“Por la misma razón que vinimos, ahora nos estamos yendo”.Sentado en una cómoda mecedora en el porche de su casa, Ernst* explica por qué sus amigos y familiares de la comunidad menonita se están desplazando de esta zona en el centro norte de Paraguay.Mientras hablamos, sus hijos construyen la pared de un hangar que guarda inmensos tractores agrícolas y sus hijas y su esposa cosen y planchan ropa.
La casa, que no tiene colores ni decoración, está rodeada por un pastizal perfectamente cortado, varios ranchos con vacas y un sofisticado centro de acopio de leche.“La comunidad siempre se está ampliando”, continúa, en referencia a las familias menonitas, que tienden a multiplicarse.
“Por eso fue que vinimos acá, porque había poca gente y mucha tierra que en ese momento era barata; pero ya no, ahora es cara”.
Ernst, como otros menonitas que hablaron con BBC Mundo, pidió no revelar su verdadero nombre ni publicar fotos que permitiesen identificarlo a él o a su familia.
No porque los menonitas, una secta cristiana ortodoxa con estrictos códigos de comportamiento, estén en contra de fotografiarse. Sino porque los menonitas de esta zona de Paraguay están bajo amenaza.
En enero, el cuerpo de Abraham Fehr, un menonita de 36 años secuestrado, fue encontrado no muy lejos de este lugar tras pasar dos años desaparecido.Las autoridades atribuyeron su muerte, aún en investigación, al Ejército Paraguayo del Pueblo (EPP), una misteriosa guerrilla con una década de existencia que opera en esta zona céntrica del país a 150 kilómetros de la frontera con Brasil.El movimiento armado, que lucha por una reforma agraria y se inspira en las guerrillas colombianas, no se pronuncia públicamente ni da entrevistas. Reportes en medios locales aseguran que, además de a través de la extorsión, se financian con el narcotráfico.Pero para los menonitas de esta zona, que hablan del tema con cautela, la presencia de la guerrilla se ha convertido en parte de su rutina diaria. Con frecuencia, han tenido que interactuar con ellos.
“Estas son colonias muy aisladas, de productores individuales, en zonas donde no hay presencia del Estado y los vecinos son grandes productores paraguayos que no tienen relación con ellos”, explica a BBC Mundo Klassen Gerhard, un menonita vinculado a varias organizaciones de apoyo a la congregación.“Aunque ha habido desplazamientos en otras zonas, acá ha sido más grave porque son más vulnerables”, añade.A lo que Hans*, un menonita de la zona, añade: “Se están yendo familias todas las semanas”.En febrero, el EPP liberó a Franz Wiebe, un menonita que estaba secuestrado junto a Franz Hiebert y Bernard Blatz, que siguen en cautiverio.Se cree que la liberación se dio gracias a que las comunidades entregaron varias toneladas de alimentos a la guerrilla, que se calcula tiene entre 100 y 500 combatientes.También están en poder del EPP el suboficial de la policía Edelio Morínigo y el ganadero, Félix Urbieta.
Aunque son paraguayos de nacimiento, los menonitas que están en este departamento de San Pedro con dificultad hablan español.“Nosotros vivimos aparte de los paraguayos; soy nacido en Paraguay, pero soy menonita”, dice Hans, vestido con camisa y overol perfectamente planchados, de un sólo color, sin marca, sin patrones, usando todos los botones.Según él, la única relación que mantienen con los paraguayos “es para trabajar”. De lo demás no les interesan los patrones de consumo, de ocio o de hábitos que se practican en este país sudamericano.Los menonitas llegaron a Paraguay en la década de 1920. Aunque venían de México o Canadá, los orígenes de esta corriente cristianismo están en Alemania, de donde sacan la lengua que hablan hoy en día, el “alemán bajo” o plautdietsch.
En San Pedro hay unos 7.000 menonitas, estima Gerhard. Otra de las grandes colonias está en el Chaco, la inmensa y hostil zona selvática a la que se están yendo en el norte del país.En total hay casi 40.000 menonitas en Paraguay de una población global de hasta 1,5 millones de personas. Están en todo el mundo, incluyendo México, Argentina y Bolivia.La congregación menonita emergió tras las reformas protestantes al cristianismo en el siglo XVI, que buscaban más apego a los principios bíblicos. La fe anabaptista en la que creen está basada en principios como el amor al enemigo o la negación a todo tipo de violencia.Al ser una congregación fundamentalista, los menonitas han sufrido persecución política y social durante toda su historia.Tal como les ocurre ahora en Paraguay.
“No solo es la cuestión de la seguridad —asegura Ernst—; con el dinero por el que vendes tres hectáreas acá, compras 60 en el Chaco”.A esa inhóspita región del norte de Paraguay, fronteriza con Argentina y Bolivia, los menonitas han emigrado desde que llegaron al país.Ambientalistas han criticado el desarrollo agrícola de la congregación, que supuestamente ha violado la ley paraguaya que establece la obligación de mantener la vegetación nativa del 25% del territorio.Los menonitas lo niegan, y siguen desplazándose al Chaco porque aún hay tierra que explotar.
“Será como volver a empezar”, asegura Hans, con una sutil sonrisa en su pálido rostro de fisionomía caucásica.“Como cuando llegamos a Paraguay, será ir a una tierra desconocida, donde todo es maleza y hay que limpiar todo a mano y descubrir las prácticas que mejor convienen y los productos que se pueden cultivar”, explica.Ernst lo ve parecido, según cuenta entre risas: “Es como devolverse en el tiempo, volver a empezar. Pero quizá vale la pena”.
Tras la conversación en las mecedoras, Ernst me hace un tour por su casa y me presenta a sus tres hijas y dos hijos.Los espacios de la vivienda son como su vestimenta: sobrios, sin decoración, construidos con precisión pero sin esmero. No hay muebles. Los pisos y paredes son de baldosa color crema.Los menonitas usan la menor cantidad de tecnología posible: todo va anotado en libretas, los pagos así sean grandes los hacen en efectivo y los celulares, necesarios para relacionarse con proveedores y compradores, no son nuevos ni inteligentes.
Solo se justifica el uso de tecnologías para el trabajo, que es el fin primordial de la vida según ellos. Por eso tienen modernos tractores y equipos de ordeño.En sus momentos de descanso, se reúnen con familiares y leen textos religiosos y el diario menonita internacional.“Somos gente común y nos mantenemos en labores comunes”, explica Ernst.“Para trabajar en un banco —asegura— tienes que consumir y tener facultades que no nos interesan”.Por eso algunos se están yendo. Para poder mantener un estilo de vida que, para ellos, es “común”.
*Los nombres con asterisco no son reales. La identidad de la fuente fue protegida por su seguridad.