Datos del Ministerio de Salud (Minsa) señalan que desde el primer caso de VIH detectado, en 1983, se han sumado otros 60.000. Esta cifra, sin embargo, solo representaría el 10% de la población afectada. En el Perú, desde hace aproximadamente cinco años, la epidemia se mantiene estable, pero ello no significa que se ha ganado la batalla. El VIH tendrá entre nosotros larga vida. Por ello, nuestro país requiere políticas públicas, programas y presupuestos que no solo atiendan a las 3.500 personas que llegan a los servicios de salud cada año, sino eviten que se produzcan más casos. Quienes están en riesgo siguen siendo los mismos de siempre: jóvenes desinformados, con prácticas sexuales inseguras y en altísimas condiciones de vulnerabilidad.
Treinta años de epidemia muestran logros, pero también desafíos. Ello incluye la inaceptable brecha entre el número de personas infectadas y las que son diagnosticadas. Esto no solo nos aleja de la verdadera dimensión del problema, sino que excluye a muchos. El Minsa señala que al menos 32% de los casos nuevos detectados en servicios de salud están en fase sida, pese a las pruebas rápidas y la existencia de estrategias comunitarias validadas.
También hay avances en la calidad de medicamentos que han desplazado a los que originan efectos colaterales adversos. No obstante, muchos se siguen utilizando, obviando las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Todo indica que las restricciones no se deben a costos de producción, sino a compromisos comerciales que amarran patentes y se superponen al derecho a la salud. Entre los medicamentos resulta importante incluir el tratamiento preexposición que, sin dejar de lado el condón, es una medida preventiva específica para personas en riesgo, aunque solo llegue a un pequeño grupo.
La democracia y la igualdad son al parecer los pendientes más resistentes. Los límites que ofrece lo sanitario son ampliamente conocidos, por lo que se debe incluir otros determinantes. El acceso a la educación, trabajo e igualdad de oportunidades –incluido el ejercicio de una sexualidad segura y placentera–, así como medidas que erradiquen la discriminación y el estigma por orientación sexual e identidad de género son algunos.
En este sentido, el reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo, el cambio de identidad, una escuela inclusiva y la atención integral, incluida la salud mental, la erradicación de la violencia y la seguridad ciudadana son fundamentales. Sin embargo, no son razones económicas las que lo impiden, sino la homofobia enraizada, especialmente la transfobia, que es el núcleo duro de la discriminación.
Por todo ello, creemos que el VIH ofrece oportunidades. En estos años, la sociedad ha dado muestras insospechadas de cambio, al punto que ser homofóbico resulta incómodo y cada vez hay más personas que expresan su orientación sexual o su identidad de género sin tapujos. Sin embargo, ciertos representantes de nuestra clase política tienen leguas de distancia debido a prejuicios e ignorancia que disfrazan de “valores” y que no es otra cosa que homofobia. Por lo tanto, en la campaña electoral que se avecina tendremos la tarea de no bajar la guardia y así lograr que lo poco acumulado que tenemos no se pierda.