A diferencia de anteriores quinquenios, el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski tendrá mucho menos margen para construir una mayoría parlamentaria y social. Así, en los próximos años, la llave de la gobernabilidad estará en función de la construcción de alianzas con organizaciones conformadas por políticos con cierta experiencia y legitimidad fuera de Lima. En este escenario, Alianza para el Progreso (APP) podría, sin proponérselo, cumplir un rol protagónico.
APP ha tendido a actuar predominantemente como una maquinaria especializada en la provisión de bienes públicos y, especialmente, privados (los de su fundador, el polémico empresario y ex gobernador regional de La Libertad, César Acuña) a poblaciones de bajos recursos para ganar apoyo. De hecho, se ha sostenido que su éxito se ha fundamentado en esa forma de operar. Sin embargo, tal como han resaltado los trabajos realizados por diversos politólogos sobre esta agrupación (como Carlos Meléndez, Rodrigo Barnechea y Mauricio Zavaleta), otra de las claves en su exitoso proceso de construcción partidaria ha residido en el reclutamiento de políticos, el cual no ha podido ser replicado por los demás partidos peruanos, salvo por el fujimorismo. Desde inicios de la última década, este partido, ávido de cuadros que les permitieran acumular poder, comenzó a echar mano de políticos que no tenían recursos para financiar sus campañas. Este modus operandi que empezó en La Libertad se ha visto reproducido a escala nacional durante los últimos años en los que su fundador decidió dar el salto a la política nacional.
Desde hace algunos años se empezaron a plegar al entorno de APP tanto congresistas y ex congresistas que han hecho carrera política pero que se quedaron sin partido como Marisol Espinoza, Anel Townsend, Luis Iberico y Beatriz Merino, así como políticos regionales con importantes niveles de aceptación en sus lugares de origen como César Villanueva y Yamila Osorio. Muchos de estos políticos tienen incentivos para mantenerse cerca de APP. Primero, porque APP es, a diferencia de los demás partidos peruanos, un partido rico. Tiene recursos y los ponen a disposición de sus políticos. Segundo, porque pese a los cuestionamientos en su contra, César Acuña sigue siendo un candidato viable. El 9% obtenido en la elección parlamentaria le permite seguir siendo un actor importante en la política nacional.
En ese sentido, cualquier negociación que se quiera emprender para plegarlos al gobierno pepekausa no podría pasar por encima del partido de Acuña.
Hay algunas otras agrupaciones políticas que también cuentan con políticos profesionales que podrían ayudar al nuevo Ejecutivo a tener un mejor manejo en las arenas parlamentaria y social como, por ejemplo, el Apra o el Partido Popular Cristiano. Pero las pugnas que se viven al interior de estos partidos (y que no cesarán en el corto plazo) probablemente harán que les sea muy difícil tomar alguna decisión respecto a alianzas de gobierno o a ceder a algunos de sus cuadros para la labor gubernamental. Con seguridad también hay políticos independientes dispuestos a colaborar con el nuevo gobierno. Sin embargo, su ausencia de cobertura institucional podría generar un clima de inestabilidad parecido al del quinquenio que termina y que el nuevo gobierno, a la luz de la particular coyuntura política que va a afrontar, no necesita.
En suma, la necesidad de experiencia política y predictibilidad que va a afrontar la administración Kuczynski, por un lado, y la manifiesta vocación de acumular poder que ha mostrado tener APP, por otro, podrían propiciar una alianza entre ambos. Por ser una agrupación muy polémica, un pacto con ella podría acarrear un alto costo. Sin embargo, si para la elección de un nuevo gobierno muchas personas eligen a lo que consideran el mal menor, para la sobrevivencia política del mismo la lógica no tendría que ser tan diferente.