Laika, la perrita enviada al espacio, fue venerada como un héroe nacional por los soviéticos y los estadounidenses se encariñaron con los perros de varios presidentes. En Venezuela, un perro pastor desgreñado es hoy un símbolo del legado patriótico de Hugo Chávez.
El finado presidente evitó la extinción de los mucuchíes, llamados así por el pueblo andino donde se originó esa raza hace 400 años, cuando asignó fondos en el 2008 para que se reprodujesen los 23 pura raza que quedaban y le encantaba hablar de Nevado, el perro que acompañó a su gran ídolo, el Libertador Simón Bolívar.
“Cada vez que Chávez recibía a un presidente extranjero su oficina me llamaba para que trajera a los perros”, declaró Wálter Demendoza, presidente de la Fundación Nevado, que trabaja en la preservación de la raza. “Quería que el perro fuese conocido en el mundo entero como un símbolo de la nación”.
Chávez falleció de un cáncer en marzo del año pasado, pero el interés en esa raza se acentuó luego de que la presidenta argentina Cristina Fernández reapareciese en público en noviembre tras una operación del cerebro acompañada de un cachorrito peludo, blanco, que le regaló un hermano de Chávez.
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De la noche a la mañana el perrito Simón, llamado así en homenaje a Bolívar, pasó a ser una sensación. Este mes, el sucesor de Chávez, Nicolás Maduro, lanzó la Misión Nevado, un programa social gubernamental para rescatar perros callejeros el nombre del mejor amigo del Libertador.
Gracias a los esfuerzos de Chávez, hoy hay casi 200 mucuchíes de pura raza y la Organización Canina Mundial se apresta a reconocerlos oficialmente como una raza.
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Nevado, el perro de Bolívar
La generación más reciente, incluidos los padres del nuevo “primer perro” de Argentina, vive en los páramos del extremo norte de Los Andes en Venezuela.
Fue allí, en el pueblo Mucuchíes, a 3.000 metros de altura, que se produjo el encuentro canino más importante en la historia de Venezuela. La leyenda dice que en 1813 el ejército de Bolívar se acercaba a una granja cuando sus soldados fueron parados en seco por un gigantesco perro guardián que les gruñía en forma amenazante. Los rebeldes estaban a punto de matar al animal cuando Bolívar, maravillado con la belleza y bravura del perro, intervino y evitó que le disparasen.
“Iban a matarlo como un fiero, pero el Libertador los paró”, afirmó Edgar Albarrán, un criador de mucuchíes que recibe a turistas con una ruana de lana roja y un sombrero de paja, la indumentaria tradicional de la región.
El dueño de la granja le regaló el animal a Bolívar, que lo bautizó Nevado por su piel blanca, similar a la de los picos nevados de Los Andes. Los dos se hicieron inseparables, excepto por la vez en que Nevado fue capturado brevemente por los españoles con la intención de tenderle una trampa al Libertador.
El perro murió en la última batalla de la guerra de la independencia de Venezuela en 1821. Si bien se le erigió una estatua en la plaza principal de Mucuchíes, casi nadie se acordaba de él. Los turistas que visitan el pueblo a menudo lo confunden con un San Bernardo.
Los mucuchíes, de hecho, están más emparentados con otro animal del montaña, el mastín del Pirineo, traído por los conquistadores españoles y usado como perro pastor.
En América Latina abundan las razas distintivas, desde el chihuahua mexicano hasta el perro sin pelo del Perú, pero ninguno tiene la importancia histórica de los mucuchíes, según Rafael Malo Alcrudo, juez de concursos de perros español que ha ganado premios como criador del mastín del Pirineo.
“Es una raza extremadamente noble”, expresó Malo Alcrudo, quien visitó las perreras de la Fundación Nevado en el 2012.
Para Chávez, quien estaba obsesionado con todo lo que tuviera que ver con Bolívar y constantemente aludía a su pensamiento político en sus discursos, no había un símbolo de la identidad venezolana más potente. Algunos dicen que incluso se planteó la posibilidad de homenajear a Nevado en el Panteón Nacional de Caracas donde yacen los restos de los padres de la patria.
En Mucuchíes, mientras tanto, lejos de la política, el semental Orinoco parece ajeno a su misión patriótica de preservar la raza. Parado junto al criador Albarrán, estira su enorme pata para jugar con los niños o con cualquiera que se le acerque.
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“¿Cómo está tu novia?”, le pregunta en broma Albarrán, dándole la espalda cuando el animal, lengua afuera, se para en dos patas y queda casi tan alto como él. “Huele a una de sus novias y por eso está inquieto”.