El hombre que nació en la pobreza, que de niño fue lustrabotas y llegó a ser llamado “el político más popular del mundo”, ha vuelto a asombrar.
Menos de tres años después de salir de la cárcel por una condena de corrupción que parecía apagar su brillo político y que luego resultó anulada, Luiz Inácio Lula da Silva fue electo presidente de Brasil este domingo por tercera vez.
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El candidato izquierdista, de 77 años de edad, logró imponerse este domingo en una segunda muy reñida.
Lula venció al ultraderechista Jair Bolsonaro, el primer mandatario brasileño derrotado en un intento de ser reelecto en los últimos 24 años.
De acuerdo con los resultados oficiales con el 99,55% de las actas contadas, Lula obtuvo 50,88% de los votos, mientras Bolsonaro logró 49,12%.
Así Lula, otrora un joven tímido y desinteresado en la política, regresa a la presidencia que ya ejerció en dos mandatos consecutivos entre 2003 y 2011, confirmándose como el líder más popular e influyente del siglo del mayor país de América Latina, pese a los escándalos que mancharon sus gobiernos.
“Lula es un fenómeno político y electoral que debería ser de gran interés para el mundo”, señala John French, profesor de historia en la universidad estadounidense de Duke y autor de una biografía sobre Lula.
“No hay ninguna razón para esperar que una persona de su origen llegara a donde llegó. Y cada etapa de su vida ha sido una sorpresa”, le dice French a BBC Mundo.
Nacido el 27 de octubre de 1945 en Pernambuco, estado del noreste pobre de Brasil, Luiz Inázio fue el séptimo de ocho hijos de un matrimonio de agricultores analfabetos.
Su infancia fue compleja.
Su papá los abandonó poco antes de que él naciera, para trabajar como estibador en Santos, en el estado de São Paulo, donde formó otra familia con una prima de su esposa.
Lula lo conoció recién a los 5 años, cuando regresó a visitarlos brevemente.
Un par de años después -y luego de que uno de sus hermanos mayores escribiera una carta haciéndose pasar por el padre en la que les pedía que se reunieran con él-, la madre de Lula, “doña Lindu”, partió al sur con todos sus hijos.
Pero no duró mucho, y la familia original del patriarca migró otra vez, ahora a la gran ciudad de São Paulo.
Lula ha dicho que la separación de sus padres “en el fondo fue una gran liberación” para él, porque el papá era agresivo y contrario a la educación de sus hijos.
Entre su niñez y adolescencia, Lula fue vendedor callejero, lustrador de zapatos, repartidor de una tintorería y ayudante de oficina.
Dejó la escuela a los 14 años y antes de los 20 se formó y trabajó en tornería mecánica, algo que con los años él mismo convirtió en una seña de identidad.
“Si me preguntan si soy de izquierda o derecha, voy a responderles: soy tornero mecánico de profesión, católico por opción religiosa y corinthiano (entusiasta del club Corinthians Paulista) por opción futbolística”, respondió en 2006, siendo presidente, cuando un periodista le preguntó sobre su ideología y eludió con astucia una definición más clara.
Aquellos años de penurias, sacrificios y búsqueda de oportunidades, que Lula suele evocar hasta hoy en sus discursos, le han permitido sintonizar mejor que otros políticos con los votantes de bajos recursos y escolaridad.
“Lula conoce mucho la cultura, los jeitos (costumbres) del pueblo brasileño. Y la política es también el arte de la comunicación: ese es su fuerte”, le dice a BBC Mundo el expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica, quien tiene una relación estrecha con Da Silva.
Según ha contado el propio Lula, su verdadera pasión de adolescencia y juventud fue el fútbol: jugarlo y seguirlo por las noticias. La política no le interesaba mayormente.
Eso comenzó a cambiar en 1969, cuando fue electo dirigente del sindicato de metalúrgicos de São Bernardo do Campo, un municipio obrero e industrial de São Paulo.
Da Silva entró a la vida sindical llevado por un hermano comunista y contra la opinión de su primera esposa, Maria de Lourdes, quien murió trágicamente en 1971, poco después de un año de matrimonio, por una hepatitis contraída durante su séptimo mes de embarazo.
El niño que esperaba también falleció.
Esa fatalidad dejó una huella duradera en él, quien en su momento afirmó sospechar de falta de cuidado médico.
Tras recuperarse de una depresión de meses, Lula tuvo una primera hija con una enfermera con la que nunca se casó. Y en 1974 contrajo matrimonio con Marisa Letícia, con quien tuvo tres hijos más.
Cada vez le dedicaba más tiempo a la actividad gremial y en 1975 fue elegido presidente de su sindicato, señal de un liderazgo en ascenso. Encabezó las grandes huelgas obreras organizadas a fines de esa década en la región industrial paulista, inesperadas en un Brasil bajo régimen militar (1964-1985).
A comienzos de 1980 fue encarcelado junto a otros dirigentes sindicales sin mandato judicial. Pasó 31 días en una celda del Departamento de Orden Político y Social (DOPS) del gobierno militar.
Ese mismo año, se volcó de lleno a la política y fundó junto a otros sindicalistas, activistas sociales y católicos de izquierda el Partido de los Trabajadores (PT).
El PT ha sido hasta hoy una organización de izquierda sin ideología única que forjó relaciones con distintos movimientos izquierdistas de América Latina, desde más radicales hasta más moderados.
Mientras, la popularidad de Lula seguía creciendo.
Fue una figura central del movimiento que exigió el retorno de la democracia en Brasil. En 1986, lo eligieron diputado y luego de ser derrotado tres veces como candidato presidencial, en 2002 hizo historia al convertirse en el primer exobrero en alcanzar la cima del poder en su país.
French, su biógrafo, sostiene que aquellos años de sindicalista fueron “una escuela de política” que definieron el estilo de liderazgo de Lula, basado en “crear espacios de convergencia entre la diferencia”.
“En otras palabras, la idea de no dejarse capturar por ningún grupo, sino manejar las cosas en una relación de apertura con todos”, explica. “Eso permite ampliar tu potencial de acción”.
Mujica afirma que “Lula nunca dejó de ser un dirigente sindical, un deshacedor de entuertos”.
“No es un radical; es un negociador nato”, dice. “Un luchador nato, de esos que la derrota parece que los fortifica”.
Sin embargo, los gobiernos de Lula también son criticados por impulsar costosos proyectos públicos de dudosa viabilidad y recordados por grandes escándalos de corrupción.
El primero fue el mensalão o gran mensualidad, surgido en 2005: un esquema secreto de compra de votos en el Congreso que acabó con la condena de colaboradores cercanos de Lula y puso en riesgo su reelección.
Luego, ya en el gobierno de Rousseff y en medio de una creciente debacle económica, explotó el de Lava Jato, un caso de sobornos por contratos multimillonarios de la petrolera estatal Petrobras con empresas constructoras, considerado el mayor escándalo de corrupción en América Latina.
En el marco de este caso, Lula fue acusado de recibir favores de las constructoras privadas y condenado a prisión en 2018 por corrupción pasiva y lavado de dinero, en una megacausa conducida por el entonces juez Sérgio Moro.
Por segunda vez en su vida, Lula volvió a la cárcel, asegurando que era inocente.
En un mensaje grabado habló de “la honra del niño que cruzó el país para vencer el hambre y se volvió lustrabotas; del adolescente que se volvió un joven obrero; del hombre que se volvió padre y luchó con todas sus fuerzas para representar al pueblo brasileño”.
La condena le impidió postularse a las elecciones presidenciales de 2018, cuando encabezaba las encuestas tras la destitución de Rousseff en un juicio político en medio de una colosal crisis económica y política.
Bolsonaro ganó esos comicios y poco después designó a Moro como su ministro de Justicia.
Lula pasó 19 meses preso y fue liberado por el Supremo Tribunal Federal, que en 2021 anuló sus condenas por errores en los procesos y falta de imparcialidad de Moro.
Sus críticos sostienen que ese desenlace nunca fue una demostración de su inocencia. Él, en cambio, afirma que jamás tuvo conocimiento de la corrupción y que fue perseguido judicialmente por motivos políticos.
Este domingo, la mayoría de los votantes brasileños volvió a depositar su confianza en Lula, quien sobrevivió a un cáncer de laringe en 2011 y que, tras enviudar en 2017 de Marisa Letícia, se volvió a casar en mayo de este año con Rosângela da Silva, una socióloga de 56 años también conocida como “Janja”.
En la campaña, destacó con voz ronca sus logros como gobernante e hizo poca autocrítica.
Brasil hoy parece desolado tras una pandemia de covid que mató más de 685.000 personas y que fue desestimada por Bolsonaro, una reciente recesión que volvió a sumergir a millones en la pobreza, un gasto fiscal disparado y una polarización política inquietante.
Los expertos creen que Lula enfrentará en su nuevo gobierno, que se inicia el 1 de enero de 2023, retos aún mayores que los que tenía cuando llegó al poder por primera vez en 2003.
“El desafío de Lula es proponer políticas que sean sustentables y de hecho puedan cambiar este escenario, tanto desde el punto de vista macroeconómico como social”, apunta Magna Inácio, profesora de ciencia política en la Universidad Federal de Minas Gerais.
Y agrega que evitar nuevos escándalos de corrupción también será un reto vital del presidente electo.
“Desde el punto de vista de sobrevivencia del propio gobierno, esa es una cuestión muy sensible”, dice Inácio a BBC Mundo. “Esperamos que sea un aprendizaje para el PT y que tenga estrategias más eficientes para lidiar con esos riesgos”.
Ahora, su nuevo éxito electoral se debe en buena medida al dulce recuerdo que tienen muchos brasileños de los años en que fue presidente, que contrastan con las duras crisis que siguieron.
Brasil vivió durante sus gobiernos una bonanza económica impulsada por los altos precios de las materias primas. Millones de personas salieron de la pobreza y ascendieron a la clase media con programas asistenciales y educativos del Estado.
En 2011, Lula dejó la presidencia con un índice de aprobación superior al 80%.
Medios extranjeros lo destacaron como la personalidad del momento. Fue un referente para la izquierda latinoamericana, considerado más apegado a las reglas de la democracia liberal que líderes “bolivarianos” como el entonces presidente venezolano Hugo Chávez.
Universidades del mundo lo distinguieron como doctor honoris causa y el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, lo definió como “el político más popular del mundo”.
Dejó un Brasil emergente que había descubierto grandes reservas de petróleo y fue elegido para albergar el Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.
Su tarea ahora será muy diferente en un país partido en dos entre sus partidarios y los de la derecha que representa Bolsonaro.
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