Jeremías Prevostí (GDA) / La Nación de Argentina. Brasil 2014 es un mundo de historias que conviven. A veces, pueden estar relacionadas, tener un mismo origen o, incluso, ser parte del mismo relato. En otras oportunidades, no comparten el más mínimo detalle, seguramente no transitan por los mismo lugares y solo tienen la bandera nacional como denominador común. Pero lo cierto es que están en cada sede donde se presenta la selección argentina.
canchallena.com visitó el Sambódromo de esta ciudad, donde la semana pasada se reunieron más de dos mil argentinos en la antesala del encuentro ante Suiza, por los octavos de final. Ayer, a dos días del decisivo partido ante Holanda, en el que la selección nacional buscará una histórica clasificación a la final, apenas eran 200 personas acampando en el lugar, aunque se estima que el número crezca por estas horas.
Allí, tres historias de emoción, fortuna y locura se miran a pocos metros de distancia. El único punto de contacto entre las tres no sorprende a esta altura de la competencia: la falta de entradas.
No hay lugar para más nada. Equipaje, parrilla eléctrica, dos niños, una vecina y su mamá. Gonzalo Fabián Ledesma está ansioso por comenzar el viaje. El caos del auto no es el motivo, sino el deseo de llegar lo más rápido posible al destino: su primer Mundial.
Sin embargo, algo gira por su cabeza con esa insistencia imposible de ignorar. “Ayer jugué a la lotería”, grita, con la mirada de todos sobre sí. Deja el auto a un costado de una de las tantas calles de Rosario y baja corriendo a una agencia. Mira una vez, otra vez, y hasta tiene que preguntar. “Es la Nacional, salió el 305”. Sí, el de la patente. El que jugó el día anterior mientras esperaba en el taller mecánico. El que lo hace ganar nada menos que ¡nueve mil pesos!
Los cinco llegaron en la madrugada del domingo a esta ciudad, luego de viajar más de 2600 kilómetros entre rutas argentinas y brasileñas. Gonzalo está cumpliendo su sueño, pero la gran artífice de todo es su madre, Patricia Sánchez, una trotamundo que vive su cuarta Copa del Mundo (Argentina 1978, México 1986 y Alemania 2006) y que no dudó en pedir un crédito de 20 mil pesos para hacerlo realidad.
“Mi vieja me dijo: 'Gordo, vamos'. Yo lo veía muy lejano, muy volado. Le debe pasar a muchos argentinos. Lo vemos complicado, difícil, y el lógico. Porque el argentino vive día a día”, dice el joven de 29 años, que trabaja como profesor de inglés y animador de karaoke, entre otras cosas.
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