Cuando el economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Pierre-Olivier Gourinchas, dijo esta semana que “lo peor está por venir”, fue claro en advertir que el próximo año será muy desafiante para la economía global, en medio de unos vientos recesivos que pueden afectar a buena parte de los países.
Con la guerra en Ucrania y la inflación galopante que recorre el mundo -incluida la crisis energética europea-, junto a la fuerte subida de tasas de interés en Estados Unidos, el dólar más alto en 20 años y la desaceleración de la economía china, el panorama no luce bien.
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Eso incluye a América Latina, donde las proyecciones de crecimiento son bajas.
Pese a que los países de la región enfrentarán un año difícil, hay solo una economía que no va a crecer: Chile.
El país sudamericano tendría el peor desempeño de Latinoamérica, según el FMI: una contracción de 1% el próximo año.
El mayor productor de cobre del mundo fue uno de los primeros países latinoamericanos en comenzar a subir la tasa de interés para controlar la inflación.
Tasas altas controlan la inflación, lo que es una buena noticia, pero hacen caer el crecimiento: el precio a pagar por aumentar el costo de los créditos.
Actualmente es el tercer país con la tasa de interés más alta (11,25%), solo superado por Argentina y Brasil.
Y cuando el costo de pedir dinero prestado sube a niveles tan altos, baja el consumo de las personas, las empresas tienen muchas más dificultades para financiarse y las deudas se vuelven casi impagables.
Más allá de la subida de tasas, hay muchas otras razones, internas y externas, que confluyen para que Chile sea la única economía que va a decrecer.
No cabe duda que el escenario internacional le está jugando en contra, pero ¿por qué el frenazo de Chile sería más profundo que el de los otros países latinoamericanos?
En BBC Mundo te damos una mirada a las causas que están detrás del fenómeno.
Como China, el principal socio comercial del país, se está desacelerando, la sed de materias primas disminuye. Eso, sumado al frenazo de Estados Unidos y el resto del mundo, una economía abierta como la chilena, acusa el golpe.
A diferencia de los países petroleros que se han beneficiado de la escalada en el precio del crudo y de las naciones que exportan gas, Chile no ha tenido esos ingresos extraordinarios para mejorar sus cuentas fiscales, dado que el precio del cobre ha sido más bien fluctuante.
Pero además, el gobierno del izquierdista Gabriel Boric, ha tomado la decisión de no financiar su agenda social con deuda y ha optado por controlar el presupuesto bajo la consigna de mantener la “responsabilidad fiscal”, luego de que la anterior administración conservadora de Sebastián Piñera, desencadenara un auge del gasto de los consumidores con un extenso paquete de apoyo por la pandemia de covid-19.
“En un año absorbimos todo el enorme déficit que heredamos el año pasado”, dijo el ministro de Hacienda, Mario Marcel, en una entrevista con el Financial Times.
Con un presupuesto fiscal austero que considera una modesta expansión del gasto de 4,2% para el próximo año, el gobierno espera mantener las cuentas fiscales en orden.
Incluso proyecta un superávit fiscal -que sería el primero en nueve años- con la mayor parte de los recursos destinados a financiar mejores pensiones.
Considerado parte de la llamada nueva izquierda latinoamericana -junto a otros mandatarios como Gustavo Petro en Colombia- Boric llegó a la presidencia con una amplia agenda social que, para implementarse, requiere un aumento de la recaudación fiscal a través de una reforma tributaria que actualmente se debate en el Congreso.
Chile está en el centro de una vorágine con retos que van desde el aumento de las tasas de interés y la caída de la producción de cobre, hasta la alta inflación, dice Benjamin Gedan, director adjunto del Programa Latinoamericano del centro de estudios Wilson Center, con sede en Washington, D.C.
A eso se suma “la baja confianza entre los inversionistas mientras el país debate una reforma constitucional que podría dañar el clima de negocios”, apunta el académico de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos.
Gedan se refiere al contundente rechazo por voto popular a la propuesta de nueva Constitución que buscaba reemplazar a la que fue impuesta durante el gobierno de Augusto Pinochet en 1980.
Con ese rechazo, queda pendiente la definición de un cambio constitucional, una aspiración de quienes protagonizaron el estallido social de 2019.
La falta de claridad sobre qué pasará con el proceso constitucional y la reforma tributaria poco ayuda a esclarecer el rumbo político y económico que puede resultar de aquellas definiciones.
Y en el frente externo, “los problemas económicos en Estados Unidos y China no ayudan”, agrega el experto.
Nicolás Saldías, analista para América Latina del centro de estudios británico Economist Intelligence Unit, también considera que uno de los grandes retos que enfrenta la economía chilena es “la incertidumbre política relacionada con el proceso de reforma constitucional”.
Esto ha llevado a “bajos indicadores de confianza empresarial y, por lo tanto, a una menor inversión”, argumenta el economista, un escenario que impacta en la contracción económica esperada para el año que viene.
Actualmente el país tiene una inflación anualizada de 13,7% (en agosto escaló a 14,1%, la más alta de los últimos 30 años), mientras las autoridades mantienen en el horizonte la meta de estabilizarla en el futuro en torno al 3% anual.
Se espera que esa tasa de inflación baje con el acelerado aumento de las tasas de interés, pero por ahora “está provocando una caída significativa en los salarios reales”, argumenta Saldías.
Eso, apunta, “ha venido minando el gasto y la confianza de los consumidores”, un efecto que ocurre cuando los países suben el costo de los créditos.
Sin duda el escenario internacional también juega su parte, agrega, dado que Chile no es inmune a la crisis económica mundial impulsada por la guerra en Ucrania, las políticas de “cero covid” de China que están impactando en su crecimiento económico y han hecho que el gigante asiático le compre menos productos a Chile, además del agresivo endurecimiento de la política monetaria de la Fed, equivalente al banco central de otros países.
Todos estos factores pesan sobre la demanda de los productos chilenos, afectando sus exportaciones.
Y además, cuando la Fed aumenta tan velozmente las tasas de interés en Estados Unidos para renar su propia inflación, los grandes inversores prefieren mover sus capitales hacia ese país en busca de mayor rentabilidad y menos riesgo.
Eso es lo que suele ocurrir cada vez que hay una crisis internacional: los capitales emigran desde las economías emergentes hacia Estados Unidos.
Ahora bien, con los problemas económicos externos, advierte Saldías, tampoco está garantizado que los demás países de la región tengan un mejor desempeño.
“Si bien Chile es la única economía de la región que se prevé que se contraiga en 2023, existen riesgos significativos de que otros países experimenten una contracción el próximo año”.
Con tantas nubes dando vuelta, es difícil estimar qué factores pesarán más que otros en la contracción de la economía chilena esperada para 2023.
Pero si hay que elegir cuáles son las razones clave que están empujando esa caída en la economía chilena, Felipe Hernández, economista especializado en América Latina del centro de análisis Bloomberg Economics, escoge tres:
“Tasas de interés más altas, menor gasto del sector público y el viento de cola menguante de los retiros de ahorros para pensiones”.
Hernández se refiere al masivo retiro de los fondos de pensiones hecho por los chilenos en 2021, que hicieron aumentar el consumo, aumentando el dinero de los ciudadanos en sus escuálidas cuentas bancarias producto de la pandemia.
De esa manera, en un período de apenas un año, hubo una gran cantidad de recursos disponibles que ayudaron a impulsar la recuperación postpandemia, pero al mismo tiempo, aumentaron la inflación.
Además de las altísimas tasas de interés que tiene el país, otro elemento que marca una diferencia entre Chile y los demás países de la región, argumenta Hernández, es su “política fiscal más estricta”.
Es decir, un gasto fiscal controlado, una política que no ha caracterizado a muchos de los gobiernos de izquierda de la región que suelen hacer lo contrario.
Considerada como una fuerte señal de responsabilidad fiscal, ha sido bien recibida por los mercados, pero en el corto plazo, afecta el crecimiento económico porque el nivel de gasto público es uno de los factores que influye en el crecimiento económico.
Mirando los últimos años, para entender lo que puede ocurrir a futuro, el experto sostiene que “el hecho de que la economía chilena haya sido la que más creció en América Latina después de la pandemia, también ayuda a explicar por qué ahora está experimentando una de las mayores correcciones”.
Ahí entra en juego un efecto estadístico, básicamente porque cuando un país crece aceleradamente, como lo hizo Chile en 2021, la expansión al año siguiente tiene que ser más baja.
Lo mismo pasa al revés: si una economía ha estado sumida en una profunda crisis y de pronto se recupera, eso crea la ilusión estadística de que dio un salto espectacular, cuando en realidad, lo único que hizo fue pararse del suelo.
El mejor ejemplo para graficar esto es la economía de Macao: cayó en 2021 más de 50% y este año tendrá un crecimiento de más de 50%. O Venezuela, el país latinoamericano con la mayor tasa de crecimiento proyectada para el próximo año (6,5%).
Pero hay que mirar de dónde viene: en 2018 cayó 19,7%, luego 27,7%, al año siguiente un 30%, antes de comenzar a recuperarse en 2021 con un aumento del 0,5%, según cifras del Fondo monetario Internacional (FMI).
Entonces, más que convertirse en la nueva estrella económica de la región, lo que está haciendo es recuperar apenas una parte de lo que ha perdido en los últimos años.
Desde esa perspectiva, aunque el crecimiento del PIB para Chile está proyectado entre los peores de América Latina, “el PIB se ve bien en relación con los otros países y su nivel antes de la pandemia”.
A final de cuentas, la salud de una economía no solo depende de su desempeño en un año, sino de su trayectoria en un período más amplio.
Aunque los demás países de la región van a crecer en 2023, también tendrán que enfrentar el huracán externo y sus propias tormentas internas.
La economía brasileña se expandirá un 1%, mientras que la de México lo hará en un 1,2%, según las previsiones del FMI.
La economía colombiana, con el izquierdista Gustavo Petro recién llegado al poder en agosto, pasaría a expandirse un 2,2%.
Entre las grandes economías de la región, el país que seguirá sumido en sus penurias históricas es Argentina, que actualmente tiene una impactante inflación de 83% y que el próximo año crecería un 2%.
A primera vista, si el único dato relevante fuese el crecimiento económica, parecería que Argentina está mucho mejor que Chile, pero lo cierto es que Argetnina está muy cerca de caer en la bancarrota, según la agencias internacionales calificadoras de riesgo.
Otros países como Perú, Ecuador o Bolivia, tendrán un freno menor de su economía y la inflación estará bastante controlada.
América Latina, dicen los economistas del FMI, enfrentará ahora un tercer shock.
Los dos anteriores fueron el de la pandemia y el de la guerra en Ucrania. El próximo: el endurecimiento de las condiciones financieras globales.
El financiamiento se ha vuelto cada vez más escaso y más costoso, advierten, a medida que los principales bancos centrales han elevado las tasas de interés.
Por otro lado, las entradas de capital a los mercados emergentes se están desacelerando y los costos de los préstamos externos están subiendo, haciendo que en muchos casos la deuda externa se vuelva definitivamente impagable.
No es el caso de Chile, que pese a las estimaciones de que se convertirá en la única economía con un crecimiento en rojo el próximo año, tiene las finanzas públicas con buena salud, en comparación a muchos de sus vecinos y otras economías emergentes.
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