Gaza (EFE).- Despunta la mañana y Beit Lahia, uno de los barrios septentrionales más pobres de Gaza, es un páramo de calles vacías en las que solo se ve basura y algunas cucarachas que corren.
Solo de cuando en cuando, el runrún de un coche, una moto, un tractor rasga el silencio plomizo que se abate sobre las casas, en apariencia vacías, y dota por unos instantes de vida a este laberinto de pobreza.
Algunos habitantes huyen, otros regresan después de haber huido para recoger alguna pertenencia y retornar al refugio; solo los que han decidido quedarse, como Osama, un ingeniero que estudió y vivió 20 años en Alemania, no se apresuran.
“No hay ningún lugar en toda Gaza donde estar seguro. No sería la primera vez que bombardean una escuela. Si tengo que morir, prefiero morir en mi propia casa”, explica.
A medida que habla, algunas puertas se abren y rostros cansados, en su mayoría de ancianos, se asoman con curiosidad a una calle antes desierta.
“¿Huir? ¿a dónde?”, se pregunta Osama. “Egipto tiene la frontera cerrada. Dice que deja pasar a quienes tienen pasaporte extranjero. Conozco gente que lleva tres días y nadie les ha dejado salir”, explica.
“Si nado por el mar me disparan, me vigilan desde el cielo y en tierra hay verjas. No hay manera de escapar. Estamos en una gran cárcel bajo castigo colectivo. Los sirios pueden salir a Jordania, nosotros ni eso”, se queja.
Algunos metros más allá, Hamdam también ha decidido quedarse pese a que Israel ha lanzado octavillas y avisado por sms a los vecinos de ese barrio y de Al Zaitun, en el este -unas 200.000 personas-, para que abandonen sus casas pues están en peligro de muerte.
“No, no hemos recibido aviso alguno”, asegura. “Forma parte de la propaganda para aterrorizar a la población. Toda esta operación es contra la población civil”, afirma antes de que un proyectil procedente del mar impacte a unos pocos cientos de metros.
“Dicen que van a por la milicia pero hasta ahora no hemos visto a ninguno de sus líderes muertos. Solo civiles y niños. Es un castigo a los gazatíes”, subraya.
Israel afirma que Beit Lahia y Zaitun son bastiones de los grupos Hamas y Yihad Islámica, y que cerca de un 30 % de los cohetes lanzados han salido de sus calles, de entre sus descampados, huertos y casas.
El pasado domingo ya lanzó octavillas sobre el primero, que causó que cerca de 10.000 personas abandonaran con premura sus casas y buscaran refugio en escuelas, principalmente las que gestiona la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA).
Esta agencia advierte que únicamente tiene capacidad de alojo para cerca de 50.000 personas, y escasos recursos para asumir una avalancha de refugiados y personas sin hogar.
Datos de la propia ONU aseguran que desde que el pasado 8 de julio la aviación israelí iniciara su ofensiva, ha destruido más de 250 edificios y viviendas, y dejado sin hogar a más de un millar de familias.
Solo anoche disparó, por primera vez, contra la casa de un alto dirigente de Hamás, que no estaba. El inmueble donde habitaba Mahmud al Zahar, miembro del comité directivo del grupo, era este miércoles un esqueleto de hormigón sobre un mar de cascotes.
La misma estampa presentaba ayer una casa de tres plantas levantada entre frutales en el barrio de Zaitun.
Según los vecinos, en el edificio vivían tres familias -unas 30 personas- y un presunto miembro de las milicias de la Yihad Islámica.
“Iremos a casa de mi hermano en el centro. Pasaremos allí la noche. Pero somos familias muy grandes, y las casas allí no son tan grandes como en el campo. No queremos ser refugiados en nuestro propio país”, explicó a Efe Manal, una de las matriarcas.
Menos suerte tiene Yamila, una habitante de Beit Lahia refugiada en una escuela, que no tiene familia que le acoja y hoy volvió a casa con su marido a recoger unos colchones.
Presa del miedo se mueve deprisa porque ha dejado a su hija enferma en una aula de la escuela Mahmudiya, de la UNRWA, donde hallaron acomodo cuando hace cinco días decidieron hacer caso a los avisos y huir.
Con el atillo al hombro, algunos de los que se quedan le increpan por no hacer caso a las recomendaciones de Hamás y permanecer en la casa.
“No queremos ser unos héroes de Hamás. Queremos vivir”, espeta el marido.
“La guerra acabará y ya veréis después como coméis”, le amenaza desde una puerta un hombre entrado en carnes y barba tupida.
Y a Yamila le queda la sensación de que no sabe a dónde ni de quién debe huir.