El viaje de la Ciudad de México al estado de Guerrero, en el suroeste mexicano, es particularmente impresionante en esta época del año.
Durante horas atraviesas montañas que parecen más verdes de lo normal debido a la temporada de lluvias.
Pero la belleza de estas laderas contrasta con el sufrimiento de la región.
Y es que las estribaciones de Guerrero albergan gran parte de la producción ilegal de amapola y marihuana del país, fuente, en gran medida, de la violencia que vive hoy el estado.
“Los queremos vivos”
Chilapa está enclavada en el corazón de estas montañas.
Es una ciudad de unos 100.000 habitantes, con un zócalo o plaza principal bullicioso.
Los pájaros cantan en los árboles y dos veces cada hora repican las campanas de la catedral.
La gente se relaja en los bancos de la plaza, mientras los niños se dirigen a los puestos de dulces y chocolates del mercado.
Sin embargo, la fuerte presencia policial perturba la pacífica estampa.
Dos camionetas de la policía y un vehículo armado están estacionados fuera de la alcaldía. Más de una decena de soldados se encuentran en el lugar, encargados de patrullar constantemente la ciudad.
Mientras, un pequeño grupo de personas se reúne en un restaurante del zócalo, la plaza central. Cada una de ellas lleva una fotografía de un ser querido.
Lentamente comienzan a caminar calle abajo, en silencio, portando una pancarta que reza: “No queremos narcoelecciones, queremos a nuestros hijos vivos”.
Desaparecidos
El 9 de mayo cientos de hombres armados entraron en Chilapa.
Y tuvieron tomada la ciudad durante varios días.
De acuerdo a los lugareños, la policía y los militares no hicieron mucho para detenerlos.
En una grabación de video vi a varias personas gritar al ejército a medida que se retiraba.
Lo que ocurrió fue un enfrentamiento entre dos carteles de narcotraficantes: Los Rojos, quienes tradicionalmente han controlado Chilapa, y un grupo más nuevo, llamado Los Ardillos.
Cuando estos dejaron la ciudad varios días después, al menos 16 personas habían desaparecido.
Y los residentes dicen que podrían ser muchos más, ya que los familiares en ocasiones no los reportan por miedo a posibles repercusiones.
Guerra por el territorio
Uno de los desaparecidos fue Alexandro Nava Reyes, de 21 años.
Su padre, Virgilio Nava Reyes, le advirtió que no saliera cuando supo de la llegada de las bandas armadas.
Pero al día siguiente Alexandro quedó de verse con su novia.
Y nunca llegó.
Su padre dice que Chilapa era más seguro cuando era una sola organización la que controlaba la ciudad y que fue la guerra por el territorio de Los Rojos y Los Ardillos lo que hizo crecer la violencia.
“Esta gente sólo estaba reclutando a hombres jóvenes”, explica.
“Nada cambiará”
Las familias marchan hacia el Instituto Nacional Electoral. Dicen que los políticos no les escuchan porque están involucrados en el crimen organizado.
Así que quieren que alguien, quien sea, escuche lo que tienen que decir.
La representante de la comisión electoral, Luz Fabiola Matildes Gama, escucha pero dice que no puede hacer nada.
Su papel es asegurar que las elecciones transcurran con normalidad. Su trabajo no es político.
Incluso intenta razonar con las familias, diciendo que también sufrió en carne propia la desaparición de seres queridos. Nadie en esta parte de México se ha librado de la violencia.
Pero ahora que México se prepara para las elecciones estatales del domingo, muchos en esta región no le ven mucho sentido a votar.
Dicen que nada cambiará.
Victoria Salmerón Hernández es uno de los familiares que se levanta para pronunciar un discurso.
Su hermano Jorge Luis Hernández es uno de los que desapareció en mayo. Estudiaba desarrollo de negocios y juntos criaron a su hermano menor y al bebé de Victoria.
“Muevan cielo y tierra, hagan lo que sea que tengan que hacer. Pero tráiganlos de vuelta, y tráiganlos vivos”, suplicó a Matildes Gama entre lágrimas.
“No queremos elecciones. ¿Cuál es el sentido de elegir nuevos gobernadores? ¿Más alcaldes? Seguirán haciendo lo mismo”.
El incidente de mayo impacto a la gente aquí, pero a Chilapa no le son extrañas las desapariciones.
Mario José Navarro también se encuentra entre la multitud.
Dos de sus hermanos desaparecieron en noviembre. Y está seguro de que Los Ardillos están detrás del incidente.
“Los políticos son parte de este crimen. Saben lo que está pasando pero nadie quiere hacerle frente”, dice.
La gente cree que los dos grandes partidos del estado, el PRI y el PRD, colaboran estrechamente con los narcotraficantes.
“Relación con el narco”
Aquellos con los que hablé reconocieron que tuvieron que votar por el partido conectado a estas organizaciones en su comunidad. Si no lo hicieran, estarían en peligro.
“Podrían intentar intimidar a los votantes para que acudan a los comicios”, dice el analista de seguridad Alejandro Hope, en referencia a las bandas. “Lo que será interesante de ver es cuántas urnas están abiertas y cuánta gente fue realmente a votar”.
Durante el enfrentamiento de los carteles en mayo, al alcalde de Chilapa, Francisco Javier García González, no se le vio por ninguna parte.
Algunos residentes dicen que sabía lo que se avecinaba y que se fue del pueblo durante el tiempo que duró la violencia.
Pero García González lo niega.
“Sé la verdad, así que no me preocupa”, me dice.
El alcalde dice que no se puede responsabilizar sólo al gobierno de la escalada de violencia y las desapariciones.
“La sociedad también tiene parte de culpa por dejar que se introduzca tanto en el tejido social”, añade.
Pero Chilapa no es un caso aislado.
La ciudad no está lejos de Ayotzinapa, localidad que se ha convertido en sinónimo de desapariciones sin resolver desde que 43 jóvenes que estudiaban en la escuela de maestros del lugar se esfumaran sin dejar rastro en septiembre.
Por el momento se encontraron fragmentos de hueso y fueron identificados como de uno de los 43.
El gobierno ha declarado a los otros 42 muertos, pero sus familiares se niegan a aceptarlo sin tener más evidencias.
Y muchos pueblos de Guerrero se ven afectados por la misma violencia.
“Orden y paz”
Dwinghy Dyer, de la consultora de riesgos globales Control Risk, explica que existe una falta general de autoridad en el área, lo que hace que sea difícil descubrir qué pasó.
“Si la autoridad política está tan fragmentada como lo está en Guerrero y las líneas de mando dentro del crimen organizado lo están también, entonces resulta muy difícil negociar o hablar con cualquier autoridad”, dice.
“El problema es que no sabes quién está involucrado con qué cartel”, aclara.
Al dejar Chilapa, conduzco bajo los arcos que marcan el perímetro de la ciudad.
De ellos cuelga en lo alto un cartel de la campaña del candidato a alcalde Ulises Fabián.
Su gran sonrisa acompaña al eslogan “Un Chilapa con orden y paz”.
No vivirá para verlo.
Lo mataron a tiros hace algo más de un mes y los residentes sospechan que, una vez más, fueron Los Ardillos.
15 disparos silenciaron al político. Su rostro es un recordatorio de la violencia del lugar.