Buenos Aires (GDA/ La Nación)
Ajeno a los cercos perimetrales que rodean el edificio, un grupo de personas canta con entusiasmo una canción de Spinetta. En otra sala, con la voz aguda de Whitney Houston sonando en la radio, unos seis hombres arman bolsitas de papel.
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Mientras tanto, otros dos caminan en el patio alrededor de la cancha de fútbol y cuando pasan frente a uno de los muros en el que un preso pintó una escalera frenan, levantan la cabeza para mirarla y luego siguen su caminata.
Las escenas ocurren en el pabellón psiquiátrico del Complejo Penitenciario I de Ezeiza en Argentina, en donde están alojados los presos con problemas de salud mental y los inimputables con medidas de seguridad.
Allí, desde mediados de 2011, funciona el Programa Interministerial de Salud Mental Argentino (Prisma) con psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales dedicados a atender a pacientes marcados por un doble estigma: el conflicto con la justicia y el padecimiento de una enfermedad mental.
En el programa, hay 64 presos varones y 10 mujeres que están en el Complejo IV. El Prisma cuenta también con talleres de artesanías, huerta, musicoterapia, circo, cine, fotografía y otras actividades.
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Cada interno es atendido por un equipo interdisciplinario. “Comenzamos a trabajar con la idea de separar la seguridad del tratamiento. Queremos erradicar el concepto punitivo que pretende enseñar mediante el castigo y el miedo”, contó a LA NACION Jéssica Muniello, coordinadora del Prisma.
Los internos alojados en este pabellón pueden ingresar al programa por dos vías: por orden judicial (en general a partir de un informe del Cuerpo Médico Forense) o derivados desde otra institución carcelaria.
Para la admisión al Prisma se hace una evaluación de 72 horas. “Allí se determina si el paciente tiene criterio para ser ingresado. Es decir, si padece de un problema de salud mental. También los admitimos si notamos que hay mucho sufrimiento psíquico”, explicó Muniello.
“Si la evaluación determina que no hay criterio para alojarlo en el Programa, hacemos una derivación responsable. Por ejemplo, sugerimos que se lo cambie de pabellón si es lo que reclama el interno”, añadió.
La creación del Prisma permitió cerrar la Unidad 20 del Hospital Borda y la 27 del Moyano, que fueron duramente cuestionadas por diversos organismos por las pésimas condiciones de detención. “La situación en el Borda era terrible. Nos llevó mucho tiempo reordenar todo eso”, relató Muniello.
EL TRATAMIENTOEl primer tiempo los internos son alojados en habitaciones con cámara de seguridad para evaluar su adaptación al lugar. El personal del Prisma realiza guardias las 24 horas para atender cualquier situación. Además, se llevan a cabo capacitaciones a personal penitenciario para el trabajo con internos con problemas de salud mental.
“Hacemos trabajo conjunto con el servicio penitenciario, para combinar dos lógicas tan diferentes como son la de la seguridad y la del tratamiento de salud mental”, indicó la coordinadora del Prisma. “Nosotros consideramos que los presos sólo deben estar privados de su libertad ambulatoria, pero no de ningún otro derecho”, añadió.
La medicación se distribuye cuatro veces al día y en esos momentos los internos deben estar en sus habitaciones “para que sea un acto médico, un momento para evaluar cómo está el paciente”, explicó la coordinadora. La medicina se da diluida “para evitar el tráfico de pastillas”.
“Sólo medicamos cuando es estrictamente necesario. No se medica por cualquier cosa, la idea es trabajar con cada paciente para ayudarlos a entender qué es lo que los ata a este lugar, qué los lleva a terminar en conflicto con la ley”, contó Muniello.
Y agregó: “No se trata de curarlos, o 'normalizarlos' si no de buscar el origen del problema que los pone en esa situación. Y sobre todo de tratarlos como lo que son: pacientes con un problema de salud mental o de sufrimiento psíquico”.
Los internos pueden recibir el alta cuando salen en libertad o también pueden ser dados de alta y trasladados a otro pabellón para seguir cumpliendo la condena. En este último caso, el personal del Prisma continúa realizando evaluaciones periódicas en el nuevo lugar de alojamiento del detenido.
INIMPUTABLESLos inimputables pueden estar en este programa por una decisión judicial de imponer una medida de seguridad. “La inimputabilidad con medida de seguridad es peor que una condena, porque esos pacientes sólo van a poder salir cuando lo disponga un juez, y lo cierto es que pueden pasar muchísimos años sin que esto suceda”, indicó Muniello. En ese pabellón hay internos que llevan detenidos unos 30 años.
“Otro problema que tienen estos pacientes es que, al no tener una condena en sí, no pueden tener visitas íntimas. Tampoco se aplica el régimen de progresividad que permite que, a medida que llevan un tiempo acá adentro, y según diversos parámetros, puedan ir accediendo a distintos beneficios”, explicó la coordinadora y agregó que se han presentado reclamos para que los pacientes del Prisma tengan acceso a estos derechos.
TALLERES Y OTRAS ACTIVIDADESCuando J ingresó al pabellón no hablaba con nadie. Mantenía distancia de los profesionales, del personal penitenciario y de sus propios compañeros. Su aislamiento era total y parecía desconfiar de todo el mundo.
Hasta que descubrieron que le gustaba el rap. Psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales y una profesora de músico terapia lograron hacerlo expresarse a través del canto. J se convirtió en el protagonista de un videoclip cuyo objetivo era reclamar por los derechos de las personas privadas de la libertad con problemas de salud mental.
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“A través de los diferentes talleres y actividades buscamos motivar a los pacientes y eso ayuda mucho en el tratamiento”, explicó Muniello.
Así trabajaron también con uno de los internos más jóvenes, que reclamaba todo el tiempo tarjetas para hablar por teléfono. “Charlando con él descubrimos que le gustaba hacer barriletes. Así que le propusimos que haga unos cuantos para el Día del Niño. Nosotros compramos varios y con esa plata pudo adquirir las tarjetas”, contó Muniello.
Muchos de los internos eligen trabajar en la huerta que funciona en uno de los patios de la prisión. Los que prefieren escribir, pueden participar de una publicación interna llamada Expreso Libertad, que se elabora en uno de los talleres dictados en el pabellón.
“Trabajamos donde han fracasado todas las otras instituciones”, sostuvo Muniello. Y concluyó: “Nuestro propósito es revertir ese fracaso que involucra a un grupo de personas que sufre una doble vulnerabilidad: la de ser presos y la de ser pacientes psiquiátricos”..