El rostro de Ana Jara durante la votación del sábado por la Presidencia del Congreso fue la más elocuente y patética expresión de que el régimen humalista no está para celebraciones de nada.
Por el contrario, sobrevienen días muy difíciles y complicados para el gobierno en su relación con el Congreso, y viceversa.Con todas las virtudes y agallas políticas que se le conocen, la propia Jara parece verse a sí misma irremediablemente metida en la boca del lobo.Salvo un par de abrazos y un par de sonrisas por el par de votos de ventaja momentánea de Ana María Solórzano sobre Javier Bedoya, el oficialismo ya no podrá evitar de aquí al 2016 que la oposición parlamentaria pueda interpelar y censurar ministros y gabinetes con más facilidad que nunca y poner en jaque al gobierno cada vez que este invoque un voto de confianza, como tendrá que hacerlo dentro de un mes.Hubiera sido preferible que el presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine Heredia se ahorraran llamadas desesperadas de última hora para conseguir que algunos congresistas genuflexos cambiaran su preferencias en segunda votación. Debieron simplemente dejar que se confirmara el triunfo inicial de Javier Bedoya.La pareja presidencial perdió así la oportunidad de tener más claro el panorama del Congreso, sin la espada de Damocles que aparece ahora. Nunca sabrá ni cómo ni de dónde caerá esa espada sobre su hoy precaria mayoría legislativa. Ollanta y Nadine han impuesto finalmente a la señora Solórzano en la Presidencia del Congreso. Pero no han logrado definir la predictibilidad de su influencia en ese poder del Estado, donde hasta el viernes pasado les fue sencillo dominar.
No hay, pues, motivo de celebraciones en el Partido Nacionalista, que acaba de sufrir su peor escisión en lo que va del régimen. Tampoco en el gobierno, con su sexta presidencia en el Consejo de Ministros, ni en la bancada parlamentaria humalista, casi superada en fuerza por la fujimorista.Si es cierto que en la noche del sábado hubo una encerrona en Palacio de Gobierno para brindar por la victoria de Ana María Solórzano, nada más triste que saberlo.Mejor hubiera sido que el presidente Humala asistiera a la celebración, ayer, de los 180 años del nacimiento de Miguel Grau, nuestro más grande héroe y referente de institucionalidad democrática, con un escaño en el Congreso, que recuerda su paso ejemplar como parlamentario. El presidente Humala y el plenario del Congreso debieran recordarlo juntos hoy.El hecho de que el humalismo gubernamental y parlamentario no estén para celebraciones no quiere decir que tenga que sumirse en la depresión. El país necesita de su mayor concurso para remontar los grandes pasivos acumulados, desde el decrecimiento de la economía hasta la crisis de la PCM, ya en su sexto mandato, pasando por la inseguridad ciudadana, la desaprobación presidencial y el deterioro del Partido Nacionalista y su bancada en el Congreso. El país necesita recobrar confianza en quienes lo gobiernan.