Tamaulipas. A primera vista el lugar parece un campo más en la Sierra de Cucharas de Tamaulipas, en el noreste de México. Pero en este sitio cientos de personas fueron asesinadas por el cártel de Los Zetas.
Los activistas que exploran el sitio en busca de restos humanos le llaman “Ejido 7”. Está dentro de la reserva de la biósfera El Cielo, una de las áreas naturales más bellas de México.
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Pero el impresionante paisaje contrasta con lo que allí sucedió. Durante varios años el grupo criminal lo utilizó para deshacerse de sus víctimas.
“Es un campo de exterminio”, le dice a BBC Mundo Graciela Pérez Rodríguez, fundadora del colectivo Milynali Red CFC, que busca a personas desaparecidas en México.
“Un sitio de exterminio donde llevaban a personas secuestradas. Ahí mismo las ejecutaron y las quemaron”.
No se sabe cuántas personas fueron asesinadas en esta zona de la Sierra de Cucharas. Los activistas creen que fueron al menos 200.
Pero cuando fue detenido en 2014, Enrique Santillán Trejo, quien fuera responsable de Los Zetas en la región, dijo que su grupo había asesinado a por lo menos 500 personas.
Muchos fueron ejecutados en Sierra de Cucharas y sus cuerpos incinerados. De muchas víctimas sólo quedaron fragmentos de huesos, dientes y algo de ropa.
En los últimos años el colectivo y peritos de la Fiscalía General de la República (FGR), han recolectado más de 100 kilos de esta clase de restos.
Todos son analizados con la esperanza de encontrar una huella genética que permita saber a quién pertenecen.
Hasta ahora se han identificado perfiles de una docena de personas.
La guerra
Desde 2010 Tamaulipas es el escenario de una intensa guerra entre los grupos que formaron parte del cártel del Golfo, que se dividió ese mismo año.
La facción más violenta fue el cártel de Los Zetas, fundado por exmilitares de élite y que mantuvo el control de varios estados del país.
Según activistas y autoridades, el grupo es responsable de la muerte de miles de personas y de la desaparición de cientos más.
En algunos casos se trató de miembros de grupos rivales, pero muchas víctimas nada tenían que ver con la guerra de bandas del narcotráfico.
Muchas fueron secuestradas cuando viajaban en las carreteras de Tamaulipas, por ejemplo. A otras los sicarios se las llevaron de sus comunidades durante enfrentamientos con otros grupos.
De acuerdo con la Secretaría de Gobernación (Segob), en el estado hay al menos 6.000 personas desaparecidas. El 79% son hombres según datos de la FGR.
La Fiscalía señala que en la lista abundan quienes se dedican a vender comida, estudiantes, obreros, migrantes centroamericanos o amas de casa, por ejemplo.
Es uno de los problemas más graves de México. Hasta febrero pasado los datos oficiales reportaron 40.000 personas desaparecidas, 1.100 fosas clandestinas y unos 26.000 cuerpos sin identificar en las morgues del país.
De hecho el subsecretario de Derechos Humanos de la Segob, Alejandro Encinas, dice que México se convirtió “en una enorme fosa clandestina”.
La crisis se agravó porque los distintos gobiernos han aplicado una estrategia equivocada de seguridad, explica Ana Lorena Delgadillo, directora de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático.
En el caso de los desaparecidos “se olvidaron de ellos, las instituciones no cumplieron con su obligación de buscarlos”, le dice a BBC Mundo.
Muchos familiares de víctimas asumieron esa responsabilidad y, de hecho, son ellos quienes han encontrado muchas fosas clandestinas.
Restos calcinados
Fue el caso de las fosas clandestinas en Sierra de Cucharas, localizadas en 2013 por la Secretaría de la Defensa y ubicadas a unos 40 kilómetros de Ciudad Mante, en el sur de Tamaulipas.
El colectivo Milynali Red CFC confirmó que Los Zetas se deshacían allí de sus víctimas, y empezó la búsqueda de restos humanos en una zona conocida como Papalote.
Durante varios años los activistas visitaron la zona con regularidad, pero hace unos meses supieron del llamado Ejido 7. Es un lugar de difícil acceso, arriba de un cerro.
Al llegar “encuentras de un lado y otro del camino montículos de tierra” dice Graciela Pérez. Es una señal de que puede haber restos humanos enterrados.
Hasta ahora el colectivo localizó 15 posibles fosas clandestinas, pero pueden ser muchas más porque el terreno es extenso.
No se sabe cuántas personas fueron asesinadas en este lugar. “Encontramos un campamento, una casa de campaña y ropa enterrada, mucha ropa de niños y adultos”, explica Pérez Rodríguez.
También “muchas botellas del aceite que usan para limpiar armas, eso me impactó. Todo estaba enterrado, no sabemos para qué”.
Una hipótesis, dicen los activistas, es que los sicarios trataron de ocultar las evidencias de la vigilancia aérea de los militares.
También se han encontrado barriles metálicos donde al parecer incineraban los cuerpos.
Algunos restos calcinados fueron enterrados, pero otros se dispersaron con las lluvias. Eso vuelve más difícil la búsqueda porque se extiende el área que debe ser examinada.
Los activistas aprendieron a distinguir entre un trozo de madera quemada, por ejemplo, y un fragmento de hueso. También identifican dientes mezclados con pedazos de piedra.
“Todos lo sabían”
El trabajo se hace a mano, con ayuda de picos, palas y tela metálica para cernir la tierra y encontrar restos humanos.
El colectivo Milynali ha explorado siete fosas clandestinas, y esperan concluir la revisión este año.
Los responsables del “campo de exterminio” prácticamente vivían en el sitio. Lo muestran las latas vacías de comida, cepillos dentales y bolsas de pan y golosinas.
Tenían un campamento de vigilancia en la parte más alta de la sierra, y abajo “las cocinas”, como se llama al sitio donde incineraban a las personas dicen activistas que han visitado el campo.
Aunque se trata de un área deshabitada, por la cantidad de víctimas incineradas es difícil que no se hubiera notado lo que allí sucedía, reconocen los activistas.
“Prácticamente todos los vecinos lo sabían pero no lo dijeron”, lamenta Graciela Pérez.
“Parte de todos los crímenes cometidos en Tamaulipas son por la sumisión en que está metida la ciudadanía, el temor de que les ocurra lo mismo”.
Un miedo que sirve a los criminales, añade la activista. “Eso provoca que no hablen, y mientras nosotros padeciendo” durante varios años.
“Si hubiéramos sabido a tiempo quizá no hubiera ocurrido”.