El país más poblado del mundo árabe celebró el tercer aniversario del derrocamiento de Hosni Mubarak con absoluto mutismo. Treinta y seis meses después del ocaso del dictador, Egipto ha regresado al kilómetro cero. Anulado el primer parlamento elegido en las urnas y depuesto el primer presidente electo, el aparato policial ha congelado las libertades y el “estado profundo” rinde culto al líder castrense Abdelfatah al Sisi, quien podría anunciar su candidatura presidencial en los próximos días.“Caminamos hacia un Estado controlado por el aparato de seguridad, que está aplastando las libertades y los derechos humanos y que vuelve a gobernarse en beneficio de la élite económica y el ejército”, denuncia a El Comercio la novelista y activista egipcia Ahdaf Soueif. Los líderes juveniles que lideraron las 18 jornadas de revueltas han sido encarcelados en virtud de una draconiana ley que restringe el derecho de manifestación. La norma fue promulgada por el gobierno interino, nombrado por la junta militar tras el golpe de Estado que frustró en julio la primera experiencia del islam político en la presidencia del país.Desde entonces, la represión emprendida por las fuerzas de seguridad contra los islamistas se ha saldado con cientos de muertos y miles de encarcelados. Los movimientos yihadistas han superado la frontera del Sinaí y trasladado su lucha a El Cairo. Varios altos cargos del ministerio del Interior han sido asesinados. Ni siquiera en las tres décadas de Mubarak en el poder la aversión popular y la persecución contra la Hermandad Musulmana -ilegalizada y catalogada como “grupo terrorista” sin aportar pruebas de su vinculación con los atentados- había alcanzado las cotas actuales.
“Hay alrededor de 15.000 personas arrestadas. Nunca durante el régimen de Mubarak se registró al mismo tiempo una cifra similar”, explica a este diario Magdi Qorqor, líder de la Coalición en Defensa de la Legitimidad que reúne a la Hermandad y grupos afines.Cada vez más lejos de cualquier reconciliación y más divididos que nunca, los egipcios afrontan en los próximos meses la enésima cita con las urnas para elegir a su nuevo presidente. Al Sisi, el mariscal de campo que derrocó a Mohamed Mursi, es el gran favorito. Su gran reto será evitar el colapso de una economía hundida por la huida del turismo y la inversión extranjera, y apuntalada por los préstamos concedidos por los países del Golfo Pérsico.
Tres años después de la primavera árabe, el puño de los militares ha asfixiado la libertad de prensa eliminando cualquier disidencia, y la justicia ha sido incapaz de dictar sentencia por los varios miles de fallecidos en las revueltas. A pesar de la involución y la impunidad policial, los protagonistas de la Plaza Tahrir mantienen la esperanza. “Caminamos hacia una nueva ola revolucionaria. Cuándo tendrá lugar ese levantamiento es imposible de pronosticar”, agrega Soueif.