral, el Congreso y la sede presidencial.
“Aguante Chacarita”, dice Matías mientras la canoa pasa frente a la sede local de los hinchas de su querido club Olimpia y ríe sin piedad al ver el espacio del rival, el Cerro Porteño, totalmente anegado.
Así están también las canchas de fútbol, escuelas, capillas, iglesias, bares y tiendas de ultramarinos, conocidas como despensas.
Los vecinos expulsados por la crecida esperan volver a sus hogares cuando baje el agua, a pesar de que cuando regresen encontrarán un panorama desolador, ya que el agua ha destrozado paredes, instalaciones eléctricas y deteriorado los pocos servicios públicos del barrio.
Angélica Aguilera, maestra de matemáticas en tres escuelas públicas, nacida y criada en la Chacarita, explicó a Efe que las autoridades no les informaron ni previnieron de la subida del río y dijo que solo les han dado una ayuda improvisada que a su juicio “no sirve para nada”.
¿PODRÁN VOLVER A CASA?“Todos queremos volver a casa. No hay calle segura para vivir, pero es la única solución que nos dan”, dijo Aguilera desde el precario campamento montado frente al Congreso.Son muchos los que están acostumbrados a que periódicamente el agua les obligue a trasladarse temporalmente. El año pasado, fuertes lluvias terminaron con las casas construidas en los humedales y las zonas más bajas, pero la gente volvió en un corto plazo. Las inundaciones de este año afectan a la población asuncena desde hace al menos dos meses y la llegada de la época de lluvias en el último trimestre puede alargar la ya complicada situación de los damnificados.
Los desplazados suman 83.556 en la capital y 245.945 en todo el país, según cifras oficiales.
“Nos hemos mudado nueve veces en un año”, dice Silas mientras aparta con un palo o con la mano cables de teléfono y del tendido eléctrico que se cruzan en el camino de su bote.
Mientras tanto, su padre, Claudio Palma, se afana en poner los primeros pilares de madera de su caseta, frente a los monumentales edificios del Congreso, el Cabildo y la Universidad Católica.
“¿Ayuda del Gobierno? ¿Una chapa y una madera es ayuda? ¿Dónde están los médicos y la Policía? Ya gastamos mucha plata en movernos, casi perdimos todo y no nos ayudan”, se queja el veterano vecino.
Aunque los expertos prevén que el río bajará de forma progresiva en los próximos meses, la vuelta a casa de las familias puede retrasarse incluso hasta 2015, según los meteorólogos.