El Acuerdo de París recientemente alcanzado en la COP 21 marca uno de los hitos históricos más representativos en la redefinición del concepto de desarrollo frente a una de sus mayores amenazas: el cambio climático. A su vez, materializa un sueño, derivado de noches de negociación en vela, que esperó 6 años, desde el fracaso de la COP de Copenhague y 18 años desde que se adoptó el Protocolo de Kioto, instrumento valioso pero modesto en esta materia e insuficiente para los tiempos actuales.
Las lágrimas, abrazos y expresiones de emoción al momento de “martillarse” el acuerdo, como resultado del consenso de 195 estados parte, fueron el más claro reflejo de la complejidad del proceso y la negociación entre cinco mundos con niveles de desarrollo distintos que desde sus diferencias buscaban tender puentes (entre economías desarrolladas, emergentes, en vías de desarrollo, pobres y vulnerables). A su vez, fue la respuesta más clara y contundente frente al negacionismo al cambio climático, que felizmente ha quedado arrinconado frente a un logro que, como menciona el Nobel de Economía Paul Krugman, “...nos brinda verdaderos motivos para tener esperanza en un área donde esta había sido muy exigua. A lo mejor no estamos condenados al fracaso”.
Y de hecho, no lo estamos. Este 2015 el mundo ha tomado decisiones para encaminar el desarrollo de aquí a finales del siglo, con el Marco de Sendai para la gestión de riesgo de desastres en marzo, la Agenda de Addis Abeba sobre finanzas para el desarrollo y alivio de la deuda a los más pobres en julio, los Objetivos de Desarrollo Sostenible en setiembre y ahora el Acuerdo de París. Qué voluntad más clara, qué triunfo del multilateralismo y qué expreso rechazo a los fundamentalismos. El mundo es todavía capaz de lograr consensos a pensar de sus diferencias.
El Acuerdo de París ejemplarmente conducido por Francia, con el apoyo constante del Perú, consolida los principios de “sentido de urgencia” frente al cambio climático que ya nos golpea con sus efectos; la “ambición” para cambiar la aún ascendente trayectoria de emisiones de gases de efecto invernadero y temperatura promedio y la “diferenciación” para hacernos conscientes de que todos somos responsables, pero en especial los países que históricamente más emitieron. Así, sobre esta base se ha podido construir un objetivo que, por primera vez en la historia, reconoce lo que la ciencia recomendaba: debemos hacer esfuerzos adicionales para que la temperatura promedio del planeta no se incremente en 1,5 grados centígrados a finales del siglo XXI. Con este marco es que podremos cumplir la meta de alcanzar en la segunda mitad de este siglo la neutralidad en carbono, a partir del balance entre las emisiones y su reducción y captura; y la resiliencia especialmente en favor de los más vulnerables.
Todo ello será posible a partir del mecanismo de revisión de las Contribuciones Previstas y Determinadas Nacionalmente (antes iNDC), que 187 estados pusieron sobre la mesa antes del Acuerdo de París, y que se revisarán quinquenalmente, ya sin el adjetivo de previstas o voluntarias, mediante mecanismos de transparencia que obligan a todos –pero en especial a los países desarrollados– a incrementar la ambición, con base científica, a definir proyectos debidamente sustentados y reportar sobre los avances logrados. Todo esto apoyado por la innovación, la transferencia tecnológica, la construcción de capacidades y los recursos financieros adicionales que el mundo desarrollado canalizará a favor de quienes estén preparados.
Es decir, países como el Perú que se han comprometido a reducir el 30% de las emisiones del escenario ‘business as usual’ (o escenario todo sigue igual) tendrán que revisar su contribución nacional (NDC) y confirmar o fortalecer sus acciones de mitigación con manejo de bosques, procesos industriales, transporte sostenible, manejo de residuos y promoción de energías renovables no convencionales. Esto sin perder competitividad, ni crecimiento y consolidar nuestras propuestas en adaptación en agua, salud, agricultura y pesquería.
El Perú ha sido un actor clave, líder y expresamente reconocido como artífice del éxito. Pensemos en una lógica de Estado, con candidatos que se comprometan con ese liderazgo en materializar, desde nuestro esfuerzo, el sueño de una economía sostenible derivada de la larga y productiva “Medianoche en París”.