Para Yanina, vivir en un país con inflación alta no es novedad: cuando hace diez años abrió un pequeño supermercado en un barrio de clase trabajadora del Gran Buenos Aires, la inflación anual superaba el 25%.
A pesar de que esa cifra fue creciendo con los años hasta duplicarse, la gente “se las arreglaba”, y aún lograba darse algún gusto, cuenta.
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“De diez productos que compraban, cuatro eran básicos”, le dice a BBC Mundo.
Pero desde que el alza de precios se aceleró, duplicándose en un solo año de cerca del 50% anual al 95% en 2022, y superando ampliamente la barrera de los tres dígitos este año -en abril la cifra interanual trepó al 108,8%- los hábitos de sus clientes cambiaron.
“Ahora solo llevan productos básicos, el resto se dejó de comprar”, afirma.
Millones de argentinos ni siquiera están pudiendo cubrir sus necesidades básicas. Según los datos que dio a conocer a finales de marzo el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), 4de cada 10 argentinos son pobres.
Y la situación es aún más dramática entre los niños: más de la mitad de los menores de 14 años (el 54,2%) vive por debajo de la línea de pobreza, lo que equivale a casi 6 millones de chicos.
Los economistas anticipan que esa cifra seguirá aumentando este año como consecuencia del nuevo impulso que tomó la inflación en marzo y abril, cuando alcanzó 7,7% y 8,4% mensual, respectivamente, su punto más alto desde la crisis económica de 2001/2, la peor en la historia del país.
La aceleración de precios hizo que Argentina incluso lograra un desafortunado récord, al superar por primera vez en décadas a Venezuela en inflación mensual (aunque la cifra interanual venezolana sigue siendo casi cinco veces más alta que la argentina).
La inflación es un fenómeno que afecta desproporcionadamente a los que menos tienen, ya que los precios que más suben son los de los alimentos, que constituyen el mayor gasto para las familias trabajadoras.
Pero además, los sectores de ingresos más bajos están desprotegidos contra el alza de precios porque suelen tener empleos informales, que no están amparados por una herramienta que se viene usando en los últimos veinte años para resguardar a la población contra la inflación: las paritarias.
Se trata de acuerdos entre sindicatos, empresas y el gobierno para adecuar salarios a la subida de precios.
Pero quienes tienen trabajos no registrados (“en negro”) -según el Indec son el 35,5% de la fuerza laboral argentina- no tienen paritarias.
Tampoco las tienen los cuentapropistas, que son el sector económico que más ha crecido en los últimos años.
Según un trabajo del Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico (Ielde), sobre la base de datos del Indec, 8 de cada 10 nuevos empleos que se generaron después de la pandemia de coronavirus fueron puestos asalariados no registrados o cuentapropistas no profesionales.
En 2022 ambos grupos representaron más del 50% de la fuerza laboral total (es decir, hoy son más que la cantidad de trabajadores registrados en relación de dependencia).
Pero lo cierto es que ser un asalariado “en blanco” tampoco garantiza protección contra la inflación en Argentina.
Porque, aunque hay trabajo -la tasa de desocupación es baja, del 6,3% según el Indec- los sueldos están por el piso.
El salario mínimo en abril fue de 80.342 pesos al mes (unos US$170 de mercado).
Además de ser el salario más bajo de Sudamérica, después del venezolano, fue insuficiente para cubrir los gastos mínimos de una familia, ya que la canasta básica de abril (que contempla los insumos que necesitan dos adultos y dos niños) fue de 191.228 pesos, es decir más de dos salarios mínimos.
Y eso ni siquiera incluye los gastos de vivienda.
Cinthia, de 37 años, quien entró a la tienda de Yanina para comprar unas galletas para su ahijado, le cuenta a BBC Mundo que tiene un trabajo estable como administrativa en un hospital maternoinfantil.
No obstante, afirma que debió volver a vivir con sus padres porque no podía seguir pagando el alquiler, que aumentaba a la par de la inflación.
“No podía mantenerme con mi sueldo. Y a mis padres tampoco les alcanzaba con su jubilación”, dice.
Incluso viviendo todos juntos, ya no les alcanza para hacer el asado de los domingos, señala. Ahora lo comen una vez al mes.
Tampoco puede comprarle a su ahijado su golosina favorita cuando lo visita, porque “el precio se fue por las nubes”.
“Siempre tuvimos inflación en Argentina, pero antes los sueldos le ganaban”, afirma. “Ahora incluso con trabajo sos pobre”.
Según la consultora Labor Capital Growth (LCG), los trabajadores registrados perdieron cerca de un 20% de su poder adquisitivo en los últimos cinco años y los no registrados perdieron casi el doble.
En tanto, la última encuesta del Observatorio de la Deuda Social Argentina, publicada a finales de 2022 por la Universidad Católica Argentina (UCA), mostró que casi un tercio de todos los trabajadores son pobres.
En medio de la escalada inflacionaria, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) anunció el lanzamiento de un nuevo billete de 2.000 pesos, que será el de mayor denominación.
Aunque el anuncio se hizo en febrero, aún no queda claro cuándo entrará en circulación (fuentes de la Casa de la Moneda dijeron a la prensa local que estaría disponible “a mitad de año”).
Para muchos argentinos, como Cinthia, el nuevo billete se queda corto.
“Hoy en día $2.000 es lo mínimo con lo que tenés que salir de tu casa para comprarte cualquier cosa. Con estos niveles de inflación deberían emitir billetes de $5.000 o $10.000”, afirma.
También señala que, con precios que aumentan tan vertiginosamente, es imposible tener una referencia de cuánto valen las cosas.
“No tengo idea cuánto voy a pagar por estas galletitas. Ayer estaban a un precio y capaz hoy estén a otro”, dice.
Un informe de la consultora Focus Market sobre el billete que actualmente es el de mayor denominación en Argentina (el de $1.000) reveló cuánto poder de compra ha perdido desde que entró en circulación en noviembre de 2017.
Según el trabajo, hoy vale casi 18 veces menos de lo que valía cuando se lanzó. Puesto de otra forma: lo que hoy se compra con un billete de $1.000 en 2017 se podía conseguir pagando solo $56,18.
Incluso los argentinos con las mejores remuneraciones (y las mejores paritarias) padecen como consecuencia del creciente costo de vida.
No solo porque -como dice un famoso refrán del expresidente Juan Domingo Perón- “mientras los precios suben por el ascensor, los sueldos suben por la escalera”, es decir: corren siempre por detrás.
También porque, aunque sus salarios aumentan en línea con la inflación o incluso por encima, los impuestos sobre esos ingresos aumentan aún más.
Esto se debe a una distorsión fiscal provocada por el efecto inflacionario: el gobierno va elevando periódicamente el piso a partir del cual se paga impuestos sobre los ingresos (para reflejar los aumentos salariales acordados en las paritarias) pero no modifica las escalas, haciendo que cada vez sean más los trabajadores que pagan la alícuota máxima, del 35%.
Guillermo, un experto en logística de 67 años, que trabajó tres décadas como gerente de cargas de una aerolínea y se jubiló hace dos años, decidió seguir trabajando como asesor, no solo para mantener su nivel de vida sino también para ayudar a sus hijos, cada vez más ahogados por estas dificultades.
“Este año empecé a pagar el colegio de mi nieta, porque sino iban a tener que cambiarla. Empecé el año pagando $25.000 de cuota y en cuatro meses ya estoy pagando $50.000”, dice.
Hablando con BBC Mundo en un hipermercado cercano al acomodado barrio de Nordelta, en los suburbios al norte de Buenos Aires, reveló que, incluso cobrando un sueldo y una jubilación, debió modificar algunos hábitos porque se hicieron demasiado caros.
“Lo bueno es que ya no fumo. Yo fumaba habanos, pero son importados y dejé de comprarlos por el valor. Fumaba un atado de 10 por día y pagaba $300. Ahora valen $4.200. No podía seguir”.
El enorme desplome del valor del peso contra el dólar es la contracara de la inflación.
Hace cinco años para comprar US$1 se necesitaban 21 pesos. Hoy, se necesitan cerca de $470 en el mercado paralelo o “blue”, el único disponible para la mayoría de los argentinos desde que se impusieron “cepos” sobre la venta de la moneda estadounidense, para intentar preservar las pocas divisas que quedan en el Banco Central.
Para los argentinos con una mejor posición económica, la pulverización de sus sueldos medidos en dólares -entre 2015 y 2022 cayeron un 86%, según Focus Market- no solo limita cuántos productos importados pueden consumir sino que también los frena a la hora de realizar gastos en moneda extranjera, como la compra de autos, que están valorados a precio “dólar blue”.
“Nosotros actualizábamos el auto cada tanto, pero ahora es inalcanzable. No tenemos esa posibilidad como en otros años. Y ahora viajamos por Argentina en vez de ir a otros países”, cuenta Jesica, una psicóloga de 33 años y madre de dos niños pequeños, sobre los cambios que ha debido hacer.
A pesar de estas limitaciones se considera “una de las afortunadas” porque, como trabajadores independientes, tanto ella como su marido pueden ir ajustando sus honorarios y aún logran mantener su estilo de vida y además comprar unos dólares todos los meses para preservar sus ahorros.
Jesica y el resto de los entrevistados le dijeron a BBC Mundo que creen que la situación económica se tornará aún más volátil en este año electoral, colmado de incertidumbre política.
Tanto el presidente, Alberto Fernández, líder del peronismo, como su antecesor y rival, el centroderechista Mauricio Macri, como la antecesora de este, la actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, descartaron presentarse como candidatos, y recién a finales de junio se sabrá quiénes competirán en las primarias abiertas de agosto.
Mientras se define quién tomará las riendas del país en diciembre, los argentinos ruegan poder llegar a fin de año sin repetir alguna de las grandes debacles que marcaron las últimas décadas, como la hiperinflación del 1989/90 o el estallido económico y social de 2001/2, cuyo recuerdo aún duele hoy.
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