Cuando José Salvador Alvarenga pisó suelo salvadoreño este martes, más de una década después de inmigrar a México, el pescador puso fin a la que, de ser cierto su testimonio, sería la más larga odisea de un náufrago que se conozca hasta la fecha.
Pero su cara al llegar al Aeropuerto Internacional de San Salvador no era la de un hombre feliz por regresar a casa y estar más cerca de los suyos, sino que lucía abrumado y desbordado, algo muy lógico para quien sale un día a pescar en el estado mexicano de Chiapas y aparece 13 meses después al otro lado del mundo, en las Islas Marshall.
Probablemente a su llegada a San Salvador, Alvarenga también acabó de confirmar lo que pudo intuir durante su estancia en Majuro, la capital de las Marshall: que se ha convertido en una suerte de celebridad cuya historia ha llamado la atención de la prensa de todo el mundo.
“Quiero que me dejen en paz. No quiero ser presionado por los medios, no quiero hablar con ellos”, afirmó Alvarenga desde la cama del hospital en el que permanece ingresado desde la llegada a su país natal.
“No más preguntas, ni fotos. Quiero estar solo con mi familia, que me den tiempo para poder hablar después de que me recupere, porque ahora mismo, no estoy en condiciones de dar explicaciones”, dice el náufrago en un video distribuido por el ministerio de Salud.DRAMAS PARALELOSLa frase revela los dramas paralelos a los que deberá enfrentarse José Salvador Alvarenga: la “vuelta a la vida” tras pasar un año sólo en el Océano Pacífico en una embarcación pesquera de siete metros sobreviviendo con peces, aves y tortugas.
Pero también el retorno de uno de los muchos inmigrantes salvadoreños que deberá reencontrarse con unos padres a los que no ve desde hace una década y una hija que no le conoce.
Y en ese proceso, ni el náufrago ni su familia quieren tener testigos ajenos a su entorno.
Eso se refleja también en la casa de los padres de José Salvador Alvarenga en Garita Palmera.
Hasta hace dos semanas, en El Salvador sólo se oía hablar de este pueblo de pescadores del occidente salvadoreño por ser tierra de algunos de los mejores jugadores de fútbol playa, un deporte en el que el país despunta.
Pero desde principios de mes, la casa de los padres del náufrago se ha convertido en punto de peregrinación diaria para familiares, periodistas y vecinos, algo que al padre de Alvarenga, José Ricardo Orellana, le sentó muy bien al principio.
“Nos han visitado bastantes gentes de allí de San Salvador. Y eso nos ha ayudado bastante a nosotros”, le dijo Orellana a BBC Mundo poco después de conocerse su historia.
Sólo dos semanas después, este miércoles, los padres y la hija de Alvarenga llegaron a su casa de Garita Palmera para recoger ropa y regresar a San Salvador a acompañar al náufrago, y lo hicieron protegidos por dos guardias de seguridad que evitaron que se les acercara la prensa.
“Ha habido un cambio muy drástico”, le dice a BBC Mundo el fotoperiodista local Borman Mármol al contar que la familia del pescador quitó sus fotos de la vista de quienes los visitan y ya no conceden más entrevistas.
Según Mármol, el miércoles los guardias de seguridad dijeron que la familia quería privacidad y pidieron que no entraran más periodistas en el interior de la casa.
Sin embargo, es difícil resguardar la casa de los Alvarenga de la mirada de los curiosos, principalmente porque parte de la vivienda no tiene puertas y la familia hace buena parte de su vida en una sala común exterior.
Por eso, y pese a que todo está listo para recibirlo, muchos dudan que el José Salvador Alvarenga vuelva a casa hasta que pase lo más duro de la tormenta mediática del “milagro del náufrago”.