Los griegos reverenciaban su teatro, el género dramático que, dicho sea de paso, inventaron. Asistían emocionados a verlo y oírlo. Había fechas en que se daban representaciones dramáticas el día entero, desde la mañana hasta la noche. Iban porque en las historias que ahí se contaban percibían su historia, su pasado, su cultura, su cosmovisión, sus creencias. En suma, su identidad, lo que eran como seres humanos y lo que los diferenciaba. Los griegos, hombres sabios e inteligentes, promovían y sustentaban esas representaciones porque entendían que la cultura y la historia son los componentes principales de la identidad común. Son los que construyen y cohesionan una nación, porque les dan a sus miembros un sentido de pertenencia a una comunidad con la que comparten algo sustancial.
Francia e Inglaterra, tal vez las Grecias de nuestro tiempo, hoy hacen exactamente lo mismo, porque entienden a cabalidad que la cultura no es un adorno o un entretenimiento intrascendente. Tienen perfectamente claro que el fomento de la cultura en todas sus formas no es malgastar el dinero sino afianzar su propia identidad sobre el mundo. La cultura, pensaron y piensan las sociedades instruidas, construye el conocimiento, estimula el raciocinio, sensibiliza y civiliza a los hombres. Estas sociedades comprenden también que la cultura es lo que las constituye como comunidad y es la forma como se proyectan sobre el planeta. Por ello, la cultura resulta un componente geopolítico trascendental para una nación. Francia aporta a sus industrias audiovisuales y cinematográficas entre 700 y 800 millones de euros cada año, y si se suman a esa cifra los aportes a actividades colaterales, aporta casi 1.000 millones de euros.¿Por qué al cine en particular una cantidad tan extraordinaria? Porque el audiovisual es hoy el componente cultural más poderoso y masivo del mundo, y ocupa e impregna prácticamente todas las actividades humanas. Es la forma de comunicación cultural por antonomasia de este tiempo.
Si algún objeto cultural tiene impacto mundial y rige de manera omnipresente es el audiovisual. Y su primera, principal y más creativa forma sigue siendo el cine. Por eso, todos los países civilizados –no solo Francia o Inglaterra– aportan a su industria cinematográfica. En América Latina, por ejemplo, Brasil, Argentina y México aportan casi 100 millones de dólares anuales; Colombia, 80 millones; Chile, 25 millones; el Perú, siempre a la zaga, 2 millones de dólares. Aun así, en estos días se cuestiona –sin una comprensión exhaustiva del tema– que el Estado Peruano aumente a 7 millones de dólares el aporte a esa importante actividad cultural. La cultura de un pueblo no puede sustentarse exclusivamente en un muy deleitable plato de comida o en unas ruinas por más maravillosas que estas sean. Se necesita crear cultura constantemente y en formas que sean competitivas en el mundo de hoy. La educación es fundamental para un país. Y lo es porque lo que hace es transmitir a las nuevas generaciones la cultura (tanto la del pasado como la de su tiempo). La educación es enseñar la cultura. Y si los países no producen cultura, ¿qué enseñan los maestros?