Recientemente se han publicado artículos en algunos medios, empezando por “Forbes”, que resaltan que los países que han implementado medidas más rápidas y efectivas frente al COVID-19 son aquellos liderados por mujeres. Ejemplo de ello son Alemania, Finlandia, Taiwán, Noruega, Nueva Zelanda, Dinamarca e Islandia. ¿Este éxito se debe meramente a que sus líderes son mujeres?
Quizás lo primero que podemos preguntarnos es qué tienen en común los enfoques de dichas lideresas. Lo principal fue aceptar, de primera mano, la vulnerabilidad frente a la enfermedad, se tomaron decisiones rápidas y se comunicaron francamente. Lo segundo tiene que ver con el hecho de haber puesto el cuidado como una prioridad y con gestionar la crisis desde ese enfoque, tal como también enfatiza la abogada Vanessa Daza Castillo, del blog “Siete Polas”, en un análisis similar.
Asumir que esto se debe a algo meramente biológico es un estereotipo de género. La clave está en entender que el éxito de su gestión no se debe a un factor biológico, sino más bien a un factor cultural. Desde niñas, a las mujeres nos enseñan a cuidar y a no esconder nuestra vulnerabilidad, a expresar nuestras emociones. El efecto de asumirlo de esa manera lo vemos reflejado en el uso que damos a nuestro tiempo. En el Perú, por ejemplo, las mujeres dedicamos tres veces más tiempo que los hombres a los roles de cuidado. ¿Pueden los hombres ejercer el cuidado y ser vulnerables? Por supuesto. De hecho, algunos lo hacen y muy bien. El tema clave está en que de alguna u otra forma nos han enseñado que cuidar no es “tarea de hombres”.
El trabajo de casa y cuidado es tan invisible que escucho todavía comentarios que refuerzan que las amas de casa “no trabajan”. ¿Es que acaso el cuidado no es trabajo? Según la Encuesta de Uso de Tiempo (INEI), este trabajo doméstico no remunerado representa casi el 25% del PBI del Perú y equivale a S/110.000 millones, según reafirma el estudio “Medición del valor agregado del hogar. Nuevos enfoques para el caso peruano”. El cuidado es una pieza central para el movimiento de la economía del país, para el desarrollo de nuestras empresas y familias.
Por eso urge romper estos estereotipos, revalorizar el cuidado y buscarlo en cualquier líder o lideresa y aplicarlo en nuestras políticas públicas. Urge educar, desde niños y niñas, en el cuidado.
Este contexto actúa como un amplificador de problemas sociales ya existentes en nuestra sociedad y su gestión requiere un enfoque de cuidado y de aceptación de la vulnerabilidad. Por ejemplo, si veíamos casos de violencia de género previo a la crisis del COVID-19, en la cuarentena esta problemática se ha intensificado, la ministra de la Mujer y Poblaciones Vulnerables habla de un incremento del 100% de llamadas a la Línea 100. O si somos conscientes de que los niños y niñas también sufren en este contexto, pues debemos dirigirnos a ellos, tal como lo hizo la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, en un mensaje especial para ese público. Donde, además, les habló de por qué está bien tener miedo. Nuevamente, reconociendo que está bien aceptar la vulnerabilidad.
Lo que nos enseña el ejemplo de las lideresas de Alemania, Finlandia o Taiwán es que hoy, más que nunca, las mujeres deben formar parte de las decisiones que tomemos en medio de la crisis y tanto hombres como mujeres líderes deben tener un enfoque de cuidado, de lo contrario se tomarán decisiones que empeorarán la situación de las mujeres en particular y de la sociedad en general.
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