Coloquialmente decimos que “billetera mata galán” para graficar que en muchos casos hasta el más guapo de los guapos puede quedar relegado ante un hombre menos agraciado, pero exitoso económicamente. Eso aporta a la tranquilidad emocional que busca toda mujer, inclusive siendo ella profesional, pues así podrá además admirar a su compañero de vida. Lo mismo le pasa a cualquier ciudadano frente al Estado: espera tranquilidad y oportunidades para asegurar su bienestar económico. Concluiríamos así entonces que “billetera mata terrorista”.
Las empresas y los gobiernos deben entender que donde hay justicia y oportunidades para que todos progresen, generen riqueza y mejoren su calidad de vida no habrá inconformes que reclutar por grupos violentistas y anárquicos.
Nuestro notable economista Hernando de Soto publicó, recientemente, en “The Wall Street Journal” el ensayo “La cura capitalista al terrorismo” (sobre la guerra contra el Estado Islámico). Sostiene que “la única manera de ganar la batalla por las poblaciones que nutren a los grupos terroristas es la esperanza de una mejora económica”.
De Soto lo plantea desde la experiencia del Perú de los noventa y el éxito de las reformas económicas cuyas bases se sentaron en esa época y en donde él jugó un papel crucial como asesor presidencial. Fue promotor de una economía de mercado abierta en el Perú, como estrategia contra Sendero Luminoso, que terminó construyendo un capitalismo popular gestado en un “emprendedurismo” emergente. En ese esfuerzo contribuyeron, además, figuras como Javier Pérez de Cuéllar y los principales líderes políticos de entonces: el ex presidente Fernando Belaunde, Luis Bedoya Reyes e inclusive el izquierdista Alfonso Barrantes, así como entonces jóvenes tecnócratas, como el recordado economista Fritz Du Bois, ex director del diario “Perú 21” y de El Comercio.
Esas reformas –en las que pocos creyeron inicialmente– brindaron oportunidades a los más pobres promoviendo “un aumento del nivel de vida sin precedentes en el Perú”, anota De Soto en ese ensayo que esperamos sea publicado en castellano por algún medio local, y llevó a “que en las últimas dos décadas, el PBI per cápita del Perú crezca dos veces más rápido que el promedio de América Latina, y el crecimiento de su clase media fue cuatro veces más rápido”.
Todo esto nos trae al gran problema que hoy vive nuestro país: la desaceleración económica, debido sobre todo al contexto internacional, pero agudizada por las trabas a la inversión privada derivadas de normas anacrónicas, inflexibles y otras mal concebidas e inaplicables (como la erradamente interpretada Ley de Consulta Previa). Agravado por los movimientos antiinversión que propician un clima de desconfianza frente al capital y clima de conflictividad social efervescente y permanente entre nosotros. Todo esto, a mediano plazo, generará mayor marginación y falta de inclusión económica. Y en estos inconformes –por la falta de oportunidades e impedidos de generar riqueza– cualquier grupo alzado en armas contra el sistema encontrará fanáticos seguidores.
Es momento, pues, que la empresa privada ponga más de su parte para recuperar la confianza perdida y que sus políticas de responsabilidad social apunten a la promoción y fomento de nuevos pequeños empresarios entre los menos favorecidos. Al Estado, a su vez, le compete llegar con servicios eficientes a los confines del Perú y generar oportunidades de progreso material para todos.