¿Se está volviendo cada vez más próspero el mundo? Sería difícil responder “sí” en este momento, al menos con respecto a las principales economías de altos ingresos. Sin embargo, desde hace mucho tiempo el indicador principal del progreso económico, el PBI ajustado a la inflación, ha crecido en la mayor parte de la OCDE desde el 2010, lo que sugiere que todo está bien.
Unos 80 años después de la introducción del PBI, casi todos (aparte de los administradores del indicador) han llegado a la conclusión de que ya no es una medida útil del progreso económico. Pero todavía no hay consenso sobre un posible reemplazo. Llegar a un acuerdo sobre una alternativa requerirá un nuevo concepto de prosperidad y una nueva forma de medir si los estándares de vida están mejorando.
Hay varias alternativas potenciales. Un enfoque influyente, iniciado por Erik Brynjolfsson y sus coautores del MIT, es preguntar a las personas cuánto valoran los bienes digitales gratuitos como la búsqueda en línea y las redes sociales y luego agregar el resultado a la medición convencional del PBI. Su investigación indica que la persona promedio en Estados Unidos necesitaría US$17.530 por año para compensar la falta de acceso a la búsqueda en línea, US$8.414 para correo electrónico, etc.
Estos son números grandes en relación con el ingreso per cápita promedio de Estados Unidos de poco más de US$31.000, lo que indica que los beneficios de bienestar económico de los productos digitales con precio cero son altos. Por lo tanto, este enfoque capta algunas mejoras significativas en las vidas de las personas que actualmente están excluidas del PBI. Pero para generar una métrica significativa de bienestar económico, la misma técnica debe aplicarse a otros componentes importantes del bienestar no captados por el PBI, como el entorno natural, el ocio y el trabajo no remunerado en el hogar.
Otra alternativa, apoyada por un gran y creciente cuerpo de investigación en economía y psicología, es la medición directa del bienestar o la felicidad. Las encuestas sobre los niveles de bienestar reportados están ahora disponibles para muchos países, y la idea de usar esto como indicador de prosperidad tiene fuertes defensores. Pero esta opción tiene varios inconvenientes, incluido el hecho de que los indicadores de bienestar cambian poco con el tiempo. Las encuestas de felicidad en los países ricos, por ejemplo, suelen mostrar una puntuación de seis o siete en una escala de 0-10.
Una manera de hacer que estos indicadores sean más directamente relevantes para las políticas públicas sería hacer un seguimiento de las formas en que las personas utilizan su tiempo y asignar medidas de bienestar a cada uno. Por ejemplo, a las personas les gusta el ocio y especialmente los medios digitales, pueden o no disfrutar de su trabajo y odiar los viajes diarios. Este enfoque tiene una atracción obvia en una economía en gran parte basada en servicios, donde el aporte principal es el tiempo para producir y el tiempo para consumir, y donde la tecnología digital está cambiando claramente la forma en que muchas personas distribuyen su tiempo. Después de todo, ¿quién se despierta pensando en qué gastar en lugar de qué hacer?
Estas dos opciones están arraigadas en la filosofía utilitaria de que el objetivo de las políticas públicas es la mayor felicidad para el mayor número de personas en cualquier momento. Esto explica el enfoque en los ingresos o gastos en el marco del PBI existente, y las paradojas resultantes, como la forma en que un desastre natural puede aumentar el PBI. También subraya el seguimiento directo del bienestar en el momento.
Una tercera posibilidad para una nueva métrica de prosperidad es regresar a los orígenes de las estadísticas, desde el Libro de Domesday a William Petty, y medir la riqueza en lugar de los ingresos. Adoptar un enfoque de este tipo traería de inmediato la sostenibilidad al cálculo del progreso económico al revelar cuándo se está comprometiendo la prosperidad futura por la de hoy.
La medición del acceso de las personas a los activos también se basa en una tradición ética, asociada con el premio Nobel de Economía Amartya Sen, que enfatiza la agencia y la capacidad de las personas para llevar el tipo de vida que valoran. Lo que importa aquí es el acceso al capital humano (salud y habilidades), capital social (relaciones y redes humanas) e infraestructura. El Banco Mundial ha enfatizado la medición de la riqueza, y el cálculo de estos “capitales faltantes” está avanzando en la agenda de investigación y estadística.
Es revelador y alentador que el tema de la medición económica haya impulsado una investigación tan vigorosa y emocionante. Pero, además de idear un nuevo indicador de prosperidad, está la cuestión de cómo implementar el cambio. Las estadísticas oficiales son similares a una norma técnica. Es difícil para alguien pasar de un marco a otro sin que muchas otras personas lo hagan al mismo tiempo.
La insatisfacción con el enfoque del PBI vigente es, por lo tanto, insuficiente. Una coalición suficientemente grande tiene que acordar un marco alternativo. Cualquier sucesor del PBI también debe ser fácilmente implementable, ya que los estadísticos deberán establecer definiciones y métodos detallados y recopilar los datos.
Finalmente, quizá lo más importante: debe haber una conversación pública sobre lo que está sucediendo. Aunque muy pocas personas tienen la más mínima idea de qué es el PBI o incluso qué significa el acrónimo, es un número que ha ganado el tipo de arraigo que proviene de un uso prolongado y frecuente. Su sucesor deberá ser convincente y contar una historia persuasiva, consistente con la experiencia, de lo que está sucediendo en nuestras economías. El PBI puede estar cayendo de su trono, pero hay un largo camino por recorrer antes de que otro indicador compuesto sea coronado en su lugar.
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