Independientemente de lo que uno piense de Donald Trump, es difícil negar que gran parte de Estados Unidos se siente “grande nuevamente”.
Las encuestas muestran que los consumidores estadounidenses únicamente han alcanzado estos niveles de confianza en dos ocasiones anteriores: los auges económicos de los años sesenta y noventa. El estado de ánimo es alto en todos los grupos, no solo entre los ricos, la confianza de las pequeñas empresas es alta y el índice de miseria –inventado en los setenta para describir la combinación agonizante de inflación y desempleo– es solo del 6%, entre los niveles más bajos del último medio siglo.
Este año, la economía estadounidense se ha desempeñado excepcionalmente bien. El país se aceleró significativamente en el 2018, mientras que Europa, Japón y muchos países emergentes se desaceleraron notablemente. El Departamento de Comercio informó en octubre que la economía creció a un buen ritmo –3,5%– en el tercer trimestre, lo que la ha puesto en camino para alcanzar su mejor año en más de una década.
Los inversionistas ahora pueden esperar que EE.UU. alcance un pico después de diez años complicados. Incluso con los recientes contratiempos, la brecha de rendimiento entre el mercado de valores de EE.UU. y el resto de los mercados globales se acerca a un máximo que no se veía hace 100 años. El dinero que entra a EE.UU. ha impulsado el valor del dólar y este nunca ha sido tan dominante como la moneda preferida del mundo.
Los que dudan de Trump dicen que este ‘boom’ comenzó antes de que asumiera el cargo, después de la crisis financiera mundial del 2008, y tienen un punto. Con un sistema económico más flexible, Estados Unidos respondió más rápido que sus pares a los problemas de deuda. Forzó a los hogares e instituciones financieras en problemas a reducir rápidamente su deuda y el dinero fácil proporcionado por la Reserva Federal (FED) les permitió comenzar a gastar nuevamente. El dinero fluyó hacia las gigantescas empresas tecnológicas que han apuntalado el auge económico estadounidense.
Así como la década de 1980 perteneció a Japón y la década del 2000 a naciones emergentes, la última década perteneció a Estados Unidos. La brecha en el desempeño entre Estados Unidos y el resto del mundo se ha ampliado en los últimos dos años bajo Trump, a medida que sus recortes de impuestos y su desregulación impulsaron la economía estadounidense y sus mercados. Sus políticas han estimulado el consumo y han incentivado a las empresas a recomprar más de sus acciones y llevar a casa parte del dinero que tenían en el extranjero.
Pero las economías que están calientes en una década rara vez se mantienen así en la próxima. Cada auge eventualmente crea excesos que siembran las semillas de su propia destrucción –y los excesos que podrían terminar con la década estadounidense están a la vista–.
La economía de Estados Unidos se ha expandido por nueve años consecutivos y si esta racha continúa hasta agosto del próximo año, será la expansión económica más larga en su historia. Pocos años después de la crisis del 2008, las compañías estadounidenses comenzaron a acumular deudas nuevamente. No es raro que las empresas se confíen y se vean cargadas con grandes deudas al final de una expansión. Pero es inusual ver que el gobierno haga lo mismo, como lo ha hecho esta vez. Debido, en parte, a los recortes de impuestos de Trump, el déficit presupuestario de Estados Unidos ahora es de alrededor del 4% de su PBI.
Esto hará que sea muy difícil para el gobierno seguir estimulando la economía. Se espera que el crecimiento se desacelere el próximo año, la FED ha estado subiendo las tasas y el final del largo período de ‘dinero fácil’ está comenzando a tener un impacto en los mercados de vivienda y acciones.
No obstante, el mercado de valores de Estados Unidos todavía está hinchado y parece poco probable que continúe expandiéndose desde aquí. Este es ahora un 60% más grande que la economía estadounidense, una escala que solo ha alcanzado dos veces en el último siglo. Además, las gigantescas empresas de tecnología que han estado impulsando la economía y los mercados ahora enfrentan una reacción regulatoria que podría reducir sus extraordinarios márgenes de ganancia.
Los que odian a Trump pueden verse tentados a concluir que va a llevar a EE.UU. a un repentino declive, pero ese no es el punto. Esta década comenzó con el presidente Barack Obama, continuó con Trump y sobrevivió a un estancamiento en el Congreso, lo que demuestra que la economía a menudo está por encima de la política. Ella está impulsada menos por la ideología que por sus propios ciclos internos y este ciclo ha estado girando a favor de EE.UU. durante tanto tiempo que es poco probable que dure mucho más.
Mientras que los excesos de la exuberancia corporativa y la deuda del gobierno están aumentando en Estados Unidos, países como Francia y Brasil se encuentran en la fase de limpieza que a menudo precede a la recuperación económica. La mayoría está muy lejos de resolver los excesos de la última década y pueden sufrir más reveses. Pero se acercan al comienzo de un nuevo ciclo, mientras que Estados Unidos se acerca al final.
© The New York Times.–Glosado y editado–