Todos los peruanos desearíamos que los poderes públicos (desde la Presidencia de la República hasta la Alcaldía de Lima) funcionaran sobre la base de alternativas bien estudiadas y decisiones bien tomadas.
¡Y que de ninguna manera estos poderes funcionaran sobre dilemas!
La ley universitaria exhibiría hoy un resultado muy distinto si la decisión de sus promotores, incluidos el general Daniel Mora (en el Congreso) y el propio presidente Ollanta Humala (en el Ejecutivo), hubiera consistido en mejorar sustantivamente las condiciones que rigen la vida administrativa y académicas de los centros superiores de más alto rango, sin intervenir en el gobierno de los mismos.
O sea que podía haberse procurado garantizar en la ley lo mejor para las universidades, ahorrándoles una innecesaria superintendencia, que no es otra cosa que el fin de su autonomía.
Todo comenzó con el dilema de si intervenía o no intervenía el gobierno y cómo. Mejor que un dilema de este tipo hubiera sido la evaluación de opciones y alternativas, con todos sus pro y contra. Pero más que esperar opciones y alternativas maduras y juiciosas, vimos pasar al oficialismo parlamentario y gubernamental, muy rápidamente, del dilema a la decisión. Es decir, del cúmulo de dudas y cálculos, a los hechos.
El país y Lima no pueden ser los productos de dilemas. Es como si escogiéramos construir nuestro futuro común nacional y capitalino deshojando margaritas. ¡Qué terrible!
Esto es lo que ha hecho, en cierta forma, la alcaldesa de Lima, Susana Villarán, que perdió mucho tiempo en el dilema de si dejaba en paz o no dejaba en paz la obra de Luis Castañeda (que en promedio había sido buena) para luego entender, por fin, y tarde, que mejor ella se dedicaba a trabaja con alternativas y decisiones y por supuestos con resultados.
Ahora Villarán vive otro dilema: no sabe con qué partido irá a la reelección municipal. Con la experiencia ganada en los últimos tiempos tiene que haber aprendido ya a estudiar alternativas y a tomar decisiones. Los diez millones de habitantes de Lima le agradecerán por ese aprendizaje y por apartarse de los dilemas que a nada bueno nos conducen en política.
En el dilema de intervenir o no intervenir en los gobiernos regionales, al gobierno le pasó lo contrario que con las universidades: terminó no interviniendo cuando debía, e interviniendo cuando ya había estallado el caos. Ahora tenemos un panorama absolutamente incierto en el campo de la descentralización del país.
En el caso de los gobiernos regionales no cabía el menor dilema. El Gobierno Central sabía de su carácter unitario y de la subordinación de los gobiernos regionales a su mando. Por consiguiente el respeto por la autonomía regional no suponía en nada perder autoridad sobre los mismos, como, en efecto, la perdió.
He aquí una demostración de cómo los dilemas en el gobierno no solo perturban el mediano y largo plazos sino también el presente y el corto plazo.