Los defensores del modelo económico de Chile alegan que se trata del primer caso en América Latina que traspone el umbral de país de altos ingresos. Es, además, un país que ha reducido su desigualdad de ingresos (medida por coeficiente de Gini), a lo largo del presente siglo. El gasto público social en Chile, tanto en términos per cápita como en proporción de la economía, está entre los más elevados de América Latina. Es, por último, un país con un nivel relativamente elevado de movilidad social.
Si esas afirmaciones le suscitan suspicacia, no está solo: confieso que me pasó lo mismo cuando leí esos datos. Pero en lugar de ignorarlos o distorsionarlos porque no calzaban mis creencias previas (sesgo que los psicólogos denominan “disonancia cognitiva”), hice lo que corresponde en estos casos: revisé la información pertinente. Y, en efecto, los defensores del modelo chileno tienen razón. Si ello es así, la pregunta sería entonces: ¿por qué tantos chilenos parecen estar descontentos con el statu quo? En esta revisión, encontré algunas explicaciones posibles a la aparente paradoja.
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En primer lugar, si Chile califica ya como un país de altos ingresos, su punto de comparación debieran ser otros países de altos ingresos y no una región de ingresos medios, como América Latina. En ese contexto, Chile es uno de los países de altos ingresos con mayor desigualdad en su distribución, con menor presión tributaria (gira alrededor del 20% mientras el promedio de la OCDE está en torno al 34%), y con menor gasto social como proporción de la economía (alrededor de un 11% del PBI, comparado con un promedio de alrededor de un 20% en la OCDE).
Esa sería la comparación relevante, dado que las expectativas sociales tendrían en consideración la potencialidad del país por su nivel de ingresos. Y aunque, en efecto, Chile redujo su desigualdad de ingresos durante buena parte del presente siglo (cosa que también hicieron otros países de la región), en el 2015 seguía siendo el sexto país más desigual de América Latina y el decimocuarto país más desigual del mundo.
En cuanto a la movilidad social, un ciudadano chileno tiene una probabilidad relativamente elevada de incorporarse al 20% de la población con mayores ingresos. Pero, una vez adquirido, tiene una probabilidad aún mayor de perder ese estatus. En general, en Chile, la movilidad social descendente es mayor que la movilidad social ascendente. Así, por ejemplo, mientras un ciudadano chileno tiene un 9% de probabilidades de ver su ingreso crecer hasta incorporarse al 20% de la población de mayores ingresos, tiene un 16% de probabilidades de ver su ingreso reducirse hasta incorporarse al 20% de la población de menores ingresos.
Para ponerlo en otros términos, según cifras oficiales la mitad de los chilenos tiene un ingreso igual o menor a US$562 mensuales (unos 1.850 soles), con un riesgo relativamente elevado de ver caer esos ingresos. Es decir, salieron de la pobreza pero no alcanzaron los niveles de consumo que suelen estar asociados a la condición de “clase media” y padecen un riesgo relativamente elevado de ver caer su capacidad de consumo. Como explicamos en el libro “El eterno retorno, la derecha radical en el mundo contemporáneo”, la movilidad social descendente suele propiciar la protesta política en mayor proporción que la pobreza.