Cuando la final del Mundial de 1950 terminó a las 16:50 de un domingo de julio en Brasil, una de las páginas más increíbles en la historia del fútbol acababa de escribirse. Y otra estaba a punto de empezar.
Como todo uruguayo de mi generación, crecí escuchando relatos de aquel “Maracanazo”, el impensable triunfo de mi país por 2 a 1 ante Brasil en Río de Janeiro.
Yo ni había nacido entonces, pero recuerdo por ejemplo una foto en blanco y negro de mi padre a los tres años sobre los hombros de mi abuelo, celebrando la victoria en las calles de Montevideo, donde el partido se siguió por radio.
Muchas anécdotas se contaron. Pero una que siempre me asombró fue sobre la noche después de la final, cuando el capitán uruguayo Obdulio Varela salió a recorrer Río contra toda previsión.
“Después del partido, en el hotel hubo una fiesta enorme y dieron la orden de que no saliera nadie. ¡Qué me van a sacar la libertad ahora! Ahora mando yo”. (Obdulio Varela, diario uruguayo Hechos, mayo de 1968)
La decisión de Varela de huir del festejo celeste respondió al carácter singular de ese hombre, fallecido en 1996. El mismo temple que hacía pesar dentro y fuera de la cancha, y que mostró al decirle a sus compañeros antes de salir al Maracaná, con 200 mil hinchas en contra: “Los de afuera son de palo”.
No era un tipo al que le gustaran las entrevistas ni la fama, y una de las pocas veces que narró con detalles la noche de la final fue en una entrevista que el periodista uruguayo Franklin Morales le realizó en su casa, 18 años más tarde, para el desaparecido diario Hechos.
El mediocampista apodado “Negro Jefe” contó que los dirigentes del fútbol uruguayo se habían ido de festejo “a un cabaret” y él comenzó a beber vino en el hotel junto a Ernesto “Matucho” Figoli, el masajista de la selección. El alcohol era un viejo conocido de la juventud de Varela, que se crió en un hogar pobre y de niño vendió diarios en las calles.
Ese hotel se llamaba Paysandú y aún funciona en el barrio de Flamengo, a un par de cuadras de mi casa. Cuando entro al viejo edificio estilo Art Nouveau a averiguar si queda algún registro de los uruguayos del '50, una foto o documento, nadie parece saber de qué estoy hablando. “¿Uruguay aquí?”, “¿Obdulio?”, pregunta un responsable.
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Sin embargo, pocos días después me llama Raúl Augusto, actual socio del hotel. Dice que un empleado de nombre Valdir, que trabajaba ahí en la época, contaba que los uruguayos dejaron el trofeo Jules Rimet sobre el mostrador de la recepción, para que lo viera quien quisiera, sin seguridad alguna.
Valdir murió hace unos años, acota.
Y me comenta que en pocos días se inauguraría una placa en el lobby, consignando que ahí se alojaron los campeones del '50.
Pero de las andanzas de Obdulio Varela en esa noche carioca no había oído nada.
“Hicimos una colecta por parte nuestra y compramos unos sándwiches y unas cervezas. Y nos fuimos a un dormitorio a festejar. Ese fue el festejo que hicimos nosotros. Menos Obdulio… Obdulio se fue para un bar que había en la esquina”. (Alcides Ghiggia, autor del gol del 'Maracanazo', en el programa Fiebre Maldini del Canal+ de España, febrero de 2014)
En el bar de la esquina del hotel, el propietario, un inmigrante portugués que trabaja en el lugar desde mediados de los '50, asegura que tampoco sabe nada de Obdulio. Pero me recomienda visitar otros dos boliches que funcionaban en aquella época en el barrio .
A lo largo de estas décadas han surgido diversos relatos en la prensa brasileña y uruguaya --incluso en la literatura y el cine-- sobre la noche del capitán uruguayo en Río. Pero en ninguna de las que revisé había una indicación clara de dónde estuvo exactamente
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Algunos dijeron que fue al barrio de Copacabana, unos kilómetros al sur del hotel. Pero eso parecía improbable, ya que en la entrevista del año '68 Varela contó que había ido caminando “a la cervecería de un amigo”.
También contó que allí encontró algunos periodistas que cenaban, pero él y “Matucho” se sentaron en el mostrador. Tomaron cerveza y él pidió unos frankfurters.
A la hora de pagar, descubrieron que ninguno de los dos tenía dinero. “Menos mal que eran amigos y les dije 'mañana vuelvo a pagarte”, comentó.
En uno de los clásicos bares-restaurantes de Flamengo me hablan de un veterano periodista argentino que vive en el barrio desde hace tiempo y puede saber algo más.
Lo llamo y me dice que sí sabe a dónde fue Obdulio aquella noche, porque él estaba ahí.
“Cae un grupo de brasileños que habían venido a hablar del partido con el dueño. '¡Qué yogador ese Obidulio!' y que de aquí y que de allá. '¿Saben quién es ese?', les dice el dueño: 'El mismísimo Obidulio'. Se pusieron a llorar los bayanos (…). Me invitaron a salir con ellos a tomar un whisky. Le digo a Matucho, 'mirá, voy a ir para que no crean que tengo miedo, ¡pero capaz que quieren tirarme al río!'”. (Obdulio Varela, diario uruguayo Hechos, mayo de 1968)
Manuel Epelbaum tiene 81 años y vive en Río desde hace 58. Ha trabajado para medios como los diarios argentinos Clarín, La Nación y El Gráfico, o el canal brasileño Sportv. Pero aclara que aquella noche del “Maracanazo” estaba frente al hotel Paysandú como un turista curioso.
Había venido a Brasil con 18 años, en un viaje que le pagó su padre por haber entrado a la universidad. Y por la noche decidió acercarse al lugar donde estaban los campeones. Cuando vio salir al capitán, comenzó a caminar detrás de él.
Asegura que Varela iba solo y en cierto momento se detuvo para preguntarle secamente por qué lo seguía. “Quería soledad, quería estar consigo mismo”, relata. “No quería fiesta ni nada... Era un hombre muy ensimismado”.
Epelbaum me lleva hasta un bar a unas cinco cuadras del hotel. “Aquí fue donde vino”, señala. Dice que lo vio acomodarse contra la barra y beber en silencio. Se quedó mirándolo unos cuantos minutos y se fue. “No tenía más nada que hacer: había visto al gran capitán”.
El bar se llama Casa Brasil y queda en una esquina de la plaza San Salvador. La calle sigue siendo de adoquines y por las noches la plaza vibra con samba en vivo y cariocas que beben y conversan animadamente.
“La simpleza creo que es lo mejor de todo”. (Obdulio Varela en el programa Hablemos del Canal 10 de Uruguay, 1992)
Varela contó en el '68 que regresó al hotel a las siete de la mañana. Creía que iba a encontrar a sus compañeros durmiendo, pero estaban todos despiertos “de la emoción”.
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Fue cuarto por cuarto para que le firmaran unos banderines y en uno se topó con el arquero Roque Máspoli, con quien también jugaban juntos en Peñarol.
--¿Es cierto que ganamos ayer, Obdulio?
--¡Dejame vivir tranquilo, Roque!
El “Negro Jefe” relató que pidió dinero y esa misma mañana volvió al bar a pagar las cervezas que debía.
Quizá nunca se sepa mucho más de lo que ocurrió aquella noche, la más épica del fútbol, en que Obdulio se fue con un grupo de hinchas rivales, vencidos. Pero después de esa aventura, él siempre mostró respeto y hasta simpatía por los brasileños.
En estos tiempos que se habla tanto de los millones que vale cada futbolista y de los militares que refuerzan la seguridad de las selecciones de Brasil 2014, pienso en cuánto ha cambiado todo.
Pero todavía se me eriza la piel cuando paso frente al viejo hotel Paysandú.