En un momento de la película “Indiana Jones y el templo maldito”, estrenada en 1984, cuando el intrépido protagonista busca una piedra sagrada en India, Willie Scott, la cantante de un club nocturno interpretada por Kate Capshaw, se dirige al famoso arqueólogo inmortalizado por Harrison Ford, y le advierte: “Vas a conseguir que te maten persiguiendo la fortuna y la gloria”.
Jones respondió: “Puede. Pero no hoy”.
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Es probable que Nina Paterson dijera algo parecido cuando su marido, el explorador inglés Percival Harrison Fawcett, anunció que iba a emprender una misión para encontrar una civilización perdida en Brasil.
Ambos se habían conocido en Ceilán, actual Sri Lanka, donde Percy servía como oficial de la Real Artillería británica.
No sería su primer viaje a Sudamérica, pero esta vez se trataba de una expedición que lo podría mantener hasta dos años lejos de casa.
Nunca regresó.
Percy Fawcett aterrizó por primera vez en el continente sudamericano en 1906, cuando fue designado por la Real Sociedad Geográfica Británica para demarcar el Amazonas, en la frontera entre Brasil, Bolivia y Perú.
A partir de ese momento se dedicó a explorar la selva, organizando frecuentes expediciones que lo terminaron de convencer de la presencia de una ciudad perdida en el corazón del territorio brasileño.
Fue así que en febrero de 1920 desembarcó en Río de Janeiro para comenzar su búsqueda.
“La idea de la ciudad perdida Z surgió del Documento 512, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro”, explica el periodista Hermes Leal, autor de O Enigma do Coronel Fawcett - O Verdadeiro Indiana Jones (El enigma del coronel Fawcett, el verdadero Indiana Jones. Geração Editorial, 2007).
“Se trata de un relato del siglo XVIII sobre una persona que se habría perdido en el interior de Bahía y encontrado las ruinas de una ciudad abandonada. Una copia de este documento llegó a manos de Fawcett cuando aún estaba en Inglaterra”, contó Leal, quien conoció sobre la leyenda de Fawcett de niño cuando vivía en el estado Goiás, justo al lado de Mato Grosso.
“Cuando descubrí que nunca había sido contada en una biografía, decidí convertir su historia en un libro. Mi gran dificultad fue seguir sus pasos”, reconoció, aunque pudo descubrir también otros aspectos de su vida como “su interés por comprar una mina de piedras preciosas en Bahía”.
Nada más llegar a Brasil, Fawcett fue recibido por el presidente del país, Epitácio Pessoa, quien había recibido una petición del embajador británico, Ralph Paget, para que apoyase la expedición a Mato Grosso.
Para ello el mandatario concertó una reunión con el mariscal Candido Rondon, que terminó siendo desastrosa.
Rondon desconfiaba de las intenciones del explorador inglés e insistió varias veces en que tenía que ser acompañado por alguien de confianza del gobierno brasileño, pero Fawcett mantuvo firme su posición que si no podía ir solo, no iría.
El militar brasileño tuvo que ceder, pero antes de terminar la conversación le preguntó a Fawcett qué ruta pensaba seguir, sospechando que lo que verdaderamente buscaba era oro y plata.
“Es secreto, no puedo revelarlo”, fue la respuesta.
Finalmente, el 12 de agosto de 1920, seis meses después de llegar a Brasil, Percy Fawcett partió de Río de Janeiro hacia Sao Paulo y, desde la capital paulista, a Corumbá. Luego viajó en barco hasta Cuiabá.
A partir de ahí comenzó su viaje hacia el interior de la selva, cruzando ríos, como el Tabatinga, y haciendas como Laranjal. En una de ellas, Rio Novo, conoció a Hermenegildo Galvão.
Durante su estancia, oyó la leyenda de los indios murciélagos, “los más salvajes de la Amazonía”. Al oír la historia, Fawcett se convenció de que iba por buen camino.
Pero ese entusiasmo no pudo evitar los infortunios que fue sufriendo la expedición en el trayecto. Llovió mucho, los arroyos se desbordaron y los animales que transportaban la carga se ahogaban o fallecían por agotamiento.
El propio caballo de Fawcett se cayó y no pudo levantarse, por lo que el coronel tuvo que poner fin al sufrimiento del animal. Ese lugar es conocido ahora como el Campamento del Caballo Muerto.
A Fawcett no le quedó otra alternativa que abandonar la expedición.
Muchos le preguntaron qué había ocurrido y la respuesta del explorador inglés fue siempre la misma: “Los animales no resistieron”, y añadía, “tengo la intención de regresar en breve para reanudar mi trabajo desde donde lo dejé”.
En enero de 1925, como siempre hacía antes de salir de expedición, Percy Fawcett se compró un sombrero nuevo. No un sombrero cualquiera. Sino un Stetson muy caro, su favorito.
Esta vez, en lugar de contratar ayudantes en el lugar de la expedición, se llevó a dos personas muy cercanas a su casa: su hijo mayor, Jack, de 21 años, y un amigo suyo, Raleigh Rimell, más o menos de la misma edad.
Para no estropear el viaje, Fawcett enseñó a los jóvenes a nadar en los ríos, a alimentarse sólo de verduras -no se puede contar con la caza donde no se sabe si existe, decía el coronel- y a preparar mochilas de hasta quince kilos. Otra lección importante fue aprender a hablar algunas palabras en portugués.
El 4 de marzo llegaron a Cuiabá desde donde retomaron el mismo camino que Fawcett había recorrido cinco años antes, esta vez junto a dos leñadores a los que contrató en la capital de Mato Grosso, cinco mulas y cinco caballos y dos perros.
Jack se encargaba de hacer las fotos y Rimell de preparar las comidas.
Caminaban, en promedio, dos leguas al día, lo que correspondía a seis kilómetros. Dormían y se levantaban temprano, antes del amanecer.
El 30 de abril llegaron a la hacienda Rio Novo, de Hermenegildo Galvão. El anfitrión ofreció comida a los viajeros y pastos para los animales. Allí descansaron cinco días para después seguir camino hacia el puesto indígena Simões Lopes, en la aldea de Bakairi.
Unos tres días después de llegar a ese lugar, el 19 de mayo, Jack Fawcett cumplió 22 años. Para conmemorar la fecha, su padre improvisó una fiesta. Tocaron instrumentos musicales, como flauta, banjo y guitarra, y bebieron vino de anacardo.
En aquel lugar Fawcett conoció a Yamarã, jefe de la etnia mehinaku. Valdomiro, quien estaba a cargo del puesto indígena, hizo de intérprete.
“¿Por qué no vienes conmigo?”, preguntó Fawcett. “Soy demasiado viejo”, respondió el líder indígena.
En un momento, Yamarã susurró algo al oído de Valdomiro. Te está desaconsejando que continúes tu viaje -explicó el jefe del puesto-. Los indios murciélagos no toleran a los invasores. Son caníbales. “Puedo defenderme”, dijo el hombre blanco. “Es demasiado peligroso”, insistió el jefe indio.
Al día siguiente, Fawcett compró comida y despidió a los peones. Quería estar solo cuando encontrara la ciudad Z. Salió de la aldea Bakairi con rumbo al campamento del Caballo Muerto.
Cuando llegó allí, ocho días después, escribió su última carta a Nina: “No debes temer ningún fracaso”, fueron sus últimas palabras, el 29 de mayo de 1925.
Desde entonces, no se ha vuelto a saber de Percy, Jack y Rimell.
Se especula que visitaron otras aldeas, como las de los pueblos Kalapalo, Nauquás y Suiá. Pero no se sabe con certeza.
Semanas después, agentes del Servicio de Protección Indígena (SPI) fueron en busca de noticias, pero no encontraron ninguna pista.
Antes de embarcarse, Fawcett pidió a Nina que no enviara misiones de rescate por si desaparecía en la selva. Para colmo, tenía la costumbre de dejar pistas falsas sobre su paradero para que nadie siguiera sus pasos.
“La desaparición de Fawcett y sus compañeros sigue siendo un misterio. La hipótesis más probable es la muerte por inanición, a consecuencia de enfermedades o ataques de indios o animales. Pero sin pruebas, no hay manera de estar seguros”, dice la historiadora Deborah Lavorato Leme, estudiante de maestría en Historia Social en la Universidad de Sao Paulo y autora del artículo Registros de la última expedición del coronel P. H. Fawcett en Brasil.
“Algunos grupos, como la Sociedad Brasileña de Eubiasis, siguen creyendo en la posibilidad de que Fawcett y su hijo, Jack, encontraran la ciudad perdida Z, donde ambos habrían dirigido una comunidad esotérica”, dijo Lavorato Leme.
Pero casi 100 años después, nadie puede asegurar exactamente qué ocurrió con la expedición, si fueron asesinados por los indígenas o si encontraron la ciudad perdida.
Nina Fawcett murió el 6 de septiembre de 1954, a los 83 años, sin aceptar la muerte de su marido. Hasta el final de sus días, siguió esperándolo en su casa de Suiza.
Brian Fawcett, el hijo menor, tampoco renunció a buscar a su padre y a su hermano y en enero de 1952, 27 años después de su desaparición, aceptó una invitación para unirse a una expedición al Mato Grosso financiada por el empresario Assis Chateaubriand, propietario de Diários Associados.
Un intento que se basó en lo que escuchó meses antes el antropólogo y activista brasileño Orlando Villas-Bôas a un indígena de la etnia kalapalo, que dijo que había matado a los “caribas” (“hombres blancos”), arrojado los cadáveres de dos de ellos en la Laguna Verde y enterrado al tercero en una fosa poco profunda a orillas del río Culuene, en Xingu.
Pero los expertos del Real Instituto de Antropología de Londres y del Museo Nacional de Río de Janeiro no tardaron en descubrir que los restos hallados no eran los de Fawcett ni los de ningún miembro de la expedición.
Antes, sólo tres años después de la misteriosa desaparición de Fawcett, el explorador estadounidense George Miller Dyott lideró una expedición en busca de pistas.
Entre otros descubrimientos, conoció a Aloique, miembro del pueblo nauquás, que llevaba colgada del cuello una pequeña placa de cobre con la inscripción de la firma londinense que había suministrado al coronel el equipo de viaje.
Y en el interior de una de las casas del pueblo, maletas idénticas a las utilizadas por los oficiales británicos.
También el periodista Peter Fleming se aventuró a viajar a Brasil en busca de Fawcett. El hermano mayor de Ian Fleming, el creador de James Bond, el agente secreto más famoso de la literatura universal, estuvo viajando durante siete meses y de su experiencia nació el libro Brazilian Adventure.
Mientras que la historia contada por una misionera norteamericana llamada Marta Moennich dio lugar a la expedición del reportero Edmar Morel en 1943.
Moennich escribió una carta a la viuda de Fawcett en la que informaba de la existencia de un indígena de pelo rubio y ojos azules en la aldea de Kuikuro. Los miembros del grupo creían que era hijo de un extranjero y una indígena.
Pero Morel no tardó en descubrir que Dulipé, apodado el “Dios Blanco del Xingu”, no era hijo de Percy Fawcett. Era simplemente un albino.
“Mucha gente no se conforma con las hipótesis más coherentes sobre la desaparición de Fawcett (o murió o lo mataron en la selva) e inventa mil teorías insólitas”, explica André Diniz Fernandes, autor de la novela gráfica Fawcett, escrita en colaboración con el ilustrador Flavio Colin.
“En una de ellas, seguiría vivo hoy en un mundo secreto en el que Jack sería el padre de una nueva raza humana. En otro, habría descubierto un mundo subterráneo y viviría allí muchas décadas después de su desaparición”, contó.
La vida de Percy Fawcett ha sido abordada en varios libros como las obras del brasileño Antônio Callado (“Esqueleto en la laguna verde”), la periodista italiana Margherita Detomas (“Ciudad invisible”), escrito en colaboración con Timothy Paterson, bisnieto de Nina, y el que contó con la participación del propio Brian Fawcett (“La expedición Fawcett, viaje a la ciudad perdida de Z”) con cartas, diarios y manuscritos de su padre.
También está el del periodista estadounidense David Grann, “Z-La ciudad perdida”, que dio lugar a una película homónima, dirigida por James Gray.
En un principio, Brad Pitt, que compró los derechos de filmación del libro estadounidense, iba a interpretar al protagonista, pero luego se conformó con el papel de productor ejecutivo y confió el papel al actor británico Charlie Hunnam. Jack Fawcett es interpretado por Tom Holland.
A eso hay que sumar los personajes que se han inspirado de alguna forma en el coronel inglés como el viejo explorador Ridgewell, en la obra “Tintín y el ídolo robado”, del cómico belga Hergé.
También hay una teoría de que el arqueólogo de espíritu aventurero Indiana Jones se basó en su vida, pero no es la única.
“Indiana Jones se inspiró en el protagonista de una película de 1954 llamada El secreto de los incas”, explica Sávio Queiroz Lima, doctorando en Historia por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul y autor del artículo Arqueología, antropología e historia en Indiana Jones.
“Tanto Indiana Jones como Harry Steele, interpretado por Charlton Heston, comparten elementos estéticos y de comportamiento de Fawcett y otros arqueólogos famosos como el escocés Mortimer Wheeler, el estadounidense Junius Bolton Bird y el inglés William Flinders Petrie”, explicó Queiroz.
Una lista a la que habría que agregar a los otros “Indiana Jones” de la vida real cuyas vidas se cree pudieron servir de inspiración como William Montgomery McGovern, Roy Chapman Andrews, Langdon Warner o Hiram Bingham III.
Nombres que George Lucas, el creador del famoso personaje, nunca ha mencionado en público.
*Versión editada de la historia publicada en BBC News Brasil. Puedes leer la nota original en portugués aquí.
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