Hay dos tipos de soledad: la soledad entendida como un estado de silencio en medio de un mundo frenético, y la soledad del que aun en medio de muchos, no encuentra energía para pelear contra un statu quo agarrotado y enquistado en cada espacio. Si hoy le preguntásemos a varios funcionarios honestos y dedicados cuál es la que experimenta, la respuesta sería evidente.
El funcionario del Ministerio de Salud, culpable para muchos del desabastecimiento de medicamentos o de la falta de mantenimiento de equipos médicos, es un caminante solitario que no tiene a quién gritarle que son los gobiernos regionales los responsables directos de que estos bienes lleguen a la posta médica más alejada y se mantengan en buen estado, o que el sistema de compras del Estado es el que no le permite adquirir equipos en cuyo precio se incluya su mantenimiento, lo cual implicaría un considerable ahorro de dinero, tiempo y procesos.
El funcionario del Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones que ya no quiere firmar contratos o adendas por temor a que la contraloría, los congresistas o la prensa lo coloquen en la lista negra de “firmadores de adendas” (donde la palabra ‘adenda’, convenientemente para un sector ideológico, hoy significa “instrumento diabólico para la corrupción”) es también un caminante solitario que no tiene a quién gritarle que hay asociaciones público-privadas legítimas que requieren adendas y que ni él ni el inversionista privado tienen pensado ganar ni un céntimo de forma ilícita.
El funcionario del Ministerio de Trabajo que requiere la ayuda del Congreso para promover urgentes reformas en la legislación laboral, pero no avanza porque no tiene una bancada en la cual apoyarse y las demás están concentradas en generar leyes populistas o detectar el siguiente error del gobierno y denunciar algún blindaje o debilidad, es también un caminante solitario que no tiene a quién gritarle que necesita alianzas, aliados y sinergias también y sobre todo dentro del Estado.
El funcionario que celebró el decreto legislativo que creó la Autoridad Nacional de Transparencia y Acceso a la Información Pública, y luego tuvo que cubrirse la cabeza ante la enorme cantidad de voces que reclamaban que la nueva entidad no tendría ni autonomía ni fuerza, es también un caminante solitario. ¿Quién de estos críticos sabe que existen matones que solicitan información “pública” sobre proyectos y presupuestos para luego extorsionar? ¿O quién advirtió que este mismo solitario funcionario a veces no debe compartir información confidencial ni puede gastar mucho tiempo en producir informes “a pedido de la gente”?
Si algo sui géneris ha logrado este gobierno ha sido atraer al Ejecutivo a profesionales de muy buen nivel, que tenían mucho que perder al dejar el sector privado, pero aun así apostaron por la carrera pública esperanzados en lograr reformas que parecían evidentes desde “afuera”, pero invisibles desde “adentro”. Muchos de estos técnicos honestos se han convertido hoy en caminantes solitarios que necesitan no solo unidad y orden desde la cabeza, sino apoyo y comprensión desde las bases.
Creer que el clamor por transparencia, eficiencia, orden y compromiso proviene solo de la sociedad civil es erróneo. El clamor más ronco y agudo, pero a la vez más silencioso, proviene de estos funcionarios que día a día tienen que rascar o evadir capas y capas de burocracia y regulación inútil con cada decisión que toman, y arriesgar honra o patrimonio personal con cada firma que estampan.
Para estos caminantes solitarios la soledad no consiste en una placentera clase de hot yoga en Miraflores, o un día de fotografías paisajistas en el sur chico, querido lector. Para ellos, la soledad es más parecida a cuatro paredes de color austero, una torre de documentos con letras venenosas, un escritorio y una computadora de los años ochenta y muchos ojos observándolos para ver en qué momento tropiezan en el camino. Un camino solitario que ni usted ni yo recorremos todos los días y que deberíamos analizar con más prudencia. Quizás descubramos que están haciendo mucho más por el país que sus críticos y que nosotros mismos.