Claudia es una adolescente tímida, pero hoy luce como una princesa en un vestido azul eléctrico y sus zapatos tenis con brillos blancos. Es su fiesta de 15, conocida coloquialmente como quinceañero, y la celebra por todo lo alto para 250 invitados en Ciudad de México.
Más de 4.000 kilómetros al sur, en Bogotá, la colombiana Catalina elige el turquesa para su vestido de “presentación en sociedad”. Después del vals, ceremoniosamente, la abuela le cambia la sandalia plana por el zapato plateado de tacón, símbolo de su entrada a la madurez.
A pesar de que los críticos acusan este opulento rito de iniciación de ser patriarcal, obsoleto y kitsch, las fiestas de 15 son tan populares como siempre en una región donde el machismo aún campa libremente, pero que ve el rol de la mujer ganar carácter con rapidez.
Quienes trabajan en esta enorme industria aseguran que la tradición está lejos de morir: las familias adineradas gastan decenas de miles de dólares en fastuosas fiestas o viajes a Disney World. Las más pobres ahorran como pueden en un desesperado esfuerzo por satisfacer a sus princesas.
La familia de Claudia Itzel Perez ahorró 10.000 dólares a lo largo de los dos años que se pasó planificando la fiesta.
Ese día, sobre la puerta de su modesta casa en un vecindario de clase trabajadora en la capital mexicana, había un arreglo de flores con el símbolo “XV”.
A mediodía llegó la maquilladora para una sesión de cerca de dos horas: varias capas de polvos y correctores, pestañas postizas, sombras, lápiz labial… todo sellado al final con un aerógrafo.
“Aunque en realidad tenga lágrimas o esté nerviosa, se verá como si estuviera sonriendo”, le dice la maquilladora Jenny Chavarría.
Luego es el turno del vestido: un apretado corsé y una falda larga y ampona de tul con crinolina. Claudia hace muecas cuando le ajustan la cintura. Jenny la reprende: “¡Sonríe!”.
“Es un día inolvidable (...) que no se va a repetir en toda tu vida”, dice la joven.
PRÉSTAMOS Y TURNOS NOCTURNOS
Entre un viaje, un automóvil o una fiesta, Claudia Itzel eligió la fiesta. La familia ahorró todo lo que pudo gracias a su pequeño comercio de suministros para la construcción.
“Ves el sacrificio” que hacen algunas familias para permitirse una fiesta de quinceañera, dijo Chavarría, cuyos maquillajes cuestan entre 200 y 300 dólares.
La madre de Catalina Arévalo, una guardia de seguridad de Bogotá que también se llama Claudia, hizo enormes esfuerzos para conseguir los casi 1.500 dólares que su familia gastó en la fiesta de 15 para 80 invitados.
“Llevo aproximadamente una semana que he estado trabajando de noche y de día (...), es una emoción muy grande”, dijo la madre, que también debió echar mano a algunos préstamos.
Los orígenes de la fiesta de quinceañera no están claros. Los académicos especulan que evolucionó de los bailes europeos de presentación en sociedad, aunque algunos consideran que proviene de un antiguo ritual azteca que marca la transición a la madurez.
No existe un equivalente para los muchachos, un hecho que los críticos señalan como muestra del machismo imperante en la región.
Pero Valentina Napolitano, una antropóloga de la Universidad de Toronto que se ha especializado en las fiestas de 15, dice que estos festejos tienen un elemento de empoderamiento bajo la apariencia de un anticuado ritual para marcar roles de género.
“Es importante exactamente porque es una de las pocas celebraciones donde las jóvenes son el centro, y no el hombre”, dijo.
Como para subrayar el papel central que tiene la mujer en la fiesta, la abuela materna de Catalina fue quien se arrodilló para sustituir sus sandalias planas por zapatos plateados de tacón. Normalmente, ese rol es del padre.
Estos cambios sutiles están modificando el papel de la mujer en Latinoamérica, donde más de 70 millones de mujeres se han incorporado al mercado de trabajo en los últimos 20 años, según el Banco Mundial.
¿PARA QUÉ EVITARLAS?
La duradera popularidad de la fiesta de 15 “podría deberse al anhelo de un pasado estable en un mundo que cambia tan rápidamente”, dijo Napolitano.
“Ahora las mujeres están obligadas a trabajar fuera de sus casas y hacen malabarismos con muchas más tareas que antes. (La fiesta) es a la vez un apego romántico y una manera de construir orgullo en las familias”.
El próspero negocio de las quinceañeras quedó a la vista en la 15 Fest Expo en Ciudad de México el pasado fin de semana, que abrió con la promesa: “Todo lo que necesitan para organizar una súper fiesta de XV años”.
Incluso las familias que no organizan fiestas para sus hijas de 15 años se ven envueltas en la tradición, porque tienen que comprar numerosos vestidos para que sus niñas vayan a las fiestas de las compañeras de clase que exigen a los invitados que lleven prendas sin estrenar.
Es una tradición imposible de evitar.
¿Pero para qué intentarlo?, se pregunta Nicolás Guigou, un antropólogo de la Universidad de la República de Uruguay: “Capaz que tiene sentido, capaz que no, pero es un día donde la gente se junta a celebrar determinada cosa”.
Si no se participa, dice, “uno empieza a perder por lo menos en términos simbólicos ciertos lazos con la tradición de la que viene, con la comunidad a la que pertenece”.