La Habana. Conocida en todo el mundo por sus antiguos automóviles estadounidenses, La Habana es también el paraíso de motocicletas con sidecar de la Unión Soviética, Checoslovaquia y Alemania Oriental, de cuando Cuba estaba en la órbita soviética.
Al volante de su Jawa 350 de 1989, roja y lustrosa, Alejandro Prohenza se enorgullece: “A muchos extranjeros les gusta tirarse una foto. No sé, lo ven como algo ya pasado de tiempo”.
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Un día “un boliviano me dijo que nunca había visto este tipo de moto, que donde solo había visto una moto con sidecar era en las películas (sobre) nazis”.
Gerente de un “paladar” (restaurante privado), este hombre de 48 años recibe regularmente ofertas de compra. Pero no transa en vender su vehículo, en el que viajan su mujer y su niño, transporta mercancías o lleva suministros al restaurante.
“¡Son muy prácticas!”, dice Alejandro, quien considera la máquina como su “segunda” hija y está feliz de no tener que llevarla a menudo “al médico”, es decir, al mecánico.
Rarezas en Europa, estas motos con un compartimiento de pasajeros al costado, circulan por cientos en las calles de La Habana.
Y su historia también refleja la de Cuba, que después de su revolución socialista en 1959, se distanció políticamente de Estados Unidos y encontró en la Unión Soviética un oportuno hermano mayor, hasta 1990.
Las marcas de las motos con sidecar que uno encuentra en la isla son una invitación a viajar: de la antigua Unión Soviética, Ural, Dnieper y Júpiter; de los checoslovacos Jawa y CZ, así como MZ, que era fabricada en la República Democrática Alemana (RDA).
Llegaron a Cuba en las décadas de 1960 y 1970. Primero sirvieron en el ejército, las empresas públicas y la agricultura, antes de ser gradualmente adoptadas por la gente común.
- “Normal” en Cuba-
Fue así como José Antonio Ceoane Núñez, de 46 años, obtuvo su Júpiter 3 rojo brillante: “Cuando el gobierno cubano las compró a los rusos en 1981, fue para empresas estatales”.
Mas tarde, “fueron vendidas a los empleados más destacados por sus méritos laborales”. A su padre, que trabajaba en una empresa de estadísticas, le fue otorgada una.
Incluso si la moto envejece, “no la venderé porque con ella me muevo, hago gestiones, es mi medio de transporte y en Cuba no hay muchos”, asegura José Antonio, quien viaja regularmente con su sobrino, un amigo, o con su novia y su hermana.
Su aspecto obsoleto es el deleite de los turistas, que los remonta en el tiempo, pero “aquí es común, normal”, confiesa Enrique Oropesa, un maestro de 59 años que enseña a conducir motos con sidecar.
Oropesa tiene una Ural verde de 1977, que mima: “Me gusta mucho, en primer lugar porque es el medio de transporte de mi familia, y en segundo lugar porque es una fuente de ingreso”.
Aunque cuesta menos que un automóvil, muchos cubanos no se la pueden comprar.
Sentado en el asiento del pasajero, Enrique guía a quienes estudian para sacar una licencia y que toman su lugar en la moto. “Lo más difícil es (aprender a conducir) sin sidecar, porque con un sidecar te sientes más seguro”, gracias al apoyo de ese compartimiento lateral.
Instalado en la isla con su esposa cubana desde hace dos años, Philippe Ruiz, un francés de 38 años, no se percató al principio de la abundancia de motos con sidecar que ruedan por las calles de La Habana.
“Cuando empecé a interesarme en eso, me di cuenta de que veíamos 50, 100 por día”.
Empeñado en renovar una casa, observó que muchas motos con sidecar se utilizan para transportar materiales de construcción.
Gracias a un anuncio en internet, hace unos meses, encontró una Ural azul de 1979, por “6.500 euros con un pequeño remolque”.
“Es un año mayor que yo y está en peor estado”, bromea, “porque cuando llegamos a casa, las cosas comenzaron a ponerse difíciles. La moto estuvo bien hasta que llegamos aquí y tuvimos que empezar a repararla por todos lados”.
Por la falta de piezas en Cuba, “las personas se ven obligadas a traerlas del extranjero”, lo que demora la reparación.
Pero no se arrepiente de su compra. Motociclista en Francia, Ruiz ha descubierto nuevas sensaciones al volante del motor ruso: “Es muy divertido, es muy diferente a conducir una moto sin sidecar, porque no podemos girar igual, no te puedes ladear, así que tienes que volver a aprenderlo todo”.
“Es especialmente divertido en familia, porque puedes poner a un niño en el sidecar, a mi esposa y a las maletas”, añadió este padre de un niño de ocho años.
¿Su sueño? Una vez reparada, propondrá su moto a los turistas para recorrer La Habana. “Pienso que esto será algo diferente al alquiler de los vehículos descapotables (estadounidenses) que hay aquí”.
Fuente: AFP