El conflicto entre palestinos e israelíes alcanzó una tensión sin precedentes en los últimos años.
Israel declaró este sábado el estado de “preparación de guerra” después de que Hamás, el grupo islamista militante que controla la Franja de Gaza, lanzara un ataque extenso y sorpresivo con misiles desde las primeras horas del día.
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Decenas de militantes armados de Hamás también se infiltraron en el sur de Israel.
Ej ejército israelí respondió con ataques sobre objetivos en Gaza y llamando a sus reservistas.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, dijo en un comunicado que su país “estaba en guerra”.
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Mientras que el presidente palestino Mahmud Abás dijo que su pueblo tiene el derecho de defenderse del “terror de colonos y tropas de ocupación”.
Es la última escalada de un conflicto largo, sangriento y sin una resolución cercana que durante décadas ha marcado Medio Oriente.
Estas 8 preguntas te ayudan a entenderlo.
Alentado por el antisemitismo que sufrían los judíos en Europa, a comienzos del siglo XX tomó fuerza el movimiento sionista, que buscaba establecer un Estado para los judíos.
La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada sagrada para musulmanes, judíos y católicos, pertenecía por aquellos años al Imperio Otomano y estaba ocupada mayormente por árabes y otras comunidades musulmanas. Pero una fuerte inmigración judía, fomentada por las aspiraciones sionistas, comenzaba a generar resistencia entre las comunidades.
Tras la desintegración del Imperio Otomano en la I Guerra Mundial, Reino Unido recibió un mandato de la Liga de Naciones para administrar el territorio de Palestina.
Pero antes y durante la guerra, los británicos habían hecho diversas promesas a los árabes y a los judíos que luego no cumplieron, entre otros motivos porque ya se habían dividido Medio Oriente con Francia.
Esto provocó un clima de tensión entre nacionalistas árabes y sionistas que desencadenó en enfrentamientos entre grupos paramilitares judíos y bandas árabes.
Tras la II Guerra Mundial y el Holocausto, aumentó la presión por establecer un Estado judío. El plan original contemplaba la partición del territorio controlado por la potencia europea entre judíos y palestinos.
Después de la fundación de Israel el 14 de mayo de 1948, la tensión pasó de ser tema local a asunto regional.
Al día siguiente, Egipto, Jordania, Siria e Irak invadieron este territorio. Fue la primera guerra árabe-israelí, también conocida por los judíos como guerra de la independencia o de la liberación. Tras el conflicto, el territorio inicialmente previsto por las Naciones Unidas para un Estado árabe se redujo a la mitad.
Para los palestinos, comenzó la Nakba, la llamada “destrucción” o “catástrofe”: el inicio de la tragedia nacional. 750.000 palestinos huyeron a países vecinos o fueron expulsados por tropas judías.
En 1956, una crisis por el Canal de Suez enfrentaría al Estado de Israel con Egipto, que no sería definida en el terreno de combate sino por la presión internacional sobre Israel, Francia e Inglaterra.
Los combates sí tendrían la última palabra en 1967 en la Guerra de los Seis Días. Lo que ocurrió entre el 5 el 10 de junio tuvo consecuencias profundas y duraderas a distintos niveles. Fue una victoria aplastante de Israel frente a una coalición árabe. Israel capturó la Franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto, Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental) a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Medio millón de palestinos huyeron.
El último conflicto árabe-israelí sería la guerra de Yom Kipur en 1973, que enfrentó a Egipto y Siria contra Israel y le permitió a El Cairo recuperar el Sinaí (entregado completamente por Israel en 1982), pero no Gaza.
Seis años después, Egipto se convierte en el primer país árabe en firmar la paz con Israel, un ejemplo solo seguido por Jordania.
La tradición judía indica que la zona en la que se asienta Israel es la Tierra Prometida por Dios al primer patriarca, Abraham, y a sus descendientes.
La zona fue invadida en la Antigüedad por asirios, babilonios, persas, macedonios y romanos. Roma fue el imperio que le puso a la región el nombre de Palestina y que, siete décadas después de Cristo, expulsó a los judíos tras combatir a los movimientos nacionalistas que perseguían la independencia.
Con el surgimiento del Islam, en el siglo VII después de Cristo, Palestina fue ocupada por los árabes y luego conquistada por los cruzados europeos. En 1516 se estableció la dominación turca que duraría hasta la Primera Guerra Mundial, cuando se impuso el mandato británico.
El Comité Especial de las Naciones Unidas sobre Palestina (UNSCOP, por sus siglas en inglés) aseguró en su informe a la Asamblea General del 3 de septiembre de 1947 que los motivos para que un Estado judío se estableciera en Medio Oriente se centraban en “argumentos basados en fuentes bíblicas e históricas”, la Declaración de Balfour de 1917 en la que el gobierno británico se declara a favor de un “hogar nacional” para los judíos en Palestina y en el Mandato británico sobre Palestina.
Allí se reconoció la conexión histórica del pueblo judío con Palestina y las bases para reconstituir el Hogar Nacional Judío en dicha región.
Tras el Holocausto nazi contra millones de judíos en Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial, creció la presión internacional para el reconocimiento de un Estado judío.
Al no poder resolver la polarización entre el nacionalismo árabe y el sionismo, el gobierno británico llevó el problema a la ONU.
El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General aprobó un plan para la partición de Palestina, que recomendaba la creación de un Estado árabe independiente y uno judío y un régimen especial para la ciudad de Jerusalén.
El plan fue aceptado por los israelíes pero no por los árabes, que lo veían como una pérdida de su territorio. Por eso nunca se implementó.
Un día antes de que expirara el Mandato británico de Palestina, el 14 de mayo de 1948, la Agencia Judía para Israel, representante de los judíos durante el Mandato, declaró la independencia del Estado de Israel.
Al día siguiente Israel solicitó ser miembro de Naciones Unidas, estatus que finalmente logró un año después.
El Comité Especial de las Naciones Unidas sobre Palestina (UNSCOP, por sus siglas en inglés), en su informe a la Asamblea General en 1947, recomendó que el Estado árabe incluyera “Galilea Occidental, la región montañosa de Samaria y Judea, con la exclusión de la ciudad de Jerusalén, y la llanura costera de Isdud hasta la frontera egipcia”.
Pero la división del territorio quedó definida por la Línea de Armisticio de 1949, establecida tras la creación de Israel y la primera guerra árabe-israelí.
Los dos territorios palestinos son Cisjordania (que incluye Jerusalén Oriental) y la Franja de Gaza, que se encuentran a unos 45 km de distancia. Tienen un área de 5.970 km2 y 365 km2, respectivamente.
Cisjordania se encuentra entre Jerusalén, reclamada como capital tanto por palestinos como por israelíes, y Jordania hacia el este, mientras que Gaza es una franja de 41 km de largo y entre 6 y 12 km de ancho.
Gaza tiene una frontera de 51 km con Israel, 7 km con Egipto y 40 km de costa sobre el Mar Mediterráneo.
Originalmente ocupada por israelíes que aún mantienen el control de su frontera sur, la Franja de Gaza fue capturada por Israel en la guerra de 1967 y recién la desocupó en 2005, aunque mantiene un bloqueo por aire, mar y tierra que restringe el movimiento de bienes, servicios y gente.
Actualmente la Franja está controlada por Hamás, el principal grupo islámico palestino que nunca ha reconocido los acuerdos firmados entre otras facciones palestinas e Israel.
Cisjordania, en cambio, está regida por la Autoridad Nacional Palestina, el gobierno palestino reconocido internacionalmente cuya principal facción, Fatah, no es islámica sino secular.
Tras la creación del Estado de Israel y el desplazamiento de miles de personas que perdieron sus hogares, el movimiento nacionalista palestino comenzó a reagruparse en Cisjordania y Gaza, controlados respectivamente por Jordania y Egipto, y en los campos de refugiados creados en otros estados árabes.
Poco antes de la guerra de 1967, organizaciones palestinas como Fatah —liderada por Yasser Arafat— conformaron la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y lanzaron operaciones contra Israel primero desde Jordania y luego desde Líbano.
Pero estos ataques incluyeron también atentados contra objetivos israelíes en territorio europeo que no discriminaron entre aviones, embajadas o atletas.
Tras años de atentados palestinos y asesinatos selectivos de las fuerzas de seguridad israelíes, la OLP e Israel firmarían en 1993 los acuerdos de paz de Oslo, en los que la organización palestina renunció a “la violencia y el terrorismo” y reconoció el “derecho” de Israel “a existir en paz y seguridad”, un reconocimiento que la organización islámica palestina Hamás nunca aceptó.
Tras los acuerdos firmados en la capital noruega fue creada la Autoridad Nacional Palestina, que representa a los palestinos ante los foros internacionales. Su presidente es elegido por voto directo y él a su vez escoge un primer ministro y a los miembros de su gabinete. Sus autoridades civiles y de seguridad controlan áreas urbanas (Área A según Oslo), mientras que solo sus representantes civiles —y no de seguridad— controlan áreas rurales (Área B).
Jerusalén Oriental, considerada la capital histórica por parte de los palestinos, no está incluida en este acuerdo.
Jerusalén es uno de los puntos más conflictivos entre ambas partes.
La demora para el establecimiento de un Estado palestino independiente, la construcción de asentamientos de colonos judíos en Cisjordania y la barrera de seguridad en torno a ese territorio —condenada por la Corte Internacional de Justicia de La Haya— han complicado el avance de un proceso de paz.
Pero estos no son los únicos obstáculos, tal como quedó claro en el fracaso de las últimas conversaciones de paz serias entre ambos grupos que tuvieron lugar en Camp David, Estados Unidos, en el año 2000, cuando un saliente Bill Clinton no logró un acuerdo entre Arafat y el entonces primer ministro israelí, Ehud Barak.
Las diferencias que parecen irreconciliables son las siguientes:
Jerusalén: Israel reclama soberanía sobre la ciudad (sagrada para judíos, musulmanes y cristianos) y asegura que es su capital tras tomar Jerusalén Oriental en 1967. Eso no es reconocido internacionalmente. Los palestinos quieren que Jerusalén Oriental sea su capital.
Fronteras y terreno: Los palestinos demandan que su futuro Estado se conforme de acuerdo a los límites previos al 4 de junio de 1967, antes del comienzo de la Guerra de los Seis Días, algo que Israel rechaza.
Asentamientos: Son viviendas, ilegales de acuerdo al derecho internacional, construidas por el gobierno israelí en los territorios ocupados por Israel tras la guerra de 1967. En Cisjordania y Jerusalén Oriental hay más de medio millón de colonos judíos.
Refugiados palestinos: Cuántos refugiados son depende de quién esté contando. La OLP dice que son 10,6 millones, de los cuales casi la mitad están registrados en la ONU. Los palestinos sostienen que los refugiados ( tienen el derecho de regreso a lo que hoy es Israel, pero para Israel abrir la puerta destruiría su identidad como Estado judío.
La ONU reconoció a Palestina como “Estado observador no miembro” a fines de 2012 y dejó de ser una “entidad observadora”.
El cambio les permitió a los palestinos participar en los debates de la Asamblea General y mejorar las posibilidades de ser miembro de agencias de la ONU y otros organismos.
Pero el voto no creó al Estado palestino. Un año antes los palestinos lo intentaron pero no consiguieron apoyo suficiente en el Consejo de Seguridad.
Más del 70% de los miembros de la Asamblea General de ONU (138 de 193) reconoce a Palestina como Estado.
Primero hay que considerar la existencia de un importante y poderoso cabildeo pro-Israel en Estados Unidos y el hecho de que la opinión pública suele ser favorable a la postura israelí, por lo que para un presidente quitarle el apoyo a Israel es virtualmente imposible.
Además, ambas naciones son aliadas militares: Israel es uno de los mayores receptores de ayuda estadounidense y la mayoría llega en subvenciones para la compra de armamento.
No obstante, en diciembre de 2016, bajo la presidencia de Barack Obama se dio un paso inusual en la política de Estados Unidos hacia Israel: no vetar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condena la política de asentamientos de Israel.
Pero la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca dio nuevos bríos a la relación entre Estados Unidos e Israel, que se plasmó con el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, convirtiendo a Estados Unidos en el primer país del mundo en reconocer a esa ciudad como capital de Israel.
En sus últimos meses de presidencia, Trump logró que cuatro ricos países árabes normalizaran sus relaciones con Israel.
Por su parte, el sucesor de Trump, el demócrata Joe Biden, asumió el poder con la intención de evadir el riesgoso conflicto israelí-palestino, además de verlo como un problema que requiere gran capital político con un retorno muy moderado.
El gobierno de Biden continúa apoyando el reconocimiento de Israel, pero ha adoptado una diplomacia más cautelosa.
Por su parte, los palestinos no tienen el apoyo abierto de una potencia.
En la región, Egipto dejó de apoyar a Hamás, tras la deposición por parte del ejército del presidente islamista Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes —históricamente asociados con el grupo palestinos— mientras que Siria e Irán y el grupo libanés Hezbolá son sus principales apoyos y aunque su causa genera simpatía en muchos sectores, por lo general no se traduce en hecho.
Los israelíes tendrían que apoyar un Estado soberano para los palestinos que incluya a Hamás, levantar el bloqueo a Gaza y las restricciones de movimiento en Cisjordania y Jerusalén Oriental.
Los grupos palestinos deberían renunciar a la violencia y reconocer al Estado de Israel.
Y se tendrían que alcanzar acuerdos razonables en materia de fronteras, asentamientos judíos y retorno de refugiados.
Sin embargo, desde 1948, año de la creación del estado de Israel, muchas cosas han cambiado, en especial la configuración de los territorios en disputa tras las guerras entre árabes e israelíes.
Para Israel eso son hechos consumados. Para los palestinos no, ya que insisten en que las fronteras a negociar deberían ser aquellas que existían antes de la guerra de 1967.
Además, mientras en el terreno bélico las cosas son cada vez más incontrolables en la Franja de Gaza, existe una especie de guerra silenciosa en Cisjordania con la continua construcción de asentamientos judíos, lo que reduce, de hecho, el territorio palestino en esas zonas autónomas.
Pero quizás el tema más complicado por su simbolismo es Jerusalén, la capital tanto para palestinos como para israelíes.
Tanto la Autoridad Nacional Palestina, que gobierna Cisjordania, como el grupo Hamás, en Gaza, reclaman la parte oriental como su capital pese a que Israel la ocupó en 1967. La llamada Marcha de la Bandera, que conmemora esa captura de la parte oriental de la ciudad, también es un gatillo para los enfrentamientos.
Un pacto definitivo nunca será posible sin resolver este punto.
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