Sentirse distinto en un mundo sexualmente homogenizador es angustiante. En el Perú, ser sexualmente distinto es, además, muy peligroso. En el 2013, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos presentó los resultados de una encuesta donde el 93% de los entrevistados señalaba que las personas LGBTI se encontraban más expuestas a la discriminación que cualquier otro grupo social. Irónicamente, el sondeo también revelaba que el 45% de los encuestados consideraba que las personas LGBTI no deberían ser docentes en las escuelas, mientras que un 59% opinaba que el Estado no debía brindarles acceso al matrimonio civil. Hace algunas semanas, el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) publicó los resultados de la Encuesta Virtual para Personas LGBTI, la primera en su tipo articulada por el Estado. El reporte del INEI detalla que el 56,5% de la población LGBTI encuestada siente temor de visibilizarse por miedo a ser agredida (72,5%), perder a su familia (51,5%) o su trabajo (44,7%). Un dato particularmente alarmante es que el 62,7% de los participantes declaró haber sido víctima de algún acto violento a causa de su orientación o identidad. Lo preocupante de la estadística es que los episodios discriminatorios habrían ocurrido en espacios públicos (65,6%) y educativos (57,6%); y que los principales agresores serían compañeros de escuela (55,8%), líderes religiosos (42,7%), funcionarios públicos (32,7%), familiares (28%) y compañeros de trabajo (17,4%). El estudio señala también que solo se denunció el 4% de estos casos. Las razones para el silencio oscilaron entre “considerar que era una pérdida de tiempo” (55%), “el temor a que se dijera que el acto no era grave o que [la víctima] se lo merecía” (40,8%) y “el miedo a las represalias” (33,6%).
Imagine por unos segundos que usted es parte de esta población. La Defensoría del Pueblo señaló que solo entre el 2012 y el 2014, al menos 38 personas LGBTI fueron asesinadas por odio en nuestro país. ¿Se imagina vivir así? Quiero alarmarlo y plantearle otras interrogantes. ¿Sabía que en el Perú hay niños que sufren acoso constante en nuestras escuelas a causa de su visibilidad? ¿O que hay iglesias que practican fraudulentas terapias en adolescentes para “restaurar” su heterosexualidad? ¿O qué las personas transexuales no pueden acceder a diario a servicios básicos por carecer de un documento que refleje su identidad? ¿O qué cientos de niños intersexuales son mutilados genitalmente en nuestros hospitales? En el Perú, el clóset, pero también sus periferias y contornos, está lleno de complejidades. Si te quedas dentro, tu seguridad es relativa por el miedo a ser descubierto. Si sales, tu exposición te hace abyecto, inclusive frente a tu círculo familiar. Resulta así que, cuando uno es sexualmente distinto, parece mejor aparentar: ser ‘caleta’, invisible o, lo que es peor, simplemente no existir.
Una vida así no tiene nada de digna. Exactamente hoy, hace 28 años, la Organización Mundial de la Salud eliminaba la homosexualidad de su catálogo de trastornos mentales. Para recordar ese crucial episodio nace el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia (IDAHOTB por sus siglas en inglés), una fecha que pone en evidencia la discriminación sistemática que todavía sufren las personas LGBTI a diario y que nos advierte los peligros de los enfoques médicos reduccionistas de la diversidad. Y es que andamos sumergidos en un pantano de fobias asesinas. De fobias que nos matan real y figurativamente. Que este 17 de mayo sea una fecha para todavía creer que en un día no tan lejano comprenderemos por fin que nuestra esencia, además de la igualdad, es la diversidad.