Fue un incidente del que se les dijo que nunca hablaran y la advertencia funcionó durante años.
Era agosto de 1996 y un grupo de 21 poetas, escritores y periodistas iraníes creían dirigirse a una conferencia literaria en la vecina Armenia.
Pero lo que debería haber sido un viaje de rutina se convirtió en una de las experiencias más aterradoras de sus vidas.
Habían contratado un autobús para atravesar las montañas a través del paso de Heyrán, un camino empinado y sinuoso, casi siempre cubierto de niebla, que une dos provincias del norte de Irán.
El viaje, de 18 horas, era agotador. Y uno por uno, los pasajeros se quedaron dormidos.
Pero en las primeras horas de la mañana, su sueño se vio bruscamente interrumpido por el repentino sacudón del autobús que aceleraba con fuerza.
Los pasajeros pudieron ver así como el vehículo avanzaba raudo hacia el borde de un acantilado hasta que, felizmente para ellos, una roca se interpuso en su camino y evitó que cayera a las profundidades.
Entre los pasajeros se encontraba Faraj Sarkohi, periodista de 49 años y luego editor de la revista cultural Adineh.
“Después de que el autobús se detuvo, salimos uno por uno en estado de confusión. El conductor se acercó a nosotros y se disculpó por haberse quedado dormido”, recuerda.
Una vez recuperados del susto inicial, pasajeros y conductor decidieron continuar en el camino. Pero la historia de este peligroso viaje no iba a terminar ahí.
Unos minutos más tarde, el conductor volvió a enfilar el autobús hacia el acantilado y esta vez saltó del vehículo mientras este se acercaba al precipicio, de más de 300 metros.
El vehículo se detuvo cuando un pasajero saltó al asiento del conductor y tiró del freno de mano, haciendo que patinara hasta detenerse al borde del abismo.
Las vidas de los 21 pasajeros se habían salvado por segunda vez.
Deliberado
Los escritores salieron del vehículo desconcertados por el giro de los acontecimientos.
Desde el suelo, podían ver la nariz del vehículo tambaleándose sobre la cima del acantilado, con sus ruedas delanteras en el aire. De alguna manera, el conductor había logrado escapar y no estaba a la vista.
Pero Faraj ya no tenía dudas de que habían tratado de lanzar al autobús por el precipicio de forma deliberada.
Vio a un grupo de oficiales de seguridad vestidos de civil sentados en un automóvil en medio de la carretera montañosa, que normalmente estaría desierta a esa hora de la noche.
Y esos agentes, dice, llevaron al grupo literario a su oficina local en un pueblo cercano donde fueron detenidos por un día.
“Nos obligaron a escribir una carta en la que aceptábamos no hablar del incidente con nadie. Después de esto, comprendimos que querían matarnos a todos”, cuenta Faraj.
“Nos quedamos impactados. No podíamos entender este profundo odio y brutalidad. Estábamos tan sorprendidos que ni siquiera podíamos hablar el uno con el otro”, recuerda.
Los detalles del dramático episodio se mantuvieron en secreto durante varios años. Y solo se revelaron después de una serie de eventos que se desarrollaron en 1998.
La pareja políticamente activa
En un domingo de noviembre de ese año, Parastou Forouhar estaba sentada en su casa en Alemania esperando la tradicional llamada semanal de sus padres con las novedades de su familia en Irán, a miles de kilómetros de distancia.
Pero esperaba en vano.
La mujer de 36 años estaba cada vez más ansiosa y eventualmente recibió una llamada telefónica de un periodista de la BBC que preguntaba por sus padres.
“La reportera dijo que había visto en las noticias de télex que habían sido atacados, pero no pudo decirme toda la verdad”, cuenta.
“Después llamé a un amigo cercano de mis padres que vivía en París en el exilio y me dijo que los habían matado”, recuerda.
Dariush y Parvaneh Forouhar fueron brutalmente asesinados en la casa familiar, en el sur de Teherán, el 22 de noviembre de 1998.
Dariush, de 70 años, fue apuñalado 11 veces. Su esposa, que era 12 años menor que él, recibió 24 puñaladas.
Ambos se habían convertido en críticos abiertos de las autoridades de la república islámica de Irán y dirigían un pequeño partido de oposición secular que, hasta ese momento, había sido tolerado.
Y el salvaje asesinato de la pareja de ancianos conmocionó a la nación y marcó el comienzo de lo que pronto se conocería como “Los asesinatos en cadena de Irán”.
El escritor y el traductor
Efectivamente, casi dos semanas después de que Parastou escuchara la devastadora noticia de la muerte de sus padres, le llegó el turno a Mohammad Mokhtari.
“El último recuerdo que tengo de él fue el momento en que salió de casa”, recuerda su hijo Sohrab, que entonces tenía 12 años y ahora vive en Alemania.
“Le pedí que comprara un poco de leche cuando estaba parado frente a la puerta. Pero era un poco diferente, como si sintiera que algo no estaba bien”, cuenta.
Mokhtari, que tenía 56 años, era escritor y poeta, además de un fuerte crítico abierto de la censura de la prensa en Irán. Nunca regresó a casa.
El hermano mayor de Sohrab pasó los siguientes siete días buscando su padre desaparecido en hospitales y estaciones de policía de todo Teherán.
Lo que no sabía era que un cadáver había aparecido en una fábrica de cemento de las afueras de la ciudad justo un día después de la desaparición, el 3 de diciembre.
Pero la familia no fue informada de esto hasta una semana más tarde.
“Mi hermano recibió una llamada de las autoridades para que fuera e identificara el cuerpo. Nos dijeron que no tenía documentación o identificación en el bolsillo, razón por la cual no habían llamado antes”, dice Sohrab.
Según las autoridades, todo lo que se encontró en el cuerpo de Mohammad Mokhtari era un pedazo de papel y un bolígrafo. Lo habían estrangulado hasta la muerte y, según informes, su cuerpo presentaba moretones alrededor del cuello.
Y el mismo día en que los hermanos Mokhtari descubrieron el destino de su padre, también desapareció un colega y amigo de la familia.
Mohammad Jafar Pouyandeh, de 44 años, era un traductor establecido en el mundo literario pero relativamente desconocido para el público.
El hombre fue secuestrado fuera de su oficina en el centro de Teherán a mediodía del 9 de diciembre.
Tres días después, su cuerpo fue descubierto. Al igual que su amigo, había señales de que había sido estrangulado.
La conexión mortal
Mokhtari y Pouyandeh tenían otra cosa en común: pertenecían a la Asociación de Escritores Iraníes (AIT), el mismo grupo que había organizado el accidentado viaje en autobús a Armenia dos años antes.
Y ambos también habían sido, en algún momento u otro, abiertamente críticos de las autoridades iraníes.
La asociación, que reunió a escritores, poetas, periodistas y traductores progresistas en un intento por combatir la censura, había visto cómo sucesivos gobiernos habían restringido sus actividades hasta llegar a ser temporalmente prohibida poco después de la Revolución Ïslámica de 1979.
Faraj Sarkohi, quien fue uno de los miembros más destacados de la AIT durante los años 90, describe cómo lograron eludir la prohibición.
“Existía porque tenía un gran apoyo”, dice. “Celebramos cenas para discutir nuestras ideas a puertas cerradas; algunas incluso se hicieron en mi propia casa. Sabíamos que nos estaban escuchando, pero no teníamos otra opción”, cuenta.
Un punto de inflexión se produjo en 1994, cuando 134 miembros trataron de dar nueva vida a la AIT firmando una carta abierta que exigía libertad de expresión en Irán.
El texto, que nunca se publicó en Irán, obtuvo mucho apoyo tanto dentro como fuera del país.
Y entre quienes ayudaron a redactar el texto se encontraban Faraj, Mokhtari, Pouyandeh y varios otros escritores que, dos años más tarde, harían el viaje en autobús a Armenia.
De hecho, apenas unas semanas antes de sus asesinatos, Mokhtari, Pouyandeh y otros cuatro escritores fueron convocados a los tribunales por sus esfuerzos para organizar una conferencia de la AIT. Allí fueron interrogados y se les dijo firmemente que abandonaran sus planes.
Y el hijo de Mokhtari, Sohrab, describe un clima de miedo en su hogar, producto de la presión a la que estaban sometidos miembros como su padre.
“Mi padre fue amenazado muchas veces. Recuerdo que una vez se enojó mucho con mi madre, después de que ella me dijo esto”, cuenta.
“Los servicios de seguridad controlaban todo lo que hacía, controlaban sus llamadas telefónicas y cualquier contacto con otros escritores e intelectuales involucrados en la lucha por la libertad de expresión”.
La indignación y la “investigación”
Los asesinatos políticos no eran nada nuevo en Irán, pero la naturaleza salvaje de los asesinatos de la pareja Forouhar llamó la atención del público.
“Lo que me sorprendió fue la brutalidad del asesinato: mi madre fue apuñalada 24 veces y a mi padre lo mataron en la silla de su estudio, colocada en dirección a La Meca en algún tipo de ritual”, dice Parastou, hija de seculares que hacían campaña por la democracia en Irán al momento de su muerte.
“La sociedad en Irán estaba conmocionada y muy enojada. Es por eso que hubo una gran manifestación cuando mis padres fueron enterrados y vinieron miles de personas”, recuerda.
La gente comenzó a sospechar que los asesinatos tenían motivaciones políticas, parte de una lucha de poder entre los islamistas que mantenían una influencia significativa sobre los servicios de inteligencia y los reformistas aliados al presidente Mohammad Khatami.
Khatami había llegado al poder en el verano de 1997 prometiendo mayor libertad y democracia en Irán.
Y en diciembre de 1998, con la presión aumentando cada vez más, el mandatario ordenó una investigación sobre el caso de los Forouhars, así como las circunstancias que rodearon la muerte de Mokhtari y Pouyandeh.
Así, apenas unas semanas después, en enero de 1999, las autoridades admitieron que varios agentes deshonestos del ministerio de inteligencia habían cometido los crímenes.
El principal sospechoso y autor intelectual, dijeron, era un exviceministro de inteligencia llamado Saeed Emami, quien murió en circunstancias sospechosas cuando estaba bajo custodia de las autoridades, que dijeron que se había suicidado al tragar una botella de removedor de cabello.
En total, 18 personas fueron a juicio; tres fueron condenadas a muerte (aunque su sentencia fue posteriormente conmutada por penas de prisión), dos recibieron condenas de prisión y otras tres fueron absueltas.
Y entre los que se sometieron a juicio, estaba Khosro Barati, quien luego confesó haber sido el conductor del incidente del autobús.
Las familias de las víctimas, sin embargo, rechazaron los hallazgos de la investigación, denunciándola como una farsa.
Parastou, la hija de los Forouhar, y su abogada, la ganadora del Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, analizaron detenidamente todas las confesiones.
“Cada sospechoso dijo que había actuado según las órdenes del propio ministro de inteligencia. Esto estaba en sus confesiones, pero el tribunal no siguió esta línea, solo actuaron como si la gente matara a otras personas sin razones políticas”, dice Parastou.
El jefe de inteligencia, Ghorbanali Dorri-Najafabadi, renunció por el caso, pero siempre negó cualquier participación.
Y una serie de cintas de video filtradas varios años después parecen mostrar que las confesiones de algunos de los sospechosos fueron arrancadas con violencia.
Más muertes
Al mismo tiempo, varios periodistas de investigación comenzaron a trabajar en el caso y encontraron vínculos con otros misteriosos asesinatos de intelectuales y escritores a finales de la década de 1980.
Las muertes fueron ejecutadas con diferentes medios, incluidos asfixia, puñaladas e incluso inyecciones de potasio para estimular el corazón.
Pero ninguno de estos casos fue investigado por el estado iraní y la mayoría sigue sin resolverse.
De hecho, uno de los reporteros, Akbar Ganji, fue encarcelado durante cinco años después de publicar una serie de historias que apuntaban a un funcionario de alto nivel en el gobierno anterior, así como a algunos clérigos, como potenciales responsables.
Su colega periodista Faraj Sarkohi, por su parte, dice que se considera afortunado por haber sobrevivido al infortunado viaje en autobús. Pero ha seguido siendo un objetivo.
Poco después del incidente del autobús, fue secuestrado por el servicio secreto iraní y solo logró evitar una sentencia de muerte después de las intervenciones de la comunidad internacional. Ahora vive en exilio autoimpuesto en Alemania.
Y para Sohrab, cuyo padre fue asesinado antes de llegar a la adolescencia, su pérdida fue “el fin del mundo”.
“Realmente no podía entender lo que había sucedido, no sabía nada sobre la vida o la muerte a esa edad”, dice.
Parastou, por su parte, actualmente es una reconocida artista que aún reside en Alemania pero regresa a Teherán cada otoño para rendir homenaje a sus padres.
Pero dice que las autoridades a menudo han tratado de evitar que ella y otros familiares de las víctimas celebren esos homenajes, aunque sin éxito.
“Ya han pasado 20 años, y la memoria sigue viva, al igual que el deseo de justicia y el debido proceso”, concluye.