Las conversaciones entre EE.UU. y los talibanes, canceladas abruptamente por el presidente Donald Trump, están de nuevo en marcha. Los negociadores no han cambiado lo establecido en agosto: un compromiso estadounidense de retirar las tropas de Afganistán a cambio de una promesa de los talibanes de no permitir que el país sea utilizado por terroristas transnacionales. Más bien, han añadido endulzantes a la negociación: como concesión de los talibanes, una “reducción de la violencia” de siete días antes de que EE.UU. firme el acuerdo.
Estas medidas pueden ayudar a crear confianza en una negociación de buena fe. La reducción de la violencia permite a Trump revertir su repudio a las conversaciones y al Gobierno afgano dejar de insistir en que no participaría en la siguiente etapa de las negociaciones a menos que los talibanes declaren y mantengan un alto el fuego durante un mes.
‘Reducción de la violencia’ es un concepto difícil. El hecho de que se finalice un acuerdo sobre el mismo hace que este sea inestable. La frase probablemente se use para eludir el rechazo de los talibanes –por ahora– de un alto el fuego, pero su significado es el mismo que un cese del fuego temporal y limitado. Si el acuerdo de reducción de la violencia se desmorona, las esperanzas de un proceso de paz probablemente se hagan añicos. El tiempo y la confianza se perdieron después de que Trump suspendió las conversaciones.
Si los talibanes reducen la violencia, un acuerdo será firmado a fin de mes. Será un hito significativo, el primero en diez años. Pero por muy importante que sea, el acuerdo esperado no es uno de paz. Es una oportunidad para conseguirlo. El acuerdo romperá el atasco de la falta de voluntad de los talibanes de sentarse a hablar con el Gobierno afgano sin lograr primero el compromiso estadounidense de retirar las fuerzas.
Algunos han criticado el posible acuerdo como nada más que una hoja de papel para la retirada militar estadounidense. Pero si todo lo que EE.UU. quería era abandonar Afganistán, podía hacerlo sin llegar a un trato con los talibanes. Por otra parte, los talibanes solo tendrán motivos para cumplir sus promesas antiterroristas si un acuerdo de paz les ayuda a formar parte de la política y a participar en el mantenimiento de la legitimidad de la que ya han empezado a disfrutar.
Aprovechar esta oportunidad no será sencillo. Tendrán que abordar cuestiones mucho más espinosas sobre cómo compartir el poder, las responsabilidades de seguridad y cómo modificar las estructuras del Estado para satisfacer tanto el interés del Gobierno en mantener el sistema actual como el interés de los talibanes en algo que consideren más islámico.
Un proceso de paz no se hará tan rápido como esperan los sufridos afganos, ni lo suficientemente rápido como para producir una victoria política antes de las elecciones estadounidenses. Un proceso de paz duradero necesita un mediador neutral que lo gestione, que ayude a superar la desconfianza y que impulse a las partes a llegar a compromisos. Pero no habrá un mediador neutral sin el respaldo estadounidense.
‘Tragedia’ es la palabra que mejor resume el fracaso estadounidense en buscar un acuerdo político mucho antes. Negociar ahora requiere aceptar compromisos incómodos y fórmulas precarias –como ‘reducción de la violencia’–. Pero un trato lo suficientemente bueno es lo que se puede conseguir.
–Glosado y editado–
© The New York Times