Para muchos, PISA se ha convertido en el gran referente de la buena educación mundial. Pero quizá esa presunción y sus limitaciones no están suficientemente comprendidas. Veamos algunas aristas que conviene tomar en cuenta:
1. Con pocas excepciones, en el ránking de PISA los países se mantienen –puestos más puestos menos– desde el 2000 hasta la fecha sea en el tercio superior, tercio medio o tercio inferior. Eso quiere decir que el diseño de la prueba y el desempeño de los alumnos mantiene una cierta continuidad que se explica por factores múltiples de sus contextos nacionales particulares (políticos, económicos, sociales, tecnológicos, equidad, ruralidad, homogeneidad poblacional, tradición cultural, formación alineada con el tipo de preguntas que se hacen en PISA, etc). Estos no se modifican de una década a otra y por ello cada medición trianual dará similares resultados. Por ejemplo, toda América Latina desde que se inició PISA está en el tercio inferior y los asiáticos emergentes en el tercio superior.
2. La presunción de que los puntajes que se obtienen en PISA tienen una correlación directa con la competitividad de los países no está demostrada. Hay gran cantidad de datos que refutan esta idea. Por ejemplo, Suiza es primero en competitividad y ocupa la posición 18 en PISA. Estados Unidos es tercero y 25 en PISA; Suecia es sexto y 28 en PISA; Dinamarca 12 y 21 en PISA, Noruega 11 y 24 en PISA, Qatar 18 y 56 en PISA. A la inversa, Vietnam es puesto 60 en competitividad pero ocupa la octava posición en PISA.
Además, quienes dan las pruebas PISA a los 15 años recién serán integrantes plenos de la fuerza laboral dentro de 10 o 15 años. Por lo que es pronto para asumir cuál será su contribución a la competitividad del país. Suponer que dentro de 10 o 15 años en sociedades robotizadas, atravesadas por la biotecnología y la inteligencia artificial, la solvencia de hoy en matemáticas, ciencias o lectura serán los factores claves en la competitividad de las personas es pura ciencia ficción de los partidarios de las STEM.
3. Las pruebas PISA rozan muy tangencialmente los talentos básicos de quienes serán profesionales en diseño, informática, psicología, publicidad, artes, música, deportes, terapias, enfermería, carreras técnicas, las actividades que suponen emprendedurismo, y mucho menos las habilidades personales, sociales y las consideraciones éticas y de salud mental de quienes serán los actores centrales en el desarrollo de las sociedades de los próximos 10-15 años.
4. En el festival de comentarios elogiosos sobre PISA se ensalzan los altos desempeños en matemáticas, ciencias y lectura, áreas en las que tuvieron altos puntajes gran cantidad de egresados universitarios en Estados Unidos, América Latina y Europa que están actualmente subempleados o desempleados o incluso algunos presos por conductas delictivas. ¿No deberíamos preocuparnos por prevenir aquellos factores educativos que contribuyen a este tipo de resultados no deseados?
5. Las pruebas PISA tienen un diseño muy particular, con preguntas de selección múltiple que los alumnos deben saber contestar, en un mundo en el que los alumnos deben aprender a preguntar, interactuar, trabajar en equipo e interpelar más que a responder lo que el evaluador quiere que respondan entre respuestas preconcebidas. Asimismo, conforman un monopolio que encajona las mentes (porque no hay otras pruebas con similar peso que evalúen otras áreas decisivas para la vida personal, laboral y ciudadana de las personas).
En suma, prestarle tanta atención a estos resultados sin contrapeso alguno que los equilibre termina opacando todas las otras cosas que PISA no mide, convirtiendo a los directores de PISA en los superministros de Educación a los que todos aluden como los grandes referentes de la educación mundial. Con ello se opaca cualquier intento de focalizarse en el abanico de competencias y habilidades que abarcan de manera más integral y con pesos equivalentes a todos los componentes de lo que podríamos denominar una buena educación.