Desde hace tiempo se anuncia el cierre de varias escuelas de suboficiales de la Policía Nacional del Perú (PNP). Lo hicieron Ollanta Humala y sus ministros, también el ex ministro Carlos Basombrío en el 2017 y hace pocos días lo repitieron el actual ministro del Interior, Mauro Medina, y el director de la PNP, Richard Zubiate. La razón resaltada esta vez es la infiltración de delincuentes y, de paso, la baja calidad.La infiltración es un problema grave. Pero no es un asunto que justifique el cierre de aproximadamente 14 escuelas. La razón de fondo parece ser otra: la PNP no puede mantener dignamente a las más de 25 escuelas técnicas de suboficiales. En realidad, no puede siquiera mantener dignamente a la Escuela de Oficiales (EO). ¿A qué me refiero con dignamente? A lo que en otros artículos he llamado la larga noche de la educación policial. En primer lugar, la infraestructura. En el 2013, la Defensoría del Pueblo dio cuenta de que solo dos escuelas de suboficiales estaban en buenas condiciones. El resto tenía problemas –muchos de ellos graves– con los servicios higiénicos, cocina, comedor, agua potable, dormitorios, tópicos, etc. Incluso de la escuela top, la de oficiales, he recibido reportes de que los estudiantes debían llevar sus colchones, ollas, su propio menaje, etc. Sin contar que cada año se anuncian inversiones para remodelar la EO, que no se ejecutan oportunamente.
En segundo lugar, la calidad de la educación. Me refiero a la ausencia del perfil del policía que se busca formar, la interrupción de clases para actividades físicas, los pocos incentivos para que los mejores profesionales del medio sean docentes en las escuelas, la falta de un plan de estudios que incentive la proximidad de los policías con los vecinos y la defensa de los derechos humanos, etc. La situación es grave para la EO y lo es más para las escuelas de suboficiales, cuyos estudiantes son repartidos a comisarías y unidades a los pocos meses de haber empezado las clases.Hay cosas aun peores: distintas formas de violencia contra la mujer policía. Son frecuentes las denuncias de intento de violación, extorsión y acoso sexual en las escuelas. Vinculado a aquello, el respeto por los derechos de los estudiantes no es óptimo y se genera un círculo vicioso: el estudiante aprende que los derechos de los policías pueden ser vulnerados por otros policías y los primeros posiblemente pondrán en práctica ese aprendizaje cuando avancen en su carrera.
Repensar la educación policial y sus escuelas nos lleva a otros asuntos importantes, como la militarización de la policía y el rol de la PNP en un país multicultural. El internamiento durante los estudios –propio de órdenes religiosas y de militares– debe ser debatido, teniendo en cuenta que los policías son civiles y no deben perder el chip de pensar como un civil. Asimismo, el cierre de escuelas en el país hará que la PNP pierda diversidad cultural, dominio de idiomas y diferentes cosmovisiones, lo que es grave para una institución que internamente debe combatir sus propias prácticas racistas.
Lo dicho nos da un panorama más amplio sobre los males que aquejan a aquellas máquinas de producir policías en el Perú. Conseguir una mejor educación policial es un imperativo para mejorar la seguridad ciudadana. Por eso, no basta con cerrar escuelas, sino poner en marcha cambios sostenidos y estructurales, a pesar de las resistencias internas y externas y los corruptos intereses alrededor de estos centros de estudio.