Santiago de Chile. Es uno de los hombres más ricos de Chile, de la élite que es blanco de las denuncias de manifestantes que no abandonan las calles. El presidente Sebastián Piñera, en el poder desde marzo del 2018, ha visto cómo se desmorona su imagen por una crisis social inédita.
Solo unos días antes del estallido social del 18 de octubre, el mandatario consideró Chile como “un oasis” en América Latina. Casi tres semanas después, mientras muchos chilenos expresan su enojo con su gobierno y gran parte del espectro político, el jefe de estado descarta su renuncia.
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Santiago ardía de rabia hace 20 días, cuando Piñera fue sorprendido disfrutando de una pizza en un restaurante en un exclusivo sector de la capital. Aquella imagen de él rodeado de sus nietos fue para una mayoría de los 17 millones de habitantes de este país un reflejo de la división entre una élite desconectada de las clases media y trabajadora.
Visiblemente sorprendido por el movimiento social, el presidente tuvo que renunciar a sus mayores aspiraciones internacionales y cancelar la organización del encuentro de líderes de APEC y la cumbre del cambio climático de la ONU COP-25, que iban a poner a Chile en un papel estelar en las próximas semanas.
Ninguna de sus medidas ni correcciones a lo largo de las casi tres semanas han logrado extinguir el incendio que deja 20 muertos en el país, hasta ahora modelo de estabilidad política y económica en América Latina.
El primer presidente de derecha desde el regreso de la democracia, en 1990, (cuando llegó al poder para su primer mandato del 2010 al 2014, antes de ser elegido nuevamente a fines del 2017) encarna la trinidad en la raíz de la fractura entre población y líderes: poder económico, político e institucional.
Empresario
Aquel al que muchos consideran un hombre de negocios antes que de un político tiene una fortuna estimada en US$2,700 millones, según Forbes, en un país donde el salario mínimo es de 301,000 pesos (US$418) y donde el ingreso per cápita de US$23,000 anuales esconde profundas desigualdades.
Este hombre que piloteaba su propio helicóptero, que fue accionista de la aerolínea nacional LAN (hoy la internacional LATAM), un canal de televisión y un club de fútbol, le tomó tiempo renunciar a sus inversiones cuando ganó su primera presidencia.
El hombre hecho a sí mismo, de 69 años, con cuatro hijos y nueve nietos, reelegido en diciembre del 2017 tras dejar su primer gobierno con un popularidad del 50%, ahora tiene el menor apoyo desde el regreso de la democracia (13%).
Cuando estallaron los saqueos, incendios y enfrentamientos, el presidente de sonrisa fácil y llamativos tics, que se presentó como el líder de un derecha renovada y desligada de la herencia de Pinochet, se apresuró en declarar el estado de emergencia al considerar que se trataba de un problema mayor de desorden público.
Los soldados volvieron a patrullar las calles de Santiago con toque de queda nocturno por primera vez desde el final de la dictadura, un medida que cayó fatal en buena parte de la población.
“En guerra”
Al día siguiente del primer estallido, Piñera anunció la suspensión del aumento en la tarifa del metro (que encendió las protestas), pero el país ya estaba en rebelión.
Sus declaraciones posteriores no contribuyeron a bajar el enojo popular, cuando sostuvo que “la democracia tiene la obligación de defenderse”.
Pero su declaración, sobre que el país enfrenta una “guerra”, tres días después del comienzo de la crisis, la convirtió en un mantra de sus adversarios en las calles que desde entonces gritan lemas afirmando lo contrario.
Dos días después, consciente del desastre de su mensaje, convoca a los partidos políticos para tratar de encontrar un “acuerdo social” y pide perdón al país.
Luego ejecuta un cambio de gabinete (donde removió a un tercio de sus ministros) y anuncia una batería de medidas sociales, que no calan en los manifestantes y no han logrado bajar la tensión.
El 25 de octubre, una gran manifestación reunió a más de un millón de personas en la plaza Italia, epicentro de las protestas. En un tuit, Piñera dice que “escuchó el mensaje” del pueblo.
Pero todavía en los rostros del gobierno prevalecen los gestos de preocupación y pesar por la cancelación de dos eventos internacionales que hubiesen permitido a Chile brillar en el escenario internacional y que Piñera lograra equiparar a su predecesora, la líder socialista Michelle Bachelet, nombrada después de dejar su cargo alta comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
La perspectiva de un apretón de manos con el presidente estadounidense, Donald Trump, durante la cancelada cumbre de APEC podría haberle dado una nueva legitimidad que ahora se ve muy lejana.
Fuente: AFP