Leidylin, sus 4 hijos y su esposo son del estado de Caracas en Venezuela. Cuando la conocí en Tumbes ya llevaban viajando un mes y se encontraban camino a Piura. “Antes de salir de Venezuela los niños estaban comiendo una comida al día. Eso fue lo que me sacó de mi país. Mis niños se iban a morir de hambre”, cuenta Leidylin. En los últimos meses toda la familia ha bajado de peso. Leidylin me muestra una foto suya de hace un año: “Estoy irreconocible, ¿no?”.
Hasta la fecha, el Perú ha recibido a más de 750 mil migrantes venezolanos y venezolanas que escapan de una crisis humanitaria que se ha vuelto simplemente intolerable. El punto más común de entrada es la frontera con Ecuador. Ahí, a 30 minutos de la ciudad fronteriza de Tumbes, se encuentra el Centro Binacional de Atención en Frontera (Cebaf). A este punto fronterizo llegan cada día entre 1.000 y 2.000 personas que, últimamente, se caracterizan por ser familias. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el 27% de los y las migrantes que entran por Tumbes viajan con menores de edad.
Lo que antes era un desierto punto de paso para el tránsito entre Ecuador y el Perú ahora es un punto de acogida –precaria, pero de acogida– para muchos venezolanos y venezolanas. A menudo, el viaje hacia el Perú empieza en Cúcuta, la ciudad fronteriza que se encuentra entre Venezuela y Colombia. La imposibilidad de pagar un pasaje en bus (que cuesta entre US$180 y US$250 en un país en el que el sueldo mínimo no alcanza ni los US$7) lleva a que la única opción para muchos sea caminar, cargando sus pocas pertenencias y, en muchos casos, también a sus hijos pequeños.
En el Cebaf, donde durante dos semanas coordiné una encuesta a 800 venezolanos para el Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico (CIUP), me contaron historias de discriminación, de robos de documentos y dinero, e incluso casos de violencia física y sexual contra mujeres. Estas ocurrencias son tan comunes en el camino que los migrantes prefieren viajar en grupos. Para los que no cuentan con los documentos necesarios, debido a la imposibilidad de tramitarlos en Venezuela, el viaje involucra cruzar fronteras ilegalmente, a través de pasos clandestinos que suelen ser controlados por grupos armados.
La hambruna es otro punto en común entre los migrantes venezolanos. Según la OIM, el 68,5% de las personas que llegan al Cebaf afirman que no tienen acceso regular a alimentos. Eliana, que viaja con sus 2 hijos menores de edad –espera llegar a Tacna–, viene caminando desde Venezuela, y cuenta que en el viaje “ya no me daban las fuerzas […], ya no teníamos comida, nos daban sobras en los restaurantes”.
En el Cebaf, el proceso migratorio es lento y puede tomar más de un día, debido a las largas colas que se generan o a la falta de algún documento. “Es muy estresante llegar a un país y no saber si entramos”, cuenta David mientras espera su turno en la cola para sellar su pasaporte. La falta de información sobre los requerimientos migratorios de cada país es evidente y muchas veces hace que el proceso de entrada al Perú sea difícil y estresante, especialmente para los menores de edad que no vienen acompañados. Junior viaja con su hermano menor y no pudo entrar al Perú por no tener una autorización de sus padres. “Estoy intentando llamar a mi mamá que está en Venezuela, pero como no hay luz hace días, no entran las llamadas”, narra, después de pasar tres días en el puesto fronterizo.
La llegada al Perú solo es el primer paso en este periplo migratorio. Los migrantes tienen como destino final ciudades como Trujillo, Chiclayo y Tacna. Pero la mayoría viaja a Lima, donde ya tienen un contacto que los va a apoyar. Para los que deciden seguir el viaje hacia Chile o Argentina, el camino aún es largo. Ediluz tiene 60 años y viaja a Chile, donde le esperan sus dos hijos mayores. No los ve hace dos años y se siente muy emocionada con el reencuentro: “No veo el momento en el que los pueda abrazar”. “Vamo’ pa’lante”, dice, con la esperanza y el optimismo que caracteriza a los venezolanos, esperando que la llegada al Perú sea el comienzo de algo mejor que el drama que escapó de su país de origen.